Ted escuchó en silencio, luego dijo:
— De acuerdo, están pasando ustedes un mal año allí. Necesitan algo más que predicciones seguras. Les hace falta control del tiempo.
— Le pregunté al doctor Rossman acerca de esa y me dijo que es imposible.
— Cierto, lo es… para él.
— ¿Y para usted?
Se inclinó más sobre la mesa, bajando la voz en la creciente tranquilidad de la cafetería.
— Escuche, ¿qué se necesita para controlar el tiempo? Primero, una información detallada de lo que ocurre, el tiempo real del momento. Eso lo tenemos. Segundo, uno ha de ser capaz de efectuar cambios en el tiempo, cuando y donde se le antoje. Verdaderos cambios, no simples perturbaciones. Los tipos como Tuli y el doctor Barneveldt están dando vueltas a productos químicos estupendos para sembrar nubes y cambiar los equilibrios de energía. Y la Fuerza Aérea tiene lasers en órbita que freirían huevos desde dos mil kilómetros de distancia.
Tomó un trago de café, luego prosiguió:
— Tercero, se necesita conocer el presupuesto calórico de la atmósfera… el equilibrio energético… en todo el mundo. Ahora lo podemos hacer. Por fin, hay que ser capaces de predecir con exactitud qué tiempo hará en todo el mundo durante semanas o meses de anticipación. Luego se contemplan cuáles serán los efectos producidos por su cambio de tiempo. No puede uno atreverse a destrozar una tempestad si se tiene miedo de causar una ventisca de nieve en Florida.
Sonaba lógico.
Comprendo. Ahora ustedes trabajan en ese último apartado, las predicciones del tiempo a Largo Plazo con exactitud absoluta.
— A fines de la próxima semana sabremos si podemos conseguirlo. Creo que lo lograremos.
— ¿Y en verdad crees que las ecuaciones de turbulencia son la clave para las predicciones exactas a largo plazo? — preguntó Barney, con un ligero ceño, indicando concentración.
— Son la pura esencial — insistió Ted -. Escucha. El tiempo no es nada más que un flujo de aire turbulento… simplemente aerodinámica, más agua — se volvió hacia mi y continuó -: Es el agua lo que lo hace difícil… puede presentarse en forma de vapor, en estado liquido o sólido.:. es capaz de emitir calor o absorberlo… y, principalmente, lo que más queremos de una predicción del tiempo es información sobre cuándo y cuánta lluvia o nieve nos caerá encima. ¿De acuerdo?
Asentí.
— Está bien. A partir de un punto de, vista aerodinámico, el tiempo es sólo un problema de capas limítrofes… de aire que roza contra la superficie de la Tierra. Pero es una capa límite turbulenta, lo que hace más difícil el problema. Cuando nota usted el viento, raras veces es fuerte, continuado y de flujo firme, ¿verdad? Viene en ráfagas, en bocanadas, no siendo nunca el mismo durante más de un par de segundos. ¡Es turbulento!
— Flujo turbulento — explicó Tuli -, significa que el fluido se mueve en dos planos… horizontal y verticalmente. El aire se encuentra en movimiento turbulento a través de la troposfera, la parte inferior de la atmósfera. Por en cima de la tropopausa…
— Que es el límite superior de la troposfera — añadió Barney -. Usualmente a unos seis o doce mil metros de altura.
— Si — corroboró Tuli -. Por encima de la Tropopausa está la llamada estratosfera. El flujo de aire allí es casi enteramente laminar; mana horizontalmente, con poquisimo movimiento vertical.
La cabeza empezaba a darme vueltas.
— Aguarden un momento. Uno de ustedes, olvidé quién, dijo que el aire es un ruido. ¿Escuché de manera correcta?
— Los fluidos pueden ser líquidos, gases o plasmas — contestó Tuli.
— ¿Se forma ya una idea? — prosiguió Ted -. Lo que nosotros llamamos tiempo sólo ocurre en la troposfera… y es un flujo turbulento. Por encima de la tropopausa, no hay turbulencia y no se puede hablar de tiempo.
— Hay corrientes en chorro allá arriba — dijo Tuli -. Tienen un efecto considerable en el tiempo.
Seguro. Y si subes más hay efectos eléctricos en la ionosfera, y tempestades magnéticas de las llamas solares, y partículas cósmicas y otras cosas. Pero son efectos de segundo o tercer orden. No influyen d~ manera clara en el tiempo diario aquí abajo. Quizá, sin embargo, tengan efectos climatológicos de largo alcance.
— Pero el tiempo actual tiene lugar en el aire turbulento — dije, tratando de aclarar las cosas.
— Perfecto. Y porque es turbulento, no había manera cierta de predecirlo, hasta que los estudios de ese Instituto Kraichnan mostraron que se puede determinar lo que está ocurriendo en un flujo turbulento. Lo que yo he hecho es emplear el trabajo Kraichnan, aplicándolo a la predicción del tiempo. Si resulta, estaremos en posición real de predecir el tiempo, en vez de tratar de imaginárnoslo.
— Pero ¿cómo se efectúan ahora las predicciones del tiempo? Parecen ser muy buenas, aun prescindiendo de este asunto de la turbulencia.
Ted sonrió y se arrellanó en su silla.
— ¿Que cómo se hacen ahora? De muchas maneras; lanzando monedas al aire, realizando juegos de números en los computadores, esperando que te escuezan los callos o te duelan las rodillas…
— Ted, sé noble — dijo Tuli -. La técnica principal consiste en el método de persistencia…
— Uno mira al tiempo que hace a su alrededor — continuó Ted -, y trata de imaginarse qué es lo que viene en su dirección y lo deprisa que se mueve. La cosa se complica, pero resulta bastante bien en corto plazo… cosa de un par de días.
Tuli añadió:
— Podemos ver ahora a todo el globo en redondo, gracias a los satélites. Y los detallados modelos matemáticos permiten a los meteorólogos predecir con cierta exactitud cómo las conformaciones del tiempo se moverán a través de la superficie de la Tierra.
— Sigue habiendo mucho de presentimiento en esto insistió Ted.
Tuli asintió con la cabeza.
— Resulta algo azorador — dije. Mirando en mi torno pude ver que éramos los últimos en la cafetería.
— Van a cerrar — dijo Barney -. Si quieren que las mujeres de limpieza nos echen…
— Está bien, volvamos a trabajar — asintió Ted.
Nos levantamos y nos encaminamos hacia la puerta.
— ¿Hablaba usted en serio acerca de esa idea del control del tiempo? — le pregunté.
Por primera vez, Tuli dejó que una sonrisa rompiera su expresión estólida.
— Será mejor que le haga una pregunta más fuerte: como, por ejemplo, ¿intentas respirar esta tarde?
— Veo que entonces la cosa es definitiva — comenté mientras cruzábamos la puerta y entrábamos en el pasillo.
— Si funciona este esquema de la predicción — respondió Ted -, sólo necesitaremos una cosa más.
— ¿El qué?
— Permiso.
— ¿Nada más? Oh, el doctor Rossman se mostrarla encantado de darle a usted el visto bueno.
Ted sacudió la cabeza.
Se trata de una idea nueva. Y, lo que es peor, no es idea suya.
Se estaba edificando una montaña. Más enorme que los Alpes, más alta que el Himalaya, una montaña inmensa e invisible de aire que se formaba sobre el Océano Atlántico, entre las Bermudas y el continente de América. Desde una gran altura, el aire frío y denso se hundía, sobrepasado por su baja temperatura y se amontonaba en la superficie del océano. La montaña crecía y se extendía, tan real como un picacho de roca. Pero esta montaña se movía. Giraba en el sentido de las agujas del reloj, pivotando sobre el océano, los vientos esparciéndose desde sus bordes a través de la Tierra y el mar. El sistema de alta presión empujaba su frontera occidental a casi ciento cincuenta kilómetros tierra adentro do la costa americana. Aire cálido, semitropical del Caribe y del Golfo de Méjico era impulsado hacia el norte por el flujo giratorio en sentido do las agujas del reloj, marchando en chorro a través de la Costa Este, trayendo calor y humedad consigo. Parte del aire cálido, más ligero y más boyante que la montaña de alta presión, cabalgaba sobre el más frío, sobre la masa de aire más denso. Mientras subía se enfriaba; el vapor de agua que llevaba se condensaba y caía come chubascos. Los meteorólogos hablaban de la Alta Presión de las Bermudas. Pero la gente do las calles de Boston dijo simplemente: "La primavera está aquí; ya era hora que viniese."