Estábamos sentados cerca de la estufa de tierra, donde ardía un fuego. Él había insistido en que yo comiera. Yo no tenía hambre ni cansancio. Una melancolía insólita me saturaba; me sentía distante de todos los eventos del día. Don Juan me dio mi cuaderno. Hice un intento supremo por recapturar mi estado habitual. Anoté algunos comentarios. Poco a poco, entré de nuevo en mis viejos patrones. Fue como si un velo se alzara; de pronto me vi de nuevo envuelto en mi actitud familiar de interés y desconcierto.
– ¡Qué bueno! -dijo don Juan, dándome palmaditas en la cabeza-. Te he dicho que el verdadero arte de un guerrero consiste en equilibrar el terror y la maravilla.
Don Juan estaba de un humor insólito. Se veía casi nervioso, angustiado. Parecía dispuesto a hablar por iniciativa propia. Creí que me preparaba para la explicación de los brujos, y yo mismo me llené de ansiedad. Sus ojos tenían un brillo extraño que yo sólo había visto unas cuantas veces antes. Al decirle lo que pensaba de su extraña actitud, él respondió que se sentía dichoso en mi nombre; que, como guerrero podía regocijarme en los triunfos de sus semejantes, si eran triunfos del espíritu. Desdichadamente, agregó, yo no me hallaba todavía listo para la explicación de los brujos, pese a haber resuelto la adivinanza de don Genaro. Su argumento era que, cuando me vació encima el guaje de agua, yo había estado al borde de la muerte, y que toda mi hazaña se vio cancelada por mi incapacidad de rechazar la última embestida de don Genaro.
– El poder de Genaro era como la marea y así te cubrió -dijo.
– ¿Quería hacerme daño don Genaro? -pregunté.
– No -repuso-. Genaro quiere ayudarte. Pero al poder sólo se lo puede enfrentar con poder. Te estaba probando y fallaste.
– Pero resolví su adivinanza, ¿o no?
– Lo hiciste muy bien -dijo-. Tan bien que Genaro te creyó capaz de una hazaña completa de guerrero. Y eso también casi te sale. Pero lo que te tiró al suelo esta vez no fue tu vicio de hacerte el chamaquito.
– ¿Qué fue entonces?
– Eres demasiado impaciente y violento; en vez de dejarte ir y seguir a Genaro te pusiste a pelear con él. No puedes ganarle; es más fuerte que tú.
A continuación, don Juan cambió el tema y me ofreció consejo y sugerencias acerca de mis relaciones personales con la gente. Sus observaciones eran la contraparte seria de lo que don Genaro me había dicho antes en broma. Estaba locuaz, y sin ruegos por mi parte comenzó a explicar lo que había ocurrido en las dos últimas ocasiones que estuve allí.
– Como sabes -dijo-, la clave de la brujería es el diálogo interno; ésa es la llave que abre todo. Cuando un guerrero aprende a pararlo, todo se hace posible; se logran los planes más descabellados. La entrada a todas las experiencias extrañas y pavorosas que has tenido últimamente fue el hecho de que pudiste dejar de hablar contigo mismo. Has atestiguado, en sobriedad completa, al aliado, al doble de Genaro, al soñador y al soñado, y hoy estuviste a punto de toparte con la totalidad de ti mismo; ésa era la hazaña de guerrero que Genaro esperaba de ti. Todo esto ha sido posible por la cantidad de poder personal que has juntado. Empezó la vez pasada que estuviste aquí; yo vislumbré entonces una señal muy propicia. Cuando llegaste, oí al aliado merodeando; primero oí sus pasos y luego vi que la polilla te miraba bajar de tu coche. El aliado estaba inmóvil, observándote. Eso fue para mí la mejor de las señales. Si el aliado se hubiera movido o si se hubiera agitado como si tu presencia lo disgustara, como siempre lo ha hecho, el curso de los eventos habría sido distinto. Muchas veces he visto al aliado en un estado de enojo contigo, pero esta vez la señal era buena y supe que el aliado te aguardaba para darte algún conocimiento. Ésa fue la razón por la que yo dije que tenías una cita con el conocimiento, una cita con una polilla, concertada hace mucho tiempo. Por razones inconcebibles para nosotros, el aliado escogió la forma de una polilla para manifestarse ante ti.
– Pero usted me ha dicho muchas veces que el aliado carecía de forma, y que uno sólo podía juzgar sus efectos -dije.
– Cierto -dijo él-. Pero el aliado es una polilla para los espectadores relacionados contigo: Genaro y yo. Para ti, el aliado es sólo un efecto, una sensación en tu cuerpo, o un sonido, o el polvo dorado del conocimiento. Sigue, sin embargo, siendo un hecho que, al escoger la forma de una polilla, el aliado nos dice, a Genaro y a mí, algo de gran importancia. Las polillas son las portadoras del conocimiento, y las ayudantes y amigas de los brujos. Debido a que el aliado escogió ser eso contigo, es que Genaro te da tanta importancia.
"La noche esa que te encontraste con la polilla, como yo anticipaba, fue para ti una verdadera cita con el conocimiento. Aprendiste su llamado, sentiste el polvo de oro de sus alas, pero, sobre todo, esa noche, por primera vez, te diste cuenta de que veías y tu cuerpo aprendió que somos seres luminosos. Todavía no has tasado correctamente ese evento monumental en tu vida. Genaro te demostró, con tremenda fuerza y claridad, que somos un sentir; lo que llamamos nuestro cuerpo es un manojo de fibras luminosas que se dan cuenta.
"Anoche estabas de nuevo bajo el buen amparo del aliado. Vino a mirarte cuando llegaste y así supe que debería llamar a Genaro para que te explicara el misterio del soñador y el soñado. Tú creíste entonces, como siempre lo haces, que yo te engañaba, pero Genaro no estaba escondido entre las matas, como pensaste. Vino por ti, aunque tu razón se niegue a creerlo."
Esa parte de las elucidaciones de don Juan fue, en verdad, la más difícil de aceptar en su valor evidente. Yo no podía admitirla. Dije que don Genaro había sido real y de este mundo.
– Todo cuanto has atestiguado hasta ahora ha sido real y de este mundo -dijo don Juan-. No hay otro mundo. Lo que te hace tropezar es una peculiar insistencia por parte tuya, y esa peculiaridad no se te va a curar con explicaciones. De manera que, hoy, Genaro se dirigió directamente a tu cuerpo. Un examen cuidadoso de lo que hiciste hoy te revelará que tu cuerpo supo juntar las cosas en una forma digna de alabanza. De algún modo, te moderaste y no te diste a tus visiones junto a la zanja. Mantuviste un control muy raro y un dominio de ti mismo como debe ser para un guerrero; no creías nada, y sin embargo actuaste con eficacia y pudiste así seguir el llamado de Genaro. Lo encontraste sin más ni más y sin que yo te ayudara en nada.
"Cuando llegamos a la roca, estabas llenito de poder y viste a Genaro parado donde otros brujos han estado parados, por razones similares. Se acercó a ti después de que saltó al suelo. Él era todo poder. De haber procedido como antes, junto a la zanja, lo habrías visto como es en realidad, un ser luminoso. En vez de eso te asustaste, sobre todo cuando Genaro te hizo saltar. Ese salto debería haber bastado para transportarte más allá de tus limites. Pero no tuviste fuerza y volviste a caer en el mundo de tu razón. Entonces, claro, te trabaste en combate mortal contigo mismo. Algo en ti, tu voluntad, quería ir con Genaro, mientras tu razón se le oponía. De no ser por mi ayuda, estarías muerto y sepultado en ese sitio de poder. Pero, aún con mi ayuda, el resultado estuvo en duda por un momento."
Quedamos callados algunos minutos. Esperé que él hablara. Por fin pregunté:
– ¿Me hizo don Genaro saltar hasta la cima de la roca?
– No tomes ese salto en el sentido en que entiendes un salto -dijo-. Una vez más, ésta es sólo una manera de decir las cosas. Mientras pienses que eres un cuerpo sólido, no podrás concebir de qué cosa hablo.
Derramó entonces cenizas en el piso, junto a la linterna, cubriendo una zona cuadrangular de medio metro por fiado, y trazó con los dedos un diagrama que tenía ocho puntos interconectados por medio de líneas. Era una figura geométrica.
Había dibujado una semejante años atrás, al tratar de explicarme que no era ilusión el observar la misma hoja cayendo cuatro veces del mismo árbol.