—Es muy fácil. La señorita Hooker estaba de visita allá en el pueblo…

—Sí, en el desembarcadero de Booth… sigue.

—Estaba allí de visita en el desembarcadero de Booth y justo a media tarde se puso en marcha con su negra en el transbordador de caballos para pasar la noche en casa de su amiga, la señorita como se llame —no lo recuerdo—, y perdieron el timón y empezaron a dar vueltas y bajaron flotando, de popa, y se quedaron enganchadas en el barco naufragado, y el del transbordador y la negra y los caballos se perdieron, pero la señorita Hooker se agarró y se subió al barco. Bueno, como una hora después llegamos nosotros en nuestra gabarra de mercancías y estaba tan oscuro que no vimos el barco hasta que chocamos con él y nos quedamos enganchados, pero nos salvamos todos salvo Bill Whipple, con lo bueno que era… casi hubiera preferido ser yo, de verdad.

—¡Por Dios! Es lo más raro que he oído en mi vida. Y entonces, ¿qué hicisteis?

—Bueno, gritamos y armamos mucho ruido, pero ahí el río es tan ancho que no nos oía nadie. Así que padre dijo que alguien tenía que ir a la costa a buscar ayuda. Yo era el único que sabía nadar, por eso me vine, y la señorita Hooker dijo que si no encontraba ayuda antes, que viniese aquí a buscar a su tío, que él lo arreglaría todo. Llegué a tierra una milla más abajo y vengo andando desde entonces, tratando de que la gente haga algo, pero todos dicen: «¿Qué? ¿con una noche así y con esta corriente? No tiene sentido; vete a buscar el transbordador de vapor». Si quisiera usted ir y…

—Por Dios que me gustaría y, dita sea, no sé si voy a ir, pero, ¿quién diablo lo va a pagar? ¿Crees que tu papá…?

—Bah, eso está arreglado. La señorita Hooker dijo que su tío Hornback…

—¡Diablos! ¿Ése es tío suyo? Mira, ve a esa luz que ves allá y gira al oeste al llegar, y aproximadamente un cuarto de milla después llegas a la taberna; diles que te lleven a toda prisa a casa de Jim Hornback y que él lo pagará todo. Y no pierdas el tiempo, porque querrá tener la noticia. Dile que tendré a su sobrina a salvo antes de que él pueda llegar al pueblo. Ahora vete rápido; voy ahí a la vuelta a despertar a mi maquinista.

Salí hacia la luz, pero en cuanto él se dio la vuelta retrocedí, me metí en el bote, achiqué el agua y luego me introduje en la parte tranquila del río a unas seiscientas yardas y me escondí entre algunos botes de madera, porque no podía quedarme tranquilo hasta ver que el transbordador se ponía en marcha. Pero, en general, me sentía bastante bien por haberme preocupado tanto de la banda, aunque mucha gente no lo hubiera hecho. Ojalá lo hubiera sabido la viuda. Pensé que estaría orgullosa de mí por ayudar a aquellos sinvergüenzas, porque los sinvergüenzas y los tramposos son la gente por la que más se interesan la viuda y la gente buena.

Bueno, en seguida apareció el barco naufragado, todo oscuro y apagado, que iba deslizándose a la deriva. Me recorrió el cuerpo un sudor frío y me dirigí hacia él. Estaba muy hundido, y al cabo de un momento vi que no había muchas posibilidades de que quedara nadie vivo a bordo. Le di una vuelta entera y grité un poco, pero no respondió nadie; había un silencio sepulcral. Me sentí un poco triste por los de la banda, aunque no mucho, pues calculé que si ellos podían aguantarlo yo también.

Entonces va y aparece el transbordador, así que me fui hacia la mitad del río, en una larga deriva aguas abajo, y cuando me pareció que ya no se me podía ver levanté los remos para mirar hacia atrás y vi que el transbordador daba vueltas y buscaba en torno al barco los restos de la señorita Hooker, porque el capitán sabría que su tío Hornback querría verlos, y después en seguida el transbordador abandonó y se dirigió a la costa; yo me puse a mi trabajo y bajé a toda velocidad por el río.

Me pareció que pasaba muchísimo tiempo hasta ver la luz de Jim, y cuando por fin apareció daba la sensación de estar a mil millas. Cuando llegué, el cielo estaba empezando a ponerse un poco gris hacia el este, así que nos dirigimos hacia una isla y escondimos la balsa, hundimos el bote, nos acostamos y nos quedamos dormidos como troncos.

Capítulo 14

Después, cuando nos levantamos, miramos en qué consistía el botín que había robado la banda en el barco naufragado y encontramos botas y mantas y ropa y toda clase de cosas distintas, un montón de libros y un catalejo y tres cajas de cigarros. Ninguno de los dos habíamos sido nunca así de ricos en la vida. Los cigarros eran de primera. Nos pasamos todo el principio de la tarde en el bosque, charlando, y yo leyendo los libros y en general pasándolo bien. Le conté a Jim todo lo ocurrido en el barco y en el transbordador y dijo que esas cosas eran aventuras, pero que no quería más. Dijo que cuando yo me metí en la cubierta superior y él se volvió a rastras a la balsa y vio que había desaparecido casi se muere, porque pensó que pasara lo que pasara para él ya había acabado todo, pues si no se salvaba se ahogaría, y si se salvaba el que lo viera lo devolvería a casa para cobrar la recompensa y entonces seguro que la señorita Watson lo vendía en el Sur. Bueno, tenía razón; casi siempre tenía razón; tenía una cabeza de lo más razonable para un negro.

Le leí a Jim muchas cosas sobre reyes y duques y condes y todo eso, y lo bien que se vestían y lo elegantes que se ponían y cómo se llamaban unos a otros «su majestad», «su señoría», «su excelencia» y todo eso, en lugar de «señor», y a Jim se le salían los ojos y estaba muy interesado. Va y dice:

—No sabía que había tantos. Casi nunca había oído hablar de ellos, más que del viejo aquel del rey Salamón, sin contar los reyes de la baraja. ¿Cuánto cobra un rey?

—¿Cobrar? —digo yo—; pues lo menos mil dólares al mes si quieren; pueden llevarse lo que quieran; todo es suyo.

—Estupendo, ¿no? Y ¿qué tienen que hacer, Huck?

—¡No hacen nada! ¡Qué cosas dices! Están ahí y nada más.

—No; ¿de verdad?

—Pues claro que sí. No hacen más que estar ahí, salvo a lo mejor cuando hay guerra; entonces se van a la guerra, o si no van de caza. Sí, con halcones y todo eso… ¡Shhh! ¿no has oído un ruido?

Salimos del bosque a mirar, pero no había nada más que el paleteo de la rueda de un buque de vapor a lo lejos, que daba la vuelta a la punta, así que volvimos.

—Si —dije—, y otras veces, cuando las cosas están aburridas, se meten con el Parlamento, y si no hacen las cosas como quieren ellos, les cortan la cabeza. Pero donde más tiempo pasan es en el harén.

—¿En el qué?

—En el harén.

—¿Qué es el harén?

—Donde tienen a sus mujeres. ¿No sabes lo que es el harén? Salomón tenía uno donde había por lo menos un millón de mujeres.

—Pues es verdad; me… me se había olvidado. Un harén es una pensión, supongo. Seguro que en el cuarto de los niños hay mucho jaleo. Y seguro que las mujeres se pelean mucho, de forma que hay más jaleo. Pero dicen que el Salamón era el hombre más sabio que ha vivido. Yo no me lo acabo de creer, porque, ¿para qué iba un tío tan sabio a querer vivir en medio de todo aquel escándalo? No… seguro que no. Un hombre sabio se haría construir una fábrica de calderas y entonces podría apagarlo todo cuando quisiera descansar.


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