– Tiene razón -Nick estuvo de acuerdo-. Seguro que te aburres. Lo único que tenías era tu empresa, y ahora que la has vendido…
– ¿Qué quieres decir?
– Que por fuerza tienes que aburrirte -dijo Nick a la vez que se encogía de hombros.
– Que no me gusten las mismas cosas que a vosotros dos no significa que me aburra ni que sea desdichada. Tengo una maravillosa vida social y…
– Un muerto tendría una vida social mejor que la tuya -la interrumpió Noah.
– No te diviertes demasiado, ¿verdad? -corroboró Nick.
– Claro que sí. Me encanta leer y…
Vio que los dos hombres esbozaban una sonrisa burlona. Eran unos patanes asquerosos, y lo iba a decir cuando Nick soltó:
– Es verdad que te gustan los libros. ¿Cuál estabas leyendo hace un par de días?
– No me acuerdo. Leo muchos.
– Yo sí me acuerdo -intervino Noah con la voz áspera de placer-. Nick, Dylan y yo volvíamos de pescar, y tú estabas sentada en el porche leyendo las obras completas de Stephen Hawking.
– Eran fascinantes. -Su comentario a la defensiva les pareció gracioso-. Dejad de tomarme el pelo y largaos. Vamos.
Podría haber elegido mejor el momento para pedirles que se fueran. En cuanto terminó de hablar, observó que Dan volvía a acercarse a ella. Así que sujetó el brazo de Noah. Estaba segura de que él sabía qué estaba haciendo y por qué (habría tenido que ser ciego para no ver que Dan se dirigía hacia ellos), pero no hizo ningún comentario al respecto.
– Tu hermana vive en una burbuja -afirmó en cambio.
– Jordan, ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo sólo por pura diversión? -coincidió Nick.
– Hago muchas cosas por pura diversión.
– Permíteme que reformule la pregunta. ¿Cuándo hiciste algo divertido que no tuviera nada que ver con un ordenador, un chip o un programa informático?
Jordan abrió la boca para responder y volvió a cerrarla. No se le ocurría nada, pero estaba segura de que sólo era por la presión a la que estaba sometida en ese momento.
– ¿Has hecho alguna vez algo que no fuese práctico? -quiso saber Noah.
– ¿Qué lógica tendría hacerlo? -preguntó ella.
Noah se volvió hacia Nick.
– ¿Habla en serio? -se sorprendió.
– Me temo que sí -contestó este último-. Antes de que mi hermana se plantee hacer algo, tiene que analizar todos los datos, calcular las probabilidades estadísticas de éxito…
Los dos hombres se lo estaban pasando de maravilla atormentándola y lo habrían seguido haciendo si su jefe, el doctor Peter Morganstern, no se hubiese reunido con ellos. Llevaba un plato con dos pedazos de pastel de boda.
Morganstern se había convertido en un buen amigo de la familia y no se habría perdido la boda por nada del mundo. Jordan lo apreciaba y lo admiraba. Era un brillante psiquiatra forense que dirigía una unidad altamente especializada del FBI. Lo llamaban «departamento de búsqueda de desaparecidos». Su hermano Nick y Noah formaban parte del programa de Morganstern. Entre sus responsabilidades figuraba encontrar niños desaparecidos y explotados, y Jordan creía que ambos eran un factor importante del éxito del programa.
– Parece que los tres os lo estáis pasando muy bien.
– ¿Cómo soporta trabajar con ellos? -preguntó Jordan.
– Hay momentos en que me parece estar loco. Sobre todo con él -aseguró mientras señalaba a Noah con la cabeza.
– Lamento que usted y su mujer estuvieran sentados en la misma mesa que nuestra tía Iris, señor -comentó Nick-. ¿Se ha enterado de que es médico?
– Me temo que sí.
– Iris es una hipocondríaca obsesiva -le explicó Nick a Noah.
– ¿Qué probabilidades había de que el doctor Morganstern acabara sentado junto a ella? -preguntó Noah.
Todos se volvieron hacia la mesa de Morganstern, donde estaba sentada Iris.
– Una entre ciento setenta y nueve mil setecientas -respondió Jordan antes de poder contenerse.
Los tres hombres se giraron hacia ella.
– ¿Es una cifra exacta o una suposición? -quiso saber Morganstern, asombrado.
– Una cifra exacta basada en seiscientos invitados -contestó-. Nunca hago suposiciones.
– ¿Está así todo el tiempo? -se preguntó Noah en voz alta.
– Pues sí -aseguró Nick.
– Sólo porque se me den bien las matemáticas…
– Pero sin tener el menor sentido común -terminó Nick por ella.
– Me iría bien tenerte en mi equipo -dijo Morganstern-. Si alguna vez quieres cambiar de profesión, ven a trabajar para mí.
– No -dijo Nick de manera rotunda.
– Ni hablar -soltó Noah al mismo tiempo.
Morganstern se volvió hacia Jordan y le guiñó el ojo con complicidad.
– No la pondría sobre el terreno enseguida. Tendría que entrenarse exhaustivamente, como vosotros dos. -Pareció plantearse un segundo o dos la posibilidad y después, añadió-: Tengo la impresión de que podría funcionar. Creo que Jordan le resultaría útil a la unidad.
– Señor, ¿no hay una norma que impide que dos miembros de la misma familia trabajen juntos?
– Yo no tengo esa norma -indicó Morganstern-. No tendría que pasar por la academia. La entrenaría yo mismo.
– Sigue sin ser una buena idea, señor -insistió Noah, que parecía consternado, mientras Nick asentía enérgicamente para corroborar esas palabras.
Jordan se volvió exasperada hacia Noah.
– Escucha, señor Metomentodo -soltó-, esto no es asunto tuyo. Soy yo quien tiene que decidir.
Morganstern parecía fascinado por la reacción de Noah a su propuesta.
– ¿Iría armada? -se interesó Jordan.
– Ni hablar -dijo Nick.
– No coordinas y eres más ciega que un topo -intervino Noah-. Te dispararías a ti misma -predijo.
Jordan le sonrió a Morganstern.
– Ha sido un placer hablar con usted -comentó-. Y ahora, si me disculpa, me gustaría alejarme de estos dos cretinos.
– Ven -soltó Noah, que la había sujetado por un brazo-. Vamos a bailar.
Como ya la llevaba hacia la pista de baile, a Jordan le pareció inútil discutir. La novia había convencido a su hermana para que cantara. Isabel tenía una voz preciosa, y cuando empezó a entonar la balada favorita de Kate, se hizo el silencio entre los invitados. Tanto los jóvenes como los mayores estaban fascinados con ella.
Noah rodeó a Jordan con los brazos y la estrechó contra su cuerpo. La joven tuvo que admitir que no era del todo desagradable. Le gustaba sentir la calidez de su cuerpo en contacto con ella. Y también su olor. La fragancia que llevaba era de lo más sexy.
– No te estarás planteando en serio trabajar para Morganstern, ¿verdad? -preguntó Noah sin dejar de observar algo situado detrás de ella.
De hecho, parecía un poco preocupado, de modo que Jordan no pudo evitar provocarle un poquito.
– Sólo si puedo trabajar contigo.
– Imposible -aseguró él con una sonrisa-. Pero hablarás en broma, ¿no?
– Sí -concedió Jordan-. No me planteo trabajar para el doctor Morganstern. ¿Contento?
– Yo siempre estoy contento.
Jordan entornó los ojos. Madre mía, qué ego.
– Por cierto -dijo-, el doctor Morganstern no hablaba en serio. Sólo quería pincharos a ti y a Nick. Y lo ha conseguido. Os habéis puesto nerviosísimos.
– El doctor Morganstern no pincha nunca, y yo jamás me pongo nervioso.
– Bueno, aunque no os hubiese estado pinchando, yo no me plantearía trabajar para él.
Noah esbozó una sonrisa, y por un breve instante, Jordan olvidó lo irritante que podía resultar.
– Ya me imaginaba que no te interesaría.
– ¿Por qué estamos teniendo esta conversación entonces? -soltó, enojada-. Si sabías la respuesta, ¿por qué me has preguntado?
– Para asegurarme. Nada más.
Siguieron la música medio minuto, y cuando por fin se estaba relajando, Noah lo estropeó todo.
– Lo harías fatal, por cierto.
– ¿A qué te refieres?
– Al trabajo -dijo Noah.
– ¿Cómo puedes saber si lo haría bien o mal?
– Lo sé porque no te sales nunca de tu ámbito natural.