– ¿Qué dijo? -pregunté a don Juan en un susurro.
– Dijo que allí anda un aliado -repuso don Juan en voz baja.
Don Genaro regresó gateando a su sitio y se sentó. Luego se volvió hacia mí y susurró en voz baja:
– Eres un genio.
Rieron calladamente. Don Genaro señaló el matorral con un movimiento de barbilla.
– Anda allá afuera y agárralo -dijo-. Desnúdate y métele un buen susto a ese aliado.
Se sacudieron de risa. Mientras tanto, el sonido había cesado. Don Juan me ordenó detener mis pensamientos pero conservar los ojos abiertos, enfocados en el borde del chaparral frente a mí. Dijo que la polilla había cambiado de posición porque don Genaro estaba allí, y que, si se me iba a manifestar, elegiría llegar por tal punto.
Tras luchar un momento por aquietar mis ideas, percibí otra vez el sonido. Su textura era más rica que nunca. Primero oí los pasos apagados sobre ramas secas y luego los sentí en mi cuerpo. En ese instante discerní una masa oscura directamente frente a ml, al filo de las matas.
Sentí que me sacudían. Abrí los ojos. Don Juan y don Genaro se erguían a mi lado y yo estaba de rodillas, como si me hubiera dormido agazapado. Don Juan me dio agua y volví a sentarme con la espalda contra la pared.
Poco rato después vino la aurora. El chaparral pareció despertar. El frío matinal era terso y vigorizante.
La polilla no había sido don Genaro. Mi estructura racional se cata a pedazos. No quería hacer más preguntas, ni quería tampoco permanecer en silencio. Finalmente tuve que hablar.
– Pero si estaba usted en las sierras de Oaxaca, don Genaro, ¿cómo llegó aquí? -pregunté.
Don Genaro hizo con la boca gestos absurdos e hilarantes.
– Lo siento -dijo-, mi boca no quiere hablar. Luego se volvió hacia don Juan y dijo, sonriendo:
– ¿Por qué no le dices tú?
Don Juan titubeó. Luego dijo que don Genaro, como consumado artista de la brujería, era capaz de hechos prodigiosos.
El pecho de don Genaro se hinchó como si las palabras de don Juan lo inflaran. Parecía haber inhalado tanto aire que su pecho se miraba el doble del tamaño normal. Daba la impresión de hallarse a punto de flotar. Saltó por los aires. Me pareció como si el aire dentro de sus pulmones lo hubiera forzado a saltar. Caminó de un lado a otro sobre el piso de tierra hasta que, aparentemente, logró adquirir control sobre su pecho; le dio de palmadas y, con gran fuerza, pasó las palmas de las manos desde los músculos pectorales hasta el estómago, como si desinflara la cámara de una llanta. Finalmente tomó asiento.
Don Juan sonreía. Un gran deleite brillaba en sus ojos.
– Escribe tus notas -me ordenó suavemente-.!Escribe, escribe, o te mueres¡
Luego comentó que ya ni siquiera don Genaro sentía que mi hábito de tomar notas fuera tan extravagante.
– ¡Cierto! -replicó don Genaro-. He estado pensando en ponerme a escribir yo también.
– Genaro es un hombre de conocimiento -dijo don Juan con sequedad-. Y siendo un hombre de conocimiento, es perfectamente capaz de trasladarse a. grandes distancias.
Me recordó que una vez, años antes, los tres estábamos en las montañas y don Genaro, en un esfuerzo por ayudarme a superar mi estúpida razón, dio un calco prodigioso hasta la cumbre de la Sierra, a quince kilómetros de distancia. El incidente figuraba en mi memoria, pero también el hecho de que yo ni siquiera pude concebir que don Genaro hubiera saltado.
Don Juan añadió que don Genaro era en ocasiones capaz de realizar hazañas extraordinarias.
– A veces Genaro no es Genaro sino su doble -dijo.
Lo repitió tres o cuatro veces. Luego ambos me observaron, como esperando mi reacción inminente.
Yo no había entendido lo de "su doble". Don Juan nunca había mencionado eso antes. Pedí una aclaración.
– Hay otro Genaro -explicó.
Los tres nos miramos. Me puse muy aprensivo. Con un movimiento de los ojos, don Juan me instó a seguir hablando.
– ¿Tiene usted un hermano gemelo? -pregunté, volviéndome a don Genaro.
– Claro que sí -dijo-. Tengo un cuate.
No pude determinar si me estaban jugando una broma o no. Ambos rieron con el abandono de niños traviesos.
– Puedes decir -prosiguió don Juan- que en este momento Genaro es su cuate.
Esa aseveración hizo que ambos se tiraran al suelo entre risas. Pero yo no podía disfrutar su regocijo. Mi cuerpo se estremeció involuntariamente.
Don Juan dijo, en tono severo, que yo estaba demasiado pesado y engreído.
– ¡Déjate ir! -me ordenó con sequedad-. Ya sabes que Genaro es un brujo y un guerrero impecable. Por eso es capaz de realizar hechos que serían inconcebibles para el hombre común. Su doble, el otro Genaro, es uno de esos hechos.
Quedé sin habla. No podía concebir que simplemente estuvieran burlándose de mí.
– Para un guerrero como Genaro -continuó-, producir al otro no es una cosa tan asombrosa.
Tras meditar largo rato qué decir, pregunté:
– ¿Es el otro como uno mismo?
– El otro es uno mismo -replicó don Juan.
Su explicación había tomado un giro increíble, y sin embargo no era, en realidad, más increíble que todos los demás hechos de ambos.
– ¿De qué está hecho el otro? -pregunté a don Juan tras algunos minutos de indecisión.
– No hay forma de saberlo -dijo.
– ¿Es real, o sólo una ilusión?
– Claro que es real.
– ¿Sería entonces posible decir que está hecho de carne y hueso? -pregunté.
– No. No sería posible -respondió don Genaro.
– Pero si es tan real como yo…
– ¿Tan real como tú? -interrumpieron al unísono don Juan y don Genaro.
Se miraron entre sí y rieron hasta que pensé que se enfermarían. Don Genaro tiró al piso su sombrero y bailó alrededor. La danza era ágil y graciosa y, por algún motivo inexplicable, chistosa de principio a fin. Acaso el humor estaba en los movimientos exquisitamente "profesionales" que don Genaro ejecutaba. La incongruencia era tan sutil, y a la vez tan notable, que me doblé de risa.
– Lo malo contigo, Carlitos -dijo al sentarse de nuevo- es que eres un genio.
– Tengo que averiguar eso del doble -dije.
– No hay manera de saber si es de carne y hueso -dijo don Juan-. Porque no es tan real como tú. El doble de Genaro es tan real como Genaro. ¿Ves lo que quiero decir?
– Pero tiene usted que admitir, don Juan, que debe haber algún modo de saber.
– El doble es uno mismo; esa explicación debería bastar. Pero si vieras, sabrías que hay una gran diferencia entre Genaro y su doble. Para un brujo que ve, el doble brilla más.
Me sentía demasiado débil para hacer nuevas preguntas. Dejé mi cuaderno y por un instante creí que iba a desmayarme. Tenía visión de un túnel; todo a mi alrededor estaba oscuro, con excepción de un sector redondo de paisaje claro, frente a mis ojos.
Don Juan dijo que yo necesitaba comer algo. Yo no tenía hambre. Don Genaro anunció que él también desfallecía, se puso en pie y fue a la parte trasera de la casa. Don Juan se levantó y me hizo seña de seguirlo. En la cocina, don Genaro se sirvió comida y luego inició una comiquísima pantomima imitando a alguien que quiere comer pero no puede tragar. Pensé que don Juan iba a morirse; rugía, pataleaba, lloraba, tosía y se atragantaba de risa. Yo también me sentía a punto de estallar. Las gracias de don Genaro eran incomparables.
Por fin desistió y nos miró por turno a don Juan y a mí; tenía los ojos relucientes y una sonrisa espléndida.
– Ni modo -dijo alzando los hombros.
Yo devoré una gran cantidad de comida, y lo mismo hizo don Juan; luego todos volvimos al frente de la casa. El sol resplandecía, el cielo estaba despejado y la brisa matinal refrescaba el aire. Me sentía dichoso y fuerte.
Nos sentamos en triángulo, dándonos la cara. Tras un silencio cortés, decidí pedirles clarificar mi dilema. Una vez más me hallaba en perfectas condiciones, y quería explotar mi fuerza.