Inquirí al respecto. Permaneció callado. Tras una larga pausa le pregunté:
– ¿Qué clase de poder es un aliado?
– Ya te dije: es una ayuda.
– ¿Cómo ayuda?
– Un aliado es un poder capaz de llevar a un hombre más allá de sus propios límites. Así es como un aliado puede revelar cosas que ningún ser humano podría.
– Pero Mescalito también lo saca a uno de sus propios límites. ¿No lo convierte eso en un aliado?
– No. Mescalito te saca de ti mismo para enseñarte. Un aliado te saca para darte poder.
Le pedí explicarme el punto con más detalle, o describir la diferencia entre ambos efectos. Me miró largo rato y rió. Dijo que aprender por medio de la conversación era no sólo un desperdicio sino uno estupidez, porque el aprender era la tarea más difícil que un hombre podía echarse encima. Me pidió recordar la vez que traté de hallar mi sitio, y cómo quería yo encontrarlo sin trabajo porque esperaba que él me diese toda la información. Si lo hubiera hecho, dijo, yo jamás habría aprendido. Pero el saber cuán difícil era hallar mi sitio, y sobre todo el saber que existía, me darían un peculiar sentido de confianza. Dijo que mientras yo permaneciese enclavado en mi "sitio bueno" nada podría causarme daño corporal, porque yo tenía la seguridad de que en ese sitio específico me hallaba lo mejor posible. Tenía el poder de rechazar cuanto pudiera serme dañino. Pero si él me hubiese dicho dónde estaba el sitio, yo jamás habría tenido la confianza necesaria para considerar esto como verdadero saber. Así, saber era ciertamente poder.
Don Juan dijo entonces que, siempre que un hombre se propone aprender, debe laborar tan arduamente como yo lo hice para encontrar aquel sitio, y los límites de su aprendizaje están determinados por su propia naturaleza. Así, no veía objeto en hablar del conocimiento. Dijo que ciertas clases de saber eran demasiado poderosas para la fuerza que yo tenía: hablar de ellas sólo me acarrearía daño. Al parecer sintió que no había nada más que quisiera decir. Se levantó y fue rumbo a su casa. Le dije que la situación me abrumaba. No era lo que yo había pensado ni deseado.
Dijo que los temores son naturales; todos los sentimos y no podemos evitarlo. Pero por otra parte, pese a lo atemorizante que sea el aprender, es más terrible pensar en un hombre sin aliado o sin conocimientos.
III
Pasaron más de dos años entre el tiempo en que don Juan decidió instruirme acerca de los poderes aliados y el tiempo en que me consideró listo para aprender sobre ellos en la forma pragmática y partícipe que él consideraba aprendizaje; en dicho lapso definió gradualmente las características generales de los dos aliados en cuestión. Me preparó para el corolario indispensable de todas las verbalizaciones y la consolidación de todas las enseñanzas: los estados de realidad no ordinaria.
Al principio, se refería de un modo muy casual a los poderes aliados. Las primeras menciones, en mis notas, están intercaladas entre otros temas de conversación
Miércoles, 23 de agosto, 1961
– La yerba del diablo [toloache] era el aliado de mi benefactor. Podría haber sido también el mío, pero no me gustó.
– ¿Por qué no le gustó la yerba del diablo, don Juan?
– Tiene una desventaja seria.
– ¿Es inferior a otros poderes aliados?
– No. No me estás entendiendo. La yerba del diablo es tan poderosa como el mejor de los aliados, pero tiene algo que a mí en lo personal no me gusta.
– ¿Me puede decir qué es?
– Malogra a los hombres. Los hace probar el poder demasiado pronto, sin fortificar sus corazones, y los hace dominantes y caprichosos. Los hace débiles en medio de gran poder.
– ¿No hay alguna manera de evitarlo?
– Hay una manera de superar todo esto, pero no de evitarlo. Quien se hace aliado de la yerba debe pagar ese precio.
– ¿Cómo puede uno superar ese efecto, don Juan?
– La yerba del diablo tiene cuatro cabezas: la raíz, el tallo y las hojas, las flores, y las semillas. Cada una es diferente, y quien se haga su aliado tiene que aprenderlas en ese orden. La cabeza más importante está en las raíces. El poder de la yerba del diablo se conquista por las raíces. El tallo y las hojas son la cabeza que cura enfermedades; bien usada, esta cabeza es un don a la humanidad. La tercera cabeza está en las flores y se usa para volver locos a los hombres, o para hacerlos obedientes, o para matarlos. El hombre que tiene a la yerba de aliado nunca torna las flores, ni tampoco toma el tallo y las hojas, a no ser que esté enfermo, pero las raíces y las semillas se toman siempre, sobre todo las semillas: son la cuarta cabeza de la yerba del diablo, y la más poderosa de todas.
"Mi benefactor decía que las semillas son la 'cabeza sobria': la única parte capaz de fortificar el corazón del hombre. La yerba del diablo es dura con sus protegidos, decía él, porque busca matarlos aprisa, y por lo común lo logra antes de que puedan llegar a los secretos de la 'cabeza sobria'. Sin embargo, por ahí dicen que hubo hombres que averiguaron los secretos de la cabeza sobria. ¡Qué prueba para un hombre de conocimiento!"
– ¿Averiguó su benefactor tales secretos?
– No, él no.
– ¿Conoce usted a alguien que lo haya hecho?
– No. Pero vivieron en un tiempo en que ese saber era
importante.
– ¿Conoce a alguien que sepa de gente así?
– No, yo no.
– ¿Conocía a alguien su benefactor?
– El sí,
– ¿Por qué no llegó su benefactor a los secretos de la cabeza sobria?
– Domar la yerba del diablo para hacerla un aliado es una de las tareas más difíciles que conozco. Ella y yo, por ejemplo, jamás nos hicimos alianza, quizá porque nunca le tuve cariño.
– ¿Puede usted usarla todavía como aliado, aunque no le tenga cariño?
– Puedo, sólo que prefiero no hacerlo. Tal vez contigo sea diferente.
– ¿Por qué se llama yerba del diablo?
Don Juan hizo un gesto de indiferencia, alzó los hombros y permaneció callado algún tiempo. Finalmente dijo que "yerba del diablo" era su nombre de leche. Había, añadió, otros nombres para la yerba del diablo, pero no debían usarse porque el pronunciar un nombre era asunto serio, sobre todo si uno estaba aprendiendo a domar un poder aliado. Le pregunté por qué el pronunciar un nombre era cosa tan grave. Dijo que los nombres se reservaban para usarse sólo al pedir ayuda, en momentos de gran apuro y necesidad, y me aseguró que tales momentos ocurren tarde o temprano en la vida de quien busca el conocimiento.
Domingo, 3 de septiembre, 1961
Hoy en la tarde don Juan recogió del campo dos plantas Datura.
Inesperadamente trajo a colación el terna de la yerba del diablo, y luego me pidió acompañarlo a los cerros a buscar una.
Fuimos en coche hasta las montañas cercanas. Saqué de la cajuela una pala y nos adentramos por una de las cañadas. Caminamos bastante rato, vadeando el chaparral que crecía denso en la tierra suave, arenosa. Don Juan se detuvo junto a una planta pequeña con hojas de color verde oscuro y flores grandes, blancuzcas, acampanadas.
– Esta -dijo.
Inmediatamente empezó a cavar. Traté de ayudarlo, pero él me rechazó con una vigorosa sacudida de cabeza y siguió cavando un hoyo circular en torno a la planta: un hoyo de forma cónica, hondo hacia el borde exterior, con un montículo en el centro del círculo. Dejando de cavar, se arrodilló cerca del tallo y limpió con los dedos la tierra suave en torno, descubriendo unos diez centímetros de una raíz grande, tuberosa, bifurcada, cuyo grosor contrastaba marcadamente con el del tallo, que parecía frágil por comparación.
Don Juan me miró y dijo que la planta era "macho" porque la raíz se bifurcaba desde el punto exacto en que se unía al tallo. Luego se levantó y echó a andar buscando algo.