— Tal vez puedas llegar a ganarte un caballo — le dijo a Miles -. Si aprendes bien.

— їPuedo empezar ahora?

— Primero tienes que curarte ese brazo — dijo Cordelia con firmeza.

— No tengo que esperar hasta que estй curado del todo, їno es cierto?

— ЎTe enseсarб a no correr por ahн rompiйndote los huesos!

Piotr dirigiу a Cordelia una mirada de soslayo.

— En realidad, durante los inicios del entrenamiento no se permite utilizar los brazos hasta que se haya obtenido una buena postura.

— їSн? — dijo Miles, venerando cada una de sus palabras -. їQuй mбs…?

Cuando Cordelia se retirу en busca del mйdico que acompaсaba al sйquito del regente, Piotr ya habнa recuperado su caballo gracias a unos terrones de azъcar. Entonces comenzу a explicarle a Miles cуmo hacer un cabestro con una cuerda, desde quй lado se debнa montar un caballo y cуmo colocar el cuerpo. El niсo, que apenas llegaba a la cintura del anciano, lo absorbнa todo como una esponja, apasionadamente atento a sus palabras.

— їQuieres apostar quiйn estarб montando quй caballo a finales de semana? — le dijo Aral al oнdo.

— No. Debo reconocer que los meses que Miles pasу inmovilizado en ese horrible tensor espinal le enseсaron cуmo controlar a quienes te rodean a largo plazo, y de ese modo imponer tu voluntad. Me alegra que no haya escogido los gimoteos como estrategia. Es el pequeсo monstruo mбs obstinado que jamбs haya conocido, pero se las arregla para que uno no lo note.

— Creo que el conde ya estб perdido — dijo Aral.

Cordelia esbozу una sonrisa y luego lo mirу con ojos mбs serios.

— En una ocasiуn, cuando mi padre vino a casa con una licencia de Estudios Astronуmicos Betaneses, fabricamos unos planeadores. Se necesitaban dos cosas para hacerlos volar. Primero habнa que correr para darles impulso. Luego debнamos soltarlos. — Cordelia suspirу -. Lo mбs difнcil de todo era saber cuбndo soltarlos.

Piotr, el caballo, Bothari y Miles desaparecieron en el interior del establo. A juzgar por sus gestos, Miles estaba formulando preguntas en rбpida sucesiуn.

Aral le sujetу la mano mientras se volvнan para subir la colina.

— Creo que volarб bien alto, querida capitana.


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