– Se?or -dijo con tono conspirador-, ha llegado el momento de actuar, pues el marqu?s ya est? aqu?.
Abrumados, los j?venes enamorados se separaron r?pidamente. Clim?ne, retorci?ndose las manos, la boca abierta y el pecho palpitando debajo de su blanco chal; L?andre, tambi?n boquiabierto, era el vivo retrato de la estupidez y la consternaci?n.
Entretanto, el reci?n llegado dec?a:
– Hace una hora estaba en la posada cuando ?l lleg? y, mientras almorzaba, le estudi? atentamente. Despu?s de examinarlo, no me queda ninguna duda acerca de nuestro ?xito. Respecto a su aspecto f?sico, podr?a extenderme acerca de la fatuidad con que la naturaleza le ha dotado. Pero ?sta no es la cuesti?n. Lo que nos interesa es su ingenio. Y confidencialmente os digo que le he encontrado tan imb?cil que pod?is estar seguros de que caer? en todas las trampas que le he preparado.
– ?Cu?ntalo todo! ?Habla! -implor? Clim?ne tendiendo las manos en un adem?n de s?plica que ning?n hombre sensible hubiera podido resistir. Pero entonces se contuvo emitiendo un chillido-: ?Mi padre! -exclam? mirando a los dos hombres que estaban con ella-. ?Ah? viene! ?Estamos perdidos!
– ?Huye, Clim?ne! -dijo L?andre.
– ?Es demasiado tarde! -solloz? ella-. ?Ya es tarde! ?Ya est? aqu?!
– ?Un poco de calma, se?orita! Calmaos -dijo el amigo reci?n llegado- y confiad en m?. Os prometo que todo saldr? bien.
– ?Oh! -exclam? l?nguidamente L?andre-. Puedes decir lo que quieras, amigo m?o, pero ?ste es el fin de todas mis esperanzas. Tu astucia nunca podr? sacarnos de este aprieto. ?Nunca!
Un hombre muy corpulento, con cara de luna llena y una gran nariz, decentemente vestido de acuerdo con el gusto burgu?s se acercaba desde el seto. Sin duda estaba col?rico, pero lo que dijo desconcert? a Andr?-Louis:
– ?L?andre, eres un imb?cil! Todo lo dices flojamente, tus palabras no lograr?n convencer a nadie. ?Sabes lo que significan tus frases? Te voy a mostrar c?mo se hace -grit? tirando su sombrero al suelo. Entonces se puso al lado de L?andre y repiti? las ?ltimas palabras que aqu?l hab?a pronunciado mientras Clim?ne y el otro observaban tranquilamente:
– ?Oh! Puedes decir lo que quieras, amigo m?o, pero ?ste es el fin de todas mis esperanzas. Tu astucia nunca podr? sacarnos de este aprieto. ?Nunca!
La desesperaci?n vibraba en su metal de voz. Entonces se volvi? a L?andre.
– As? es como se hace -le dijo ir?nicamente-. Tu voz tiene que expresar al mismo tiempo pasi?n, desesperanza, frenes?. No est?s pregunt?ndole a nuestro Scaramouche si te ha puesto un remiendo en los calzones, sino que eres un amante desesperado que expresa…
De pronto se call? sobresaltado. Andr?-Louis hab?a soltado una carcajada al comprender lo que suced?a y c?mo hab?a sido v?ctima de un enga?o. El eco de su risa resonando bajo la techumbre que tan bien le ocultaba, asust? a los de abajo.
El hombre corpulento fue el primero en recuperar el aplomo, y se expres? con uno de sus habituales sarcasmos:
– ?Lo oyes? -le grit? a L?andre-. ?Hasta los dioses all? en lo alto se r?en de ti! -Y entonces, dirigi?ndose al techo del granero y a su invisible habitante, a?adi?-: ?Qui?n est? ah??
Andr?-Louis apareci?, asomando la despeinada cabeza.
– Buenos d?as -dijo amablemente.
Al arrodillarse, el horizonte que abarcaba su vista se dilat? y pudo ver lo que pasaba al otro lado del seto. All? hab?a una enorme y destartalada carreta atestada de enseres de utiler?a que una tela impermeable no tapaba por completo y, al lado, una especie de casa con ruedas, de cuya chimenea sal?a lentamente una columna de humo. Tres caballos y una pareja de burros, todos cojos, pac?an tranquilamente la hierba que rodeaba los veh?culos. De haberlos visto antes, aquellos trebejos le hubieran aclarado a Andr?-Louis la extra?a escena que acababa de desarrollarse ante sus ojos. Al otro lado del seto hab?a m?s gente, y a trav?s del cercado de matas pasaban ahora otras personas: una muchacha de nariz respingona, que ?l supuso ser?a Colombina, la confidenta; un joven delgado y din?mico, el arquetipo id?neo para encarnar a Arlequ?n, y otro muchacho con cara de tonto.
Todo esto lo hab?a comprendido Andr?-Louis con una mirada, en los escasos segundos que tard? en decir «buenos d?as». El gordo Pantalone replic? a su saludo:
– ?Qu? diablos hac?is ah? arriba?
– Lo mismo que vosotros ah? abajo. Soy un intruso. La entrada aqu? est? prohibida.
– ?C?mo? -dijo Pantalone mirando a sus compa?eros y perdiendo en parte su acostumbrada serenidad. Aunque era algo que hac?an con frecuencia, le desconcert? que alguien lo dijera con tanta crudeza.
– ?De qui?n son estas tierras? -pregunt? tratando de aparentar calma.
Andr?-Louis contest? poni?ndose las medias:
– Creo que es propiedad del marqu?s de La Tour d'Azyr.
– Es un nombre muy rimbombante. ?Es muy severo ese caballero?
– Ese caballero -dijo Andr?-Louis- es el diablo en persona, o si quer?is, podr?a decirse que el diablo es un caballero comparado con ?l.
– Y sin embargo -observ? el joven de aspecto malvado que representaba el papel de Scaramouche-, vos mismo confesasteis que hab?is violado su propiedad.
– ?Ah, pero es que yo soy abogado! Y como es sabido, los abogados son tan incapaces de cumplir las leyes como los actores de actuar. Sin embargo, la Naturaleza nos impone ciertas limitaciones, fue ella quien me venci? anoche al llegar yo aqu?. Por eso dorm? en este lugar sin tener en cuenta al muy poderoso se?or marqu?s de La Tour d'Azyr. Y al mismo tiempo, se?or Scaramouche, yo no he proclamado mi delito tan abiertamente como vuestra compa??a de la legua.
Tras ponerse las botas, Andr?-Louis salt? al suelo en mangas de camisa y con la casaca al brazo. Mientras se la pon?a, los peque?os ojos de Pantal?n le examinaron detalladamente. Observ? que sus vestidos, si bien sencillos, estaban modernamente cortados y eran de excelente pa?o, que su camisa era de fino cambray y que se expresaba como un hombre culto. Pantalone decidi? ser cort?s.
– Os agradezco que nos haya avisado, caballero… -empez? a decir.
– Y deb?is hacerme caso, amigo m?o. Los guardabosques del marqu?s de La Tour d'Azyr tienen orden de disparar a matar contra los intrusos. Imitadme y levantad el campamento.
Al instante salieron todos por la abertura del seto vivo hasta el ejido donde estaba el improvisado campamento de los c?micos de la legua. All?, Andr?-Louis se despidi? de ellos. Pero cuando ya se iba, vio a un joven comediante lav?ndose la cara en un cubo colocado sobre una de las gradas de madera que serv?an de escalera a la casa con ruedas. Al cabo de un momento de vacilaci?n, se volvi? al se?or Pantalone, quien segu?a a su lado, y le dijo:
– Si no fuera mucho pedir, ?me permitir?a imitar a aquel caballero antes de irme?
– ?Hombre, no faltaba m?s! -dijo Pantalone desbordante de amabilidad-. Eso no es nada. Rhodomont os facilitar? lo que necesit?is. En la vida real ese joven es el dandi de la compa??a, aunque en el escenario sea el matamoros. ?Oye, Rhodomont!
El joven que estaba lav?ndose mir? a trav?s de la espuma de jab?n. Pantalone dio una orden y Rhodomont, que en efecto era tan gentil y amable como terrible en la escena, le dej? el cubo limpio al visitante para que lo usara.
Andr?-Louis se despoj? de nuevo del cuello postizo y de la casaca, se arremang? su camisa y empez? a lavarse mientras Rhodomont le procuraba jab?n, toalla, un peine roto y grasa para el pelo. Andr?-Louis rechaz? esto ?ltimo, pero acept? agradecido el peine. Despu?s de lavarse, con la toalla al hombro, se pein? cuidadosamente la cabellera frente a un pedazo de espejo colgado en la puerta de la casa ambulante.
Mientras tanto el gentil Rhodomont chachareaba a su lado hasta que, de pronto, el fino o?do de Andr?-Louis percibi?, cercano ya, un ruido de cascos de caballos. Despreocupadamente mir? hacia el lugar de donde proced?a el sonido, y se qued? de piedra, con el peine en alto. Por el camino ven?an siete jinetes uniformados con la casaca azul de los gendarmes.
Enseguida supo cu?l era la misi?n de aquella tropa. Fue como si la fr?a sombra del cadalso se hubiera proyectado sobre ?l.
Los jinetes se detuvieron frente al campamento y el sargento que estaba al mando, grit?:
– ?Eh, vosotros!
Los c?micos, que ser?an unos doce, se quedaron pasmados de miedo. Pantalone avanz? dos pasos con la cabeza muy erguida, casi tan majestuoso como el procurador del rey.
– ?Qu? diablos quer?is? -dijo m?s bien mirando al cielo que al sargento. Y entonces, alzando la voz, volvi? a preguntar-: ?Qu? sucede?
Tras cuchichear entre s?, los gendarmes se acercaron m?s a los comediantes.
Andr?-Louis, en el primer escal?n de la casa con ruedas, sigui? pein?ndose la cabellera desgre?ada de manera mec?nica e inconsciente. Estaba pendiente del grupo de gendarmes que avanzaba, dispuesto a agarrarse a la primera soluci?n que se ofreciera.
Impaciente, el sargento farfull?:
– ?Qui?n os ha dado permiso para acampar aqu??
La pregunta no tranquiliz? del todo a Andr?-Louis. No pod?a consolarse con la idea de que aquellos gendarmes estuvieran dedicados solamente a perseguir a los vagabundos y a los intrusos en terrenos ajenos. Eso era s?lo una parte de su misi?n, tal vez con la esperanza de cobrar alg?n impuesto. Lo m?s seguro es que vinieran desde Rennes buscando a un joven abogado acusado de sedici?n. Entretanto, Pantalone segu?a gritando:
– ?Que qui?n nos ha dado permiso? ?Qu? permiso? Esto es campo com?n, libre para todo el mundo.
M?s que sonre?r, el sargento hizo una mueca y avanz? m?s, seguido por sus hombres.
– No hay -susurr? una voz detr?s de Pantalone- ning?n campo com?n, en el sentido propio de la palabra, en los vastos dominios del marqu?s de La Tour d'Azyr. ?ste es un terreno acotado, y los alguaciles de campo del caballero cobran un impuesto a cuantos traen a pacer aqu? a sus bestias.
Pantal?n dio media vuelta y vio a Andr?-Louis con la toalla al hombro, el peine en la mano y medio despeinado.
– ?Maldito sea! -estall? Pantalone-. ?Ese marqu?s de La Tour d'Azyr debe de ser un ogro!
– Ya os he dicho lo que opino de ?l -le dijo Andr?-Louis-. En cuanto a esos hombres, m?s vale que me dej?is hablar con ellos. Tengo experiencia en la materia.
Y sin esperar el consentimiento de Pantalone, Andr?-Louis avanz? hacia los gendarmes. Hab?a comprendido que s?lo la osad?a pod?a salvarle.
Cuando estuvo al lado del sargento, sin dejar de peinarse, Andr?-Louis le mir? a la cara, sonriendo ingenuamente. Pero, sin hacer caso de la sonrisa, el militar gru??:
– ?T? eres el jefe de esta banda de trotamundos?
– S?… mejor dicho, lo es mi padre -y se?al? con el pulgar hacia el se?or Pantalone, que estaba a sus espaldas-. ?Qu? se le ofrece, mi capit?n?