Tras el cuarto timbre, saltó el buzón de voz. Dejó su nombre y su número, y cuando se estaba guardando el móvil en el bolso, sonó. El profesor debía de haber recibido su llamada.
– ¿Señorita Buchanan? Soy el profesor MacKenna. Tengo que darme prisa. ¿Cuándo quiere que nos veamos? ¿Le va bien a la hora de la cena? Sí, cenemos. Nos encontraremos en The Branding Iron. Está en Third Street. Vaya hacia el oeste; no tiene pérdida. Es un motel muy bonito. Puede registrarse, refrescarse y reunirse conmigo a las seis. No llegue tarde.
Colgó antes de que pudiera decir nada. Parecía nervioso, quizá preocupado. Jordan sacudió la cabeza. Había algo que la inquietaba. No estaba segura de si se trataba simplemente de que era un hombre tan nervioso que siempre miraba hacia atrás como si esperase que alguien fuera a atacarlo o si había algo más; algo que no sabría definir. Daba igual, su filosofía era sencilla: más vale prevenir que curar, así que sólo se reuniría con él en un lugar público.
Y, para ser más concretos, en un lugar público con aire acondicionado. Tenía calor, estaba sudada y procuraba con todas sus fuerzas no sentirse abatida. Se dijo que tenía que pensar en cosas positivas. Después de ducharse y cambiarse de ropa, se sentiría mucho mejor.
Continuaba deseando volver a conducir para regresar antes a Boston, pero lo descartaba. El coche alquilado tenía muchas probabilidades de averiarse en la carretera, e imaginarse tirada en mitad de la noche le daba escalofríos. No, lo descartaba totalmente. Además, se lo había prometido a Isabel, y no podía faltar a su palabra. De modo que vería al profesor chiflado, hablaría con él sobre su investigación durante la cena, obtendría fotocopias de sus documentos y se iría de Serenity a primera hora de la mañana.
Perfecto, ya se sentía mejor. Ya se había decidido y tenía un plan.
– Oh, no -susurró.
El plan se desmoronó cuando llegó al estacionamiento del motel y echó un buen vistazo al antro que el profesor MacKenna le había recomendado. Estaba segura de que Norman Bates dirigía el negocio.
El camino de entrada era un foso de grava que conducía hasta cada una de las unidades. Había ocho en total, situadas unas junto a otras como las cajas de un almacén. Tenían la pintura blanca desconchada, y la única ventana de cada una de ellas estaba recubierta de mugre. No quería imaginar lo horrendas que debían de ser las habitaciones. Hasta las chinches huirían de un lugar así. No tenía la categoría suficiente para ellas.
Pero podría soportarlo una noche, ¿no?
– No -dijo en voz alta.
Seguro que encontraría algo mejor; un lugar donde no le diera miedo ducharse.
Jordan no se consideraba una niña mimada ni una esnob. No le importaba que el motel fuese un poco ruinoso, pero lo quería limpio y seguro. Y ese sitio no cumplía ninguno de esos dos requisitos. Como no tenía intención de pasar la noche en él, no necesitaba ver las habitaciones.
Detuvo el coche y se asomó por la ventanilla para echar un buen vistazo al restaurante situado en la acera de enfrente. Cometió el error de apoyar el brazo en el borde caliente de metal. Dio un respingo y metió el brazo de golpe en el coche.
The Branding Iron le recordó un tren porque el edificio era largo y estrecho, y tenía el techo cóncavo. Junto a la calle había un rótulo con una herradura de neón púrpura. Supuso que quería ser un hierro de marcar en referencia al nombre del local, que significaba eso en inglés.
Ahora que ya se había orientado y que sabía dónde estaba el restaurante, salió del estacionamiento y siguió adelante. Estaba casi segura de que la empresa de alquiler de automóviles no tenía ninguna sucursal en Serenity, lo que significaba que tendría que apechugar con esa cafetera hasta llegar a una ciudad más grande, y la más cercana estaba a más de ciento cincuenta kilómetros de distancia. Decidió que en cuanto se hubiese registrado en un motel, llamaría a la agencia de alquiler, buscaría un mecánico para que le arreglara el radiador y compraría diez litros de agua antes de marcharse del pueblo. La idea de conducir un coche que tenía problemas mecánicos en medio de la nada la ponía nerviosa. Se dijo que primero iría al mecánico. Y, después, decidiría. Podría dejar el coche allí y tomar el tipo de transporte público que existiera. Seguro que habría autobuses de línea o trenes, o algo.
Pronto llegó a un puente de madera con una señal que anunciaba que estaba cruzando Parson's Creek. El riachuelo no contenía una sola gota de agua, y cuando recorría el puente, leyó un aviso colocado en la barandilla que indicaba que el paso estaba prohibido cuando el río estaba crecido. Pensó que ese día no había de qué preocuparse; el riachuelo estaba tan vacío como parecía estarlo el pueblo.
Al otro lado del puente, la saludó una señal de madera pintada de verde bosque con unas llamativas letras blancas: BIENVENIDOS A SERENITY, CONDADO DE GRADY, TEJAS. POBLACIÓN: 1,968 HABITANTES. En letras más pequeñas, pintadas a mano, se leían las palabras: «Nueva ubicación del Instituto "Bulldogs", del Condado de Grady».
Cuanto más al este conducía, más grandes eran las casas. Se paró en una esquina, oyó risas y gritos de niños, y se volvió hacia el origen del sonido. A su izquierda había una piscina.
«Por fin», pensó. Había dejado de sentir que estaba en un cementerio. Había gente, y ruido. Las mujeres tomaban el sol mientras sus hijos retozaban en el agua, y el vigilante, achicharrado, estaba sentado en su puesto de observación, medio dormido.
La transformación después de cruzar el puente de un condado a otro era asombrosa. En este lado del pueblo, la gente regaba el césped. El área estaba limpia, las casas bien conservadas, las calzadas y las aceras, nuevas. Había signos evidentes de comercio, con tiendas abiertas a ambos lados de la vía pública. A la izquierda, una tienda de belleza, una ferretería y una aseguradora, y a la derecha, un bar y un anticuario. Al final de la manzana, el restaurante Jaffee's Bistro tenía mesas y sillas fuera, bajo un toldo verdiblanco, pero Jordan no se imaginaba que nadie quisiera sentarse en ellas con el calor que hacía.
El cartel de la puerta anunciaba «Abierto». Sus prioridades cambiaron al instante. En ese momento, las palabras «aire acondicionado» sonaban a gloria, lo mismo que una buena bebida fresca. Ya encontraría después un mecánico y un motel.
Estacionó el coche, tomó el bolso y el maletín con el portátil, y entró. La ráfaga de aire fresco hizo que le temblaran las rodillas. Fue una sensación maravillosa.
Una mujer que enrollaba cubiertos con servilletas alzó los ojos al oír abrirse la puerta.
– La hora del almuerzo se ha acabado, y todavía no servimos cenas. Le puedo preparar una buena taza de té helado si quiere.
– Sí, por favor. Eso sería estupendo -respondió Jordan.
El lavabo de señoras estaba en un rincón. Después de lavarse las manos y la cara, y de pasarse un peine por el pelo, volvió a sentirse humana.
Había unas diez mesas con manteles a cuadros y cojines a juego en las sillas. Eligió una mesa en el rincón. Podía mirar por la ventana, pero el sol no le daba en la cara.
La camarera regresó un minuto después con una taza de té helado, y Jordan le preguntó si tenía una guía telefónica.
– ¿Qué está buscando, preciosa? -preguntó la mujer-. Quizá pueda ayudarla.
– Necesito encontrar un taller mecánico -explicó-. Y un motel limpio.
– Eso es bastante fácil. Sólo hay dos talleres en el pueblo, y uno de ellos está cerrado hasta la semana que viene. El otro es el taller de Lloyd, y está a sólo un par de manzanas de aquí. El hombre tiene un carácter algo difícil, pero trabaja bien. Le traeré la guía para que busque su número.
Mientras esperaba, Jordan sacó el portátil y lo puso en la mesa. La noche anterior había tomado algunas notas y preparado una lista con las cosas que quería preguntarle al profesor, y pensó que podría repasarlas.