Con bastante seguridad, mientras empezaba a conducir el coche hasta el edificio de Climatología, comenzó a chispear. Jamás vi a un trío más desanimado como el que formaban ellos cuando cruzaron la zona de aparcamiento bajo la lluvia y subieron a mi coche.

— No os pongáis tan tristes. Si no podemos navegar, nos divertiremos mucho en Thornton.

— No es eso — contestó Barney, sentándose a mi lado. ¿Qué ocurre de malo? — me di cuenta de que estaba a punto de llorar. En el asiento trasero Ted se desplomó disgustado, con la barbilla casi hundida en el pecho. Incluso el normalmente impasible Tuli parecía como abrumado.

Barney dijo:

— Ted enseñó sus predicciones al doctor Rossman esta tarde.

— ¿Y… ?

— Me ha dicho que son interesantes, gracias — gruñó Ted -, pero que es inútil excitarse en lo que posiblemente ha sido un accidente afortunado.

— ¿Accidente?

— Empleó esa palabra.

— Pero… ¿qué quiso decir?

· Nada. Eso es exactamente lo que quiso decir. Le enseñamos cómo efectuar predicciones exactas con una semana de anticipación y sigue aferrado a su idea, habiendo metido nuestros proyectos en uno de los cajones para olvidarse de ellos.

V

UN CAMBIO DE TIEMPO

— Eso no es exactamente cierto — intervino Tuli mientras yo dirigía el coche saliendo del aparcamiento de Climatología -. El doctor Rossman dice que quiere estudiar la nueva técnica antes de proponerla a Washington como un método de predicción normal para el Departamento de Meteorología.

— ¡Estudiarlo! — Gruñó Ted -. Ya sabes lo que eso significa… por lo menos un par de años.

— Es un hombre precavido — afirmó Tuli.

— Sí, especialmente con las ideas de las demás personas. Podría emplear el sistema como experimento y ver si resulta. En tres meses tendría datos suficientes para satisfacer al Congreso, al Tribunal Supremo y al Sacro Colegio de Cardenales. Pero él no lo hará. Va a quedarse sentadito a seguir jugueteando hasta que se conozca este procedimiento como idea suya.

— ¿Quieres decir que no se te permitirá efectuar más predicciones a largo plazo? — pregunté.

Ahora, no. La idea en estos momentos pertenece a la División de Climatología… Rossman cree que es de su propiedad particular. Me dijo que volviese a realizar el trabajo por el que me pagan y que dejara de intentar gobernar la División.

Comencé a sentirme tan triste como las nubes que se cernían sobre nosotros.

— ¿Qué hay sobre el control del tiempo?

— Debieras haberle visto la cara cuando le presenté el asunto. Le hablé de que esas predicciones a largo plazo hacen que sea practicable el control del tiempo. Por poco se desmaya. Me prohibió absolutamente mencionarle otra vez el asunto.

Marchamos hacia la Playa Norte en un triste silencio. Para cuando llegamos al desvío que unía Marblehead Ned al continente, llovía de manera firme.

— En el minuto preciso — murmuró Ted, sombrío mientras miraba por la ventanilla del coche -. Lloverá esta noche, mañana y el domingo. Creen ellos.

— ¿Qué quieres decir con eso? Preguntó Barney.

Su única respuesta fue:

— Ya lo verás.

* * *

La casa no había cambiado mucho en los escasos veranos transcurridos desde la última vez que la viera. Thornton era grande sin mostrarse pretenciosa… una mansión colonial limpia y blanca, con contraventanas negras y una puerta colorada, un jardín fresco y modesto, matorrales ceñidos en torno al porche delantero, garaje, embarcadero y un pequeño muelle en la parte posterior.

Detuve el vehículo delante de la puerta principal, bajo la marquesina. Ted descendió primero.

¿Quién construyó esto? ¿Miles Standish?

— No — contesté, saliendo de detrás del volante. En realidad fue construida bastante después de la Revolución y luego reconstruida hace un centenar de años, luego que un huracán derribase el edificio original.

Ted me miró como si creyera que estaba tomándole .1 pelo.

— Es hermosa — dijo Barney mientras yo la ayudaba a descender.

La puerta se abrió y tía Louise se adelantó hacia mí, con los brazos extendidos. La seguía un trío de sirvientes.

— Jeremy, cuánto me alegro de verte — me echó los brazos al cuello. Nada podía hacer excepto aguantar sus besos. Después de unos cuantos momentos cariñosos, logré libertarme y presenté a Barney, Tuli y Ted.

— Bienvenidos a Thornton — dijo mi tía -. Los sirvientes se ocuparán de su equipaje y les enseñarán sus habitaciones. Tenemos intención de cenar dentro de una hora.

Mientras mis amigos subían las escaleras siguiendo a los criados, tía Louise prácticamente me arrastró hasta la biblioteca.

— Ahora, sé sincero — dijo nada más que las recias puertas se cerraron a su espalda -. ¿Cómo está tu padre?

Estupendamente, de veras. Salud perfecta, genio vivo, lleno de vitalidad. Nos tiene a mis hermanos y a mí trabajando como esclavos.

Tía Louise sonrió, pero con tristeza.

— Ya sabes que no ha estado aquí desde el funeral de tu abuelo.

— Y ninguno de vosotros estuvisteis en Hawai desde que murió mi madre — repuse -. Parece como si fuera preciso un funeral para que se reúna la familia.

Caminé a lo largo de las estanterías que se extendían hasta el techo, llegué al adornado escritorio de madera en donde el abuelo Thorn solía pasar las tardes lluviosas de mis visitas a Nueva Inglaterra, diciéndome cómo convenció a su padre para que invirtiese el dinero en Líneas Aéreas Comerciales, después de muchas generaciones en que los Thorn se dedicaban a construir barcos.

Tía Louise me siguió.

— Jeremy, sabes que tu padre siempre fue un rebelde. Pudo haber dirigido los intereses de tu abuelo y vivir aquí, en Thornton. Pudo haber sido el jefe de la familia, puesto que es el más viejo. Pero se metió en esas perforaciones…

— El Mohole…

— Si, y discutió con tu abuelo. Así que se marchó a Hawai.

— Y ahora vive allí y dirige sus propios negocios.

— Casi nunca nos vemos — protestó ella -. Eso no está bien.

— Bueno, ¿por qué no le invitas a que venga? Creo que aceptaría encantado… si pensase que en realidad deseas tenerlo a tu lado.

— ¿Crees que aceptaría?

Asentí.

— Hablaré esta noche con tus tíos.

— ¿Se encuentran ambos aquí?

— Sí, para pasar el fin de semana. Planeaban una expedición de pesca, pero parece ser que la lluvia lo estropeará todo.

Por algún motivo dije:

— No estés tan segura.

Mis dos tíos eran completamente distintos a mi padre… y diferentes también entre sí. Tío LoweIl era un hombre fornido, barrigudo, calvo y altisonante. Le gustaba la conversación, especialmente cuando era él quien hablaba. Tío Turner era alto y delgado, bastante silencioso; se parecía a la idea popular del yanqui de Nueva Inglaterra.

Tío LoweIl dominó las primeras tres cuartas partes de la cena, en el viejo comedor iluminado por velas, con un monólogo sobre cómo prosperaba Thornton Aerospacial, cómo el negocio de transporte por cohetes se había aposentado definitivamente, amortizando todos los riesgos e inversiones, permitiéndole ahora dedicar parte de su precioso tiempo y de sus no menos preciosos ingenieros a ayudar a tío Turner a desarrollar los nuevos navíos sobre colchón de aire para Thornton Shipping Lines.

Entonces cometió un resbalón. Tío LoweIl mencionó que uno de los problemas de los navíos que volaban prácticamente sobre las olas sería evitar las tempestades en el mar, puesto que no podían funcionar con olas tormentosas.

Ted se apresuró a intervenir, tenedor en mano, y a hacerse cargo de la dirección de la conversación. De las tormentas en el mar cambió a las predicciones del tiempo a largo plazo y al control del tiempo. Ante los entremeses, la ensalada y el postre Ted nos mantuvo a todos fascinados… incluso a tío Lowell.

— Lo que yo nunca pude entender — dijo tía Louise -, es por qué el tiempo aquí en Nueva Inglaterra es tan mutable.


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