Por suerte, el hombre no esperaba que le contestara.

– Estoy muerto de sed -anunció, y señaló con la cabeza el salón del que Jordan acababa de salir-. Me sentaría bien un refresco.

– Sí, claro. Acompáñeme, por favor.

La tomó del brazo y dirigió una mirada desconfiada hacia atrás mientras caminaban.

– Soy profesor de historia en el Franklin College de Tejas -explicó a Jordan-. ¿Conoce esa universidad?

– No -admitió la joven.

– Es muy buena. Está en las afueras de Austin. Yo enseño historia medieval, o por lo menos, lo hacía hasta que heredé una cantidad inesperada de dinero y decidí dejar de trabajar un tiempo. Tomarme un período sabático. Verá -prosiguió-, hará unos quince años empecé a investigar la historia de mi familia. Ha sido una afición muy estimulante para mí. ¿Sabía que existe una enemistad entre nosotros? -No le dio tiempo a contestar-. Quiero decir, una enemistad entre los Buchanan y los MacKenna. Si la historia significa algo, esta boda no debería haberse celebrado nunca.

– ¿Debido a una enemistad?

– Exacto, corazón.

Muy bien, ya era oficial: estaba chiflado. De repente, Jordan agradeció que el agente federal lo hubiera cacheado para comprobar si llevaba un arma escondida, y empezó a inquietarle estar hablando con él en el salón, en especial si tenía intención de montar una escena. Por otra parte, parecía inofensivo, y conocía a Isabel… Por lo menos, eso había dicho.

– En cuanto a Isabel… -empezó a decir, decidida a averiguar de qué conocía el profesor a la hermana de Kate.

Pero el hombre estaba tan concentrado en su historia que no la escuchó.

– Esta enemistad existe desde hace siglos, y cada vez que creo haber llegado a su origen, va y resulta que me encuentro con otra contradicción. -Asintió varias veces con fuerza y, después, dirigió otro vistazo rápido hacia atrás como si temiera que alguien fuera a acercársele sigilosamente-. Me enorgullece decir que he seguido el rastro de la enemistad hasta el siglo xiii -se jactó.

En cuanto se detuvo para tomar aliento, Jordan sugirió que fueran a buscar a Isabel.

– Estoy segura de que estará encantada de verlo -comentó.

«O más bien horrorizada», pensó.

Recorrieron el pasillo y entraron en el salón justo cuando un camarero pasaba con una bandeja de plata llena de copas de champán. El profesor tomó una, se tragó el contenido y alargó rápidamente la mano para tomar otra.

– Caramba, qué refrescante. ¿Hay comida? -preguntó sin rodeos.

– Sí, por supuesto. Venga, le encontraremos un asiento en una de las mesas.

– Gracias -dijo, pero no se movió-. En cuanto a la señorita MacKenna, el caso es que todavía no la conozco. -Recorrió el salón con la mirada mientras hablaba-. De hecho, tendrá que decirme quién es. Hace cierto tiempo que nos escribimos, pero no tengo ni idea de qué aspecto tiene. Sé que es joven y que este año irá a la universidad -añadió. Dirigió una mirada astuta a Jordan antes de seguir-: Me imagino que se estará preguntando cómo di con ella para empezar. -Antes de que Jordan pudiera responderle, se pasó el grueso portafolios de un brazo al otro e hizo un gesto a un camarero para que le acercara otra bebida-. Tengo por costumbre leer todos los periódicos que puedo. Me gusta estar al día. Evidentemente, leo los principales periódicos por Internet. Lo leo todo, desde la política hasta las necrológicas, y retengo en la memoria la mayor parte de lo que leo -se jactó-. No miento. Jamás olvido nada. Mi cerebro es así. También he estado estudiando la historia de mi familia, y vinculada a ella, está la propiedad de una cañada: Glen MacKenna. En el registro averigüé que la señorita MacKenna heredará esas estupendas tierras de aquí a unos años.

– Tengo entendido que el tío abuelo de Isabel le dejó un terreno de tamaño considerable en Escocia -asintió Jordan.

– Glen MacKenna no es un terreno cualquiera, corazón -la reprendió, del modo en que un profesor sermonea a uno de sus alumnos-. Esas tierras están relacionadas con la enemistad, y la enemistad está relacionada con esas tierras. Los Buchanan y los MacKenna están en guerra desde hace siglos. No sé cuál fue el origen exacto de la disputa, pero tiene algo que ver con un tesoro que los infames Buchanan robaron en la cañada, y estoy resuelto a averiguar qué era y cuándo se lo llevaron.

Jordan no hizo caso del insulto a sus antepasados y retiró una silla para que el profesor se sentara en la mesa más cercana. El hombre dejó caer en ella el portafolios.

– La señorita MacKenna ha mostrado mucho interés en mis investigaciones -dijo-. Tanto que la he invitado a venir a verme. No podría traerlo todo aquí, ¿sabe? Llevo años indagando al respecto.

Como la observaba expectante, Jordan supuso que esperaba alguna clase de respuesta, de modo que asintió y preguntó:

– ¿Dónde vive usted, profesor?

– En medio de ninguna parte -sonrió y, acto seguido, aclaró-: Debido a mi situación financiera… a mi herencia -se corrigió-, he podido trasladarme a un pueblo tranquilo llamado Serenity, en Tejas. Me paso los días leyendo e investigando -añadió-. Me gusta la soledad, y el pueblo es realmente un oasis. Sería un sitio encantador para vivir en él el resto de mi vida, pero seguramente volveré a Escocia, donde nací.

– ¿Cómo? ¿Va a volver a Escocia? -dijo Jordan mientras buscaba con la mirada a Isabel por el salón.

– Sí, así es. Quiero visitar todos los sitios sobre los que he leído cosas. No los recuerdo. -Señaló el portafolios-. He escrito parte de nuestra historia para la señorita MacKenna. La mayoría del dolor que ha tenido que soportar el clan MacKenna ha sido culpa del clan Buchanan -afirmó a la vez que la señalaba con un dedo acusador-. Quizá también quiera usted echar un vistazo a mi investigación, pero le advierto que ahondar en estas leyendas y tratar de llegar al fondo de las cosas puede convertirse en una obsesión. Aunque también es una forma encantadora de olvidar la monotonía de la vida diaria. Incluso puede llegar a ser una pasión.

Menuda pasión. Como matemática e informática, Jordan trataba con hechos y no con cosas abstractas, con fantasías. Podía diseñar cualquier programa empresarial junto con el software informático correspondiente. Le encantaba resolver rompecabezas. No se le ocurría una mayor pérdida de tiempo que investigar leyendas, pero no iba a iniciar una discusión bizantina con el profesor. Iba a encontrar a Isabel lo más rápido posible. Después de dejar en una mesa al profesor MacKenna con un plato de comida delante, inició su búsqueda.

Isabel estaba fuera, y a punto de sentarse, cuando Jordan la sujetó por un brazo.

– Ven conmigo -la instó-. Tu amigo el profesor MacKenna ha llegado. Tienes que ocuparte de él.

– ¿Está aquí? ¿Ha venido? -Parecía estupefacta.

– ¿No lo invitaste?

Negó con la cabeza. Luego, cambió de parecer.

– Espera. Puede que lo hiciera, pero no formalmente. Quiero decir que no estaba en la lista. Hemos estado en contacto, y le mencioné dónde se celebraría la boda y el banquete porque me escribió que recorrería Carolina del Norte y del Sur, y que estaría en esta zona más o menos por estas fechas. ¿Y dices que se ha presentado? ¿Cómo es?

– Es difícil de describir -sonrió Jordan-. Tendrás que verlo por ti misma.

– ¿Te habló del tesoro? -preguntó Isabel mientras seguía a Jordan hacia el interior.

– Un poco -dijo Jordan.

– ¿Y de la enemistad? ¿Te ha dicho que los Buchanan y los MacKenna han estado siempre peleando? Esa enemistad existe desde hace siglos. Como voy a heredar Glen MacKenna, quiero saber todo lo posible sobre la historia.

– Pareces entusiasmada -comentó Jordan.

– Lo estoy. Ya he decidido que me voy a especializar en historia y a elegir música como segunda especialidad. ¿Ha traído el profesor documentos de su investigación? Me explicó que tenía cajas y cajas…

– Ha traído un portafolios.


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