Vorkosigan fue seguido por un enfermero ansioso. — Recuerde, seсor. No debe tratar de hablar demasiado hasta que el mйdico le haya irrigado la garganta. La luz gris del amanecer empalidecнa las ventanas. Йl se sentу en el borde de la cama.

— Estбs frнa, mi querida capitana — murmurу con voz ronca mientras le frotaba la mano. Ella asintiу con la cabeza. Le dolнa el pecho, tenнa la garganta irritada y le ardнan los senos paranasales.

— Nunca debн dejarme convencer cuando me ofrecieron este trabajo — continuу йl -. Lo siento tanto…

— Yo tambiйn ayudй a convencerte. Tъ trataste de advertirme. No es culpa tuya. Parecнas la persona adecuada. Eres la persona adecuada.

Vorkosigan sacudiу la cabeza.

— No hables. Se forman cicatrices en las cuerdas vocales.

— ЎJa! — exclamу Cordelia con amargura, y posу un dedo sobre sus labios cuando йl comenzу a hablar otra vez. Vorkosigan asintiу con la cabeza, resignado, y permanecieron mirбndose el uno al otro un buen rato. Йl apartу el cabello de su frente con suavidad, y ella buscу el consuelo de su mano contra la mejilla. Al fin llegу una cuadrilla de mйdicos y tйcnicos que se lo llevaron para iniciar el tratamiento.

— Vendremos a verla ahora mismo, seсora — le prometiу el jefe del equipo.

Regresaron despuйs de un rato para hacerla gargarizar un desagradable lнquido rosado y respirar en una mбquina, y luego volvieron a marcharse. Una enfermera le llevу el desayuno, pero Cordelia no lo tocу.

Entonces un comitй de mйdicos entrу en su habitaciуn con rostros sombrнos. El que habнa acudido en medio de la noche ahora estaba acicalado y vestido con ropas de civil. El mйdico personal de Cordelia se encontraba acompaсado por un hombre mбs joven, vestido con un uniforme verde del Servicio que lucнa insignias de capitбn en el cuello. Ella mirу los tres rostros y pensу en el Cancerbero.

Su mйdico le presentу al desconocido. — Es el capitбn Vaagen, del instituto de investigaciones perteneciente al Hospital Militar Imperial. Es nuestro residente experto en venenos militares.

— їEn inventarlos o en recoger sus despojos, capitбn? — preguntу Cordelia.

— Ambas cosas, seсora. — Йl se encontraba en una postura de descanso algo agresiva.

Su mйdico no tenнa una expresiуn muy animada, aunque sus labios sonreнan.

— El regente me ha pedido que le informe del programa de tratamiento indicado. Me temo… — carraspeу — que lo mejor serб efectuar el aborto de inmediato. Su embarazo ya se encuentra bastante avanzado, y, para lograr su recuperaciуn, conviene aliviarla de la tensiуn psicolуgica lo antes posible.

— їEs lo ъnico que se puede hacer? — preguntу ella con desesperaciуn, aunque conocнa de antemano la respuesta por la expresiуn de sus rostros.

— Me temo que sн — respondiу su mйdico con tristeza. El hombre de la Residencia Imperial asintiу con un gesto para confirmar sus palabras.

— He estado revisando algunos libros — dijo el capitбn de improviso, mientras miraba por la ventana -, y se hicieron algunos experimentos con calcio. Claro que los resultados obtenidos no fueron particularmente alentadores…

— Pensй que habнamos acordado no hablar del asunto — intervino el hombre de la Residencia.

— Vaagen, eso es una crueldad — protestу el mйdico de Cordelia -. Estб alimentando falsas esperanzas. No puede convertir a la esposa del regente en uno de sus animales de laboratorio. Tiene el permiso del regente para realizar la autopsia, confуrmese con eso.

En un segundo, mientras observaba el rostro del hombre con ideas, el mundo de Cordelia volviу a enderezarse. Ella conocнa a los de su tipo: orgullosos y engreнdos, pero algunas veces alcanzaban sus objetivos. Pasaban de una monomanнa a otra corno una abeja polinizando flores, y recogнan pocos frutos pero dejaban atrбs sus semillas. Personalmente, a los ojos de ese hombre, ella no era mбs que material virgen para iniciar una monografнa. Los riesgos que ella corrнa no le importaban; ella no era una persona, sino una enfermedad. Cordelia le sonriу lentamente, reconociйndolo como un aliado en campo enemigo.

— їCуmo estб usted, doctor Vaagen? їQuй le parecerнa escribir el artнculo mйdico de su vida?

El hombre de la Residencia Imperial emitiу una risa.

— Ella ha comprendido sus intenciones, Vaagen.

Йl le devolviу la sonrisa, sorprendido. — Entenderб que no puedo garantizar resultados…

— ЎResultados! — lo interrumpiу el mйdico de Cordelia -. Dios mнo, serб mejor que le comunique cuбl es su idea de un resultado. O ensйсele fotografнas… no, no haga eso. Seсora — se volviу hacia ella -, los tratamientos de los que habla se intentaron por ъltima vez hace veinte aсos. Causaron un daсo irreparable a las madres. Y los resultados… lo mejor que se puede esperar es un tullido. Tal vez algo peor. Indescriptiblemente peor.

— Una medusa serнa una descripciуn bastante aceptable — dijo Vaagen.

— ЎUsted es inhumano, Vaagen! — replicу el mйdico de Cordelia, quien la observу unos momentos para verificar su estado de angustia.

— їUna medusa viable, doctor Vaagen? — preguntу Cordelia, muy interesada.

— Hum. Tal vez — respondiу йl, inhibido por las miradas furibundas de sus colegas -. Pero existe la dificultad de lo que ocurre con las madres cuando el tratamiento se aplica in vivo.

— їY quй? їEntonces no puede hacerlo in vitral — Cordelia formulу la pregunta obvia.

Vaagen dirigiу una mirada triunfante a su mйdico. — Desde luego, abrirнa muchas posibilidades de experimentaciуn, si pudiera arreglarse — murmurу al techo. — їIn vitro? — dijo el hombre de la Residencia Imperial, confundido -. їCуmo?

— їPor quй pregunta eso? — dijo Cordelia -. Ustedes tienen diecisiete rйplicas uterinas fabricadas en Escobar. Fueron traнdas despuйs de la guerra y se encuentran aquн, guardadas en algъn armario.

— Se volviу hacia el doctor Vaagen con entusiasmo -. їPor casualidad no conocerб al doctor Henri?

Vaagen asintiу con la cabeza.

— Hemos trabajado juntos.

— ЎEntonces, lo sabe todo al respecto!

— Bueno, no todo exactamente. Pero eh… en realidad, йl me ha informado de que se encuentran disponibles. Aunque usted debe comprender que yo no soy un obstetra.

— Ya lo creo que no — bufу el mйdico de Cordelia -. Seсora, este hombre ni siquiera es mйdico. Es sуlo un bioquнmico.

— Pero usted es un obstetra — objetу ella -. Entonces tenemos el equipo completo. El doctor Henri y el capitбn Vaagen se ocuparбn de Piotr Miles, y usted realizarб la transferencia.

El mйdico apretaba los labios y sus ojos tenнan una expresiуn muy extraсa. Cordelia necesitу unos momentos para identificarla como miedo.

— Yo no podrй hacer la transferencia, seсora — le respondiу -. No sй cуmo hacerla. Nadie en Barrayar ha realizado una operaciуn semejante. — Entonces, їno lo aconseja? — Definitivamente no. La posibilidad de causar un daсo permanente… despuйs de todo, dentro de unos meses podrб volver a intentarlo, siempre y cuando la zona testicular de su esposo no se haya visto afectada. Podrб volver a comenzar. Yo soy su mйdico, y йsa es mi opiniуn. — Sн, siempre y cuando antes de eso alguien no logre derribar a Aral. Debo recordar que esto es Barrayar, donde las personas estбn tan enamoradas de la muerte que entierran a hombres que todavнa alientan. їUsted estб dispuesto a intentar la operaciуn?

Йl se irguiу con dignidad.

— No, seсora. Y es definitivo.

— Muy bien. — Seсalу a su mйdico con el dedo -. Queda despedido. Entonces — se volviу hacia Vaagen -, usted estarб a cargo de este caso. Confнo en usted para que me encuentre un cirujano… o un estudiante de medicina, o un veterinario, o alguien que estй dispuesto a intentarlo. Y entonces podrб experimentar cuanto desee.

Vaagen pareciу ligeramente triunfante; su ex mйdico parecнa furioso.

— Serб mejor que averigьemos la opiniуn del regente antes de seguir alentando a su esposa en este falso optimismo.

Vaagen pareciу un poco menos triunfante.

— їPiensa hablar con йl ahora mismo? — preguntу Cordelia.

— Lo siento, seсora — dijo el hombre de la Residencia Imperial -. Pero creo que lo mejor serб acabar con esto lo antes posible. Usted no conoce la reputaciуn del capitбn Vaagen. Lamento ser tan brusco, Vaagen, pero a usted le gusta construir imperios, y esta vez ha llegado demasiado lejos.

— їSu ambiciуn es contar con una ala propia para efectuar investigaciones, Vaagen? — le preguntу Cordelia.

Йl se alzу de hombros, mбs avergonzado que ofendido, por lo que ella comprendiу que, al menos en parte, las palabras del hombre de la Residencia debнan de ser verdad. Cordelia clavу la vista en Vaagen y tratу de pensar en el mejor modo de avivar su ingenio.

— Tendrб todo un instituto si logra llevar esto a cabo. A йl — agrego seсalando el pasillo con un movimiento de cabeza — dнgale que yo se lo prometн.

Los tres hombres se retiraron. Cordelia permaneciу tendida en la cama y silbу una pequeсa melodнa silenciosa, mientras sus manos continuaban el pequeсo masaje abdominal. La gravedad habнa dejado de existir.


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