Hal Clement

CICLO DE FUEGO

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Título original: Cycle of Fire

I. LOGÍSTICA

Teniendo en cuenta las características generales de un campo de lava, el planeador, a pesar de lo resistente que parecía, no servía de nada. Su armadura de cola estaba intacta; su fuselaje había sufrido sólo la pérdida del material de la superficie inferior; incluso sus estrechas alas aparecían sin daño alguno. De haber habido una plataforma de lanzamiento en tres mil millas, hubiera tenido la tentación de volver a lanzar la nave.

Incluso Dar Lang Ahn habría podido engañarse si sus ojos hubieran sido su única fuente de información.

Sin embargo, él tenía más que ojos. Había sido el desgraciado que condujo hasta allí el aparato. Había visto la superficie agujereada y negra del flujo precipitarse repentinamente hacia él cuando un viento inesperado le arrastró hacia el volcán sin nombre; había sentido el impacto y el rebote parcial cuando la elástica estructura de madera de la nave hizo lo que pudo por absorber el golpe; y, lo más importante, había oído quebrarse los dos mástiles. El primer problema que se planteó no fue el de cómo volver a volar, sino si debía o no inutilizar más claramente el planeador antes de abandonarlo, y eso no era un problema. El problema real surgía por los libros.

No había muchos, claro; Ree Pell Un había sido lo suficientemente previsor como para no confiar una parte demasiado grande del saber de la ciudad a una nave. Aun así, no podían ser pasados por alto; su deber era llevarlos intactos a las Murallas de Hielo, y ochocientos años es tiempo suficiente para desarrollar una profunda devoción al deber.

Ese era el tiempo que había vivido Dar Lang Ahn.

Afortunadamente, no eran pesados. Se puso con decisión a trabajar, haciendo un paquete que pudiera, dentro de lo posible, ser llevado sin causar molestias al andar o llevar las armas. Cuando finalmente se preparó y empezó a alejarse de los restos de la nave, iba cargado con aproximadamente la mitad de su peso en libros, la décima parte en comida y la ballesta y las saetas que habían sido sus compañeras inseparables desde el principio de su vida. Dejaba atrás la mayor parte de los alimentos, pero nada que pudiera ser leído.

Había pensado qué dirección tomar mientras preparaba su carga. La gran ruta circular a su destino previsto medía algo más de dos mil millas, de las cuales la mitad aproximadamente eran de océano. El camino sobre el que había pensado volar era mucho más largo, debido a las islas que Ciclo de fuego hacían posible cruzar el océano en etapas nunca mayores de cincuenta millas. Decidió ajustarse a esa ruta, porque ya la había recorrido algunas veces y la conocía. Naturalmente, los puntos de referencia tendrían un aspecto diferente vistos desde el suelo, pero esto no sería un gran inconveniente para su memoria fotográfica.

No salió, por supuesto, en la dirección que pensaba seguir, porque ello le hubiera llevado casi directamente a la montaña en cuyas laderas se había estrellado. Dar era mejor escalador que cualquier ser humano, debido a condiciones naturales de su físico, pero la cima de la montaña emitía una débil, aunque constante, columna de humo amarillo, y la lava bajo sus pies le parecía más caliente que lo que la luz del sol podía generar. Así, mientras que su meta inmediata en la orilla próxima del océano estaba al nordeste y el borde más cercano de la lava al norte, se volvió hasta que el sol carmesí que llamaba Theer estuviera a su izquierda y detrás de él y el menor Arren azul justo detrás, saliendo a continuación con dirección al noroeste.

No es fácil cruzar a pie un campo de lava, incluso sin una carga pesada. Cargado como iba Dar Lang Ahn, constituía una tortura. Sus pies eran lo suficientemente duros como para resistir los agudos trozos de roca que no podía evitar, pero no había ningún tipo de camino llano. Una y otra vez tenía que revisar el tiempo previsto para el viaje, pero se resistía a considerar la posibilidad de un fracaso. Dos veces comió y bebió, si al trago y bocado simbólicos que tomaba se le podía llamar así. Las dos veces lo hizo andando.

Había menos de cincuenta millas entre el sitio donde el planeador se había estrellado y el borde del manto de lava, mas de caer dormido antes de cruzar esta distancia, casi seguro que moriría de sed. No había nada de agua, que supiera, en la lava, y con el verano acercándose la necesitaba casi tanto como un ser humano en la misma situación.

La primera de sus comidas la hizo lo suficientemente lejos de la montaña como para dirigirse hacia el norte, poniendo a Theer totalmente detrás de él. Arren estaba alcanzando el sol rojo, pero las sombras eran todavía cortas. A pesar de estar acostumbrado a dos fuentes de luz, la presencia de ambos soles hacía un poco más difícil evaluar el terreno a más de unas pocas docenas de yardas de distancia, y por lo tanto, con frecuencia no hallaba los posibles atajos.

Aun así, avanzaba. La segunda «comida» la hizo fuera de la vista del volcán, y unas pocas horas después estaba seguro de poder ver una línea verde en el horizonte. Aquello podía naturalmente ser un espejismo, con los que Dar Lang Ahn no estaba nada familiarizado. También podía ser un agrupamiento más denso de plantas espinosas, bulbosas y con forma de barril que crecían aquí y allá sobre la misma lava.

El viajero, sin embargo, se sentía seguro de que aquello era un verdadero bosque, plantas cuya presencia significaría una abundante provisión de agua, que empezaba a necesitar imperiosamente.

Hizo el equivalente a una sonrisa de alivio, cambió la posición del paquete de libros sobre sus hombros, se bebió el agua que le quedaba y volvió a ponerse en marcha hacia el horizonte. Se dio cuenta de su error algo antes de volver a tener sed.

Si hubiera viajado en línea recta, podía haber cubierto el camino hasta el bosque con facilidad. Incluso con los rodeos que había tenido que dar en el campo de lava, podía recorrerlo antes de que la sed le hiciera sufrir demasiado. Sucedía que no había contado con rodeos extraordinarios, ya que no recordaba haber visto desde el aire algo distinto del conjunto general de grietas y aristas en el flujo de lava. Su memoria no le traicionaba, como luego se vio, pero el terreno sí.

Theer había casi acabado de recorrer su trayectoria hacia el oeste y estaba remontándose bastante, preparándose para su anual acercamiento a Arren, cuando Dar Lang Ahn se encontró con la barrera. No era un simple muro, que en ningún caso hubiera considerado infranqueable; era una grieta, que debía de haberse formado al endurecerse casi por completo toda la masa de lava, ya que resultaba demasiado profunda y larga para haber sido causada por la mera fractura de un trozo de corteza endurecida por la presión del fluido interior.

Nunca se había apercibido de su presencia desde arriba, ya que no era recta, sino que serpenteaba entre los accidentes geográficos más comunes de la región, de forma que había viajado a lo largo de ella durante una hora antes de darse cuenta de la situación, lo que se produjo cuando la grieta empezó a curvarse hacia el ahora lejano volcán.

Cuando se apercibió de lo que sucedía, Dar Lang Ahn se detuvo inmediatamente y buscó la sombra proyectada por una plancha de roca antes incluso de ponerse a pensar.

No paró para lamentarse de su propia torpeza, aunque la reconociera claramente; lo hizo para concentrarse en el problema con que se enfrentaba.

Era imposible escalar las paredes de la gran grieta. La lava, al endurecerse, normalmente presenta una superficie lo suficientemente rugosa como para permitir a su gente clavar sus zarpas en ella, pero en este caso se había quebrado la masa entera.


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