Ted, olvidándose poco a poco de Rossman en su concentración con la meteorología, se había enfriado bastante.
— Ahora, mira. El borde de altas presiones avanza tierra adentro y absorbe, atrayéndolo, al aire marítimo para que entre principalmente en el Oeste Medio. Pero Nueva Inglaterra se ve cortada. Y, aún peor, ahora hay aire seco y frío que baja por el lado de levante del saliente, entrando precisamente en Nueva Inglaterra. Incluso si le proporcionásemos humedad, el aire no estaría lo bastante saturado para que lloviera.
— Pero si le dieses suficiente humedad…- Empezó Tuli.
— Nunca hay "suficiente", químico oriental. No cuando los puntos de escarcha son tan bajos como ahora. Este aire canadiense, que, baja por las laderas de levante del saliente, seca cualquier humedad que nosotros tengamos. ¡Seguro!el vapor de agua aún está ahí, pero la humedad relativa queda muy baja. Se consiguen gotitas menores, sólo de un tamaño de cinco o diez micrones. ¡Demasiado ligeras para que caigan! Se necesitan gotas de cincuenta micrones para que llueva.
Avanzando hacia el mapa, Tuli arguyó:
— ¿Entonces por qué no siembras las nubes y obligas a que caiga la lluvia? Si hay humedad asequible…
— La siembra no es solución, a menos que quieras sembrar todo el día, cada jornada. En cuanto dejes de sembrar, dejará de llover. Costaría unos cuantos millones de dólares diarios conseguir una lluvia decente, camarada. ¡La maldita sequía resultará más barata!.
— Y, entonces, ¿qué hacemos? — pregunté.
— Conseguir que el medio ambiente natural trabaje por nuestra cuenta, en lugar de luchar contra él.
— ¿Y cómo lo conseguirás?
Señaló con un gesto la pantalla.
— Tenemos que hacer retroceder a ese borde de altas presiones sobre el Atlántico, lejos de la costa.
Debí parpadear.
— En realidad, es muy sencillo — afirmó Tuli, casi sonriendo -. Sólo necesitamos manipular el tiempo de casi medio mundo.
Ted me llevó hasta su escritorio y se lanzó a una explicación detallada. Fue larga y compleja y apenas entendí la mitad. Pero el punto crucial era el hecho de que la cubierta de nubes por encima del Océano Artico había sido menos que normal durante los últimos años. Eso, creía Ted con firmeza, era el disparador que inició la reacción en cadena que condujo a la sequía de Nueva Inglaterra.
— ¿Y eso está causando la sequía? ¿Tiempo soleado por todo el Círculo Artico? — le pregunté en voz alta:
— No por si mismo, pero sí que es la principal razón, algo que debemos y podemos cambiar. ¿De acuerdo, mico oriental?
Tuli se encogió de hombros.
— Hay varios compuestos halógenos que reaccionan e. la luz del sol a grandes alturas para producir nubes… podríamos nublar una buena zona de esa manera.
— Y hacer rodar la bola para que aleje el sistema de sequía, gracias a la ruptura, y se consiga una condición normal.
— Todavía no hemos probado eso — advirtió Tuli -. Nuestros experimentos de laboratorio son en demasiado pequeñísima escala para demostrar qué reacciones en cadena se producirían…
— Está bien, está bien — Ted le hizo callar con un gesto. Los números aproximados, sin embargo, parecen buenos Prepararemos la cubierta de nubes en los lugares adecuados del Artico. Trabajaremos en el Anticiclón de sobre los Apalaches, al mismo tiempo… Trataremos de debilitarlo lo bastante para que se rompa naturalmente y t. reconstruya sobre el Océano. Una vez tengamos las cosas en marcha por el sistema adecuado, la atmósfera volverá a recuperar su equilibrio ordinario y quedará vencida la sequía.
— Lo dices como si fuese fácil — comenté.
— Seguro. Es como construir la primera bomba atómica. — siguió durante una hora evaluando las cosas que había que hacer: se incluían modificaciones del tiempo en Canadá y Groenlandia, al igual que sobre el Océano. Esbozó el trabajo que había que realizar en tierra, mar y aíre.
Yo empezaba a sentirme mareado.
Pero necesitaremos la cooperación de la Marina, la Aviación, la Comisión de Energía Atómica y el Departamento de Estado, ¡sólo para empezar! ¿Y qué hay de los canadienses y de los daneses? ¿O de las Naciones Unidas…?
Se rió.
— Esos no son problemas técnicos, viejo amigo. Te digo lo que necesitamos. El cómo conseguirlo, te corresponde a ti.
— Muchísimas gracias. ¿Deseas algo más?
No debiera haberlo preguntado. Se necesitó el resto de la mañana para que acabase de decírmelo.
— ¡Ted, eso va a costar centenares de millones!.
— ¡Cáscaras! Sólo trabajaremos lo bastante para que la atmósfera vuelva a su equilibrio normal. Luego la dejaremos en paz. Costará tres meses, quizá menos. Y lo que nos gastemos será una insignificancia comparado con lo que está costando la sequía.
— ¿Y en realidad puedes hacerlo?
Tul contestó:
— Será algo más difícil de lo que nuestro optimista jefe cree, pero, esencialmente, no se equivoca. Es posible.
Ted sonrió.
— Gracias por el voto de confianza.
Emocionalmente empezaba yo a darme cuenta de lo que me habían dicho. Hablar del control del tiempo y del alivio de la 'sequía es una cosa, pero ver en la actualidad cómo el proyecto tomaba forma, contemplar los planos preparados para trasladar la lluvia de un lugar a otro…
Me aparté del escritorio de Ted, acercándome a la gigantesca pantalla, fascinado por sus flechas giratorias y sus símbolos.
— ¡Ted… esto… esto es maravilloso!
— Comprendo que te impresione — asentí -. Me hace sentir como el tipo que subió por primera vez al Everest. ¿Eh? Oh, te refieres a Hillary.
— O a Tenshing Norkay — dijo Tuli.
Tenshing, ése. El "sherpa" — Ted se sentó en el borde del escritorio, contrayendo los ojos como si tratase de imaginarse la escena -. Nació allí mismo, bajo la montaña — Se pasó toda la vida mirándola. Nadie habla llegado a la cumbre. Pero él sí, llegó por su energía.
El redondo rostro de Tuli mostraba una expresión de solemnidad.
— Algún día sentiremos lo mismo.
— Algún día, pronto — añadió Ted -. Nadie ha sido capaz de cambiar el tiempo, pero nosotros lo haremos, amigos. Seguro como que llueve los fines de semana que lo lograremos. ¡Así que… al trabajo!
Y lo hicimos. 'Todos nos lanzamos a la tarea con una ansiedad que yo jamás había visto. Era como si hubiésemos estado cazando a un artero animal salvaje, siguiendo las huellas durante una eternidad y ahora le tuviéramos cercado y a punto de matarle. La excitación chisporroteaba por todo el laboratorio. Ted y Tuli empezaron a trabajar elaborando los detalles exactos de las misiones de modificación que ellos dirigirían: los productos químicos a utilizar, las cantidades, los aviones necesarios, los días en que trabajarían, los efectos que obtendrían. El personal administrativo empezó a laborar consiguiendo hombres y materiales que serian necesarios.
Pero por debajo de todo, yo sentía la enfermiza sensación de que eso nunca tendría lugar. Soñaba mucho en Rossman; a cada giro que dábamos, según parecía en mis pesadillas, Rossman nos bloqueaba el paso, interponiéndose entre nosotros y nuestra meta.
La pesadilla empezó a cobrar realidad.
Llevábamos meses efectuando experimentos de siembra en mar abierto, trabajando en una licencia mensual concedida por ESSA. Sin ella teníamos prohibido efectuar ninguna siembra. Nuestra solicitud para el mes de septiembre nos fue devuelta.
Denegada.
Era una petición de rutina, exactamente igual que aquellas que enviamos desde principios de primavera. Pero ESSA la rechazó. Tomé el tren subterráneo hasta Washington a la mañana siguiente.
Hacia un calor brutal en la capital: incluso los taxis con aire acondicionado estaban pegajosos y malolientes. Los árboles aparecían pardos por la falta de agua, las aceras brillaban bajo el calor de fines de agosto.
Parecía ser que todos los miembros de ESSA estaban fuera de la ciudad. Es decir, aquellos a quienes quise ver. Un taxi me llevó por la calcinante urbe hasta el Pentágono. Por lo menos los militares tuvieron la cortesía de recibirme. Pero el personal de Marina se negó llanamente a cooperar con el trabajo modificativo de Eolo y los oficiales de la Aviación dijeron que trabajarían con el Departamento de Meteorología, pero no con una empresa particular… a menos que el Gobierno diese su aprobación para nuestras operaciones de combatir la sequía.