CARTA 10

Claudia:

Tu idea de guardar estas cartas ordenadas y dejarlas para que alguien las lea alguna vez… me emociona…

En realidad, ignoro el valor que todo esto que te digo puede tener; no obstante, la fantasía de poder recopilar un día estas notas para alguien, me resulta absolutamente placentera.

Quizás haya sido también esta la manera en la cual mi bisabuelo escribió las cartas de El libro del Ello.

Y aquí estoy yo, medio siglo después, enganchando esa fantasía y transformándola poco a poco en una ilusión. Ahora… dejo ser en mí esa ilusión… toma cuerpo… se afirma… ya es un deseo.

Si lo riego, lo cuido, lo dejo crecer, entonces en algún momento, el deseo se transforma en un proyecto. Y, cuando llegó allí, sólo me queda establecer un plan de acción; una estrategia; tácticas de puesta en marcha y su ejecución.

Esta secuencia: Fantasía, Ilusión, Deseo, Proyecto, Plan, Estrategia, Táctica y Ejecución, es la manera más sana de concretar mis ganas, en una actitud coherente con ellas.

Qué diferente es el proyecto (proyectarse -lanzarse-ir hacia adelante), de la expectativa (expectativa deriva de expectante, espectador).

En la expectativa, mi actitud es pasiva; simplemente espero que suceda algo.

Esta actitud mía está vinculada con las diferentes vivencias que relacionan al proyecto y a la expectativa, con mi persona.

Tal como te dije, el proyecto es la respuesta a un deseo -"Esto quiero", "me gustaría", "tengo ganas"

En cambio, la expectativa se relaciona con una necesidad: -“Necesito", "es imprescindible para mí- o, en general con algo que siento y que creo es una necesidad aunque en realidad no lo sea.

Esto de la necesidad es otra trampa de la familia del tengo que, ¿te acordás?

Paciente: Necesito hablar con Marta.

YO: ¿Necesitás?

Paciente: Sí, es imprescindible para mí,

YO: ¿Qué pasaría si no lo hicieras?

Paciente: Y… me sentiría muy mal.

YÓ: ¿Se pondría en juego tu existencia?

Paciente: Sí.

YÓ: Yo no te creo.

Paciente: Bueno… tanto como mi existencia… no.

YÓ: Compará tu necesidad para con Marta con tu necesidad de oxígeno, por ejemplo.

Paciente: Claro, es diferente.

YO: ¿Podrías decirlo de otra manera, entonces?

Paciente:… Me gustaría hablar con Marta.

Yo: Otra.

Paciente:… Es importante para mí hablar con Marta.

Yo: Otra.

Paciente: Me haría bien hablar con Marta.

YO: Aquí aparece otra vez el prejuicio. ¿Te haría bien? ¿Y sí Marta te manda a la mierda? ¿Te haría bien?

Paciente: Está claro, pero yo quiero hablar con ella.

YÓ: Repetí eso.

Paciente: Quiero hablar con ella.

YÓ: ¿Cómo te suena?

Paciente: Bien. Muy bien.

Yo: Tratá de darte cuenta si detrás de tu aparente necesidad, no te escondés de vos mismo. Cuando decís necesito no te hacés responsable (responsabilidad, etimológicamente significa: capacidad para responder). La necesidad parece algo que está fuera de mí. No tiene nada que ver conmigo. Me someto a algo que es imprescindible para mí. Yo quiero, en cambio, es una expresión comprometida con todo mi ser.

Yo quiero implica una elección.

A partir de todo este razonamiento surge con claridad que cuando necesito, creo una expectativa. No hay un plan de acción en relación con ella, sino sólo una actitud dual frente a lo que pasará: por un lado, la ansiedad de que algo suceda y, por otro, el miedo de que no suceda.

A partir de vivir mis deseos como necesidades, la consecuencia de que "no suceda" parece mi aniquilación.

De paso, éste es un buen ejemplo de cómo me invento un miedo.

El miedo es siempre un invento del pensamiento, "una frustración del pasado, fantaseada en el futuro".

Si, tal como te decía, lo único real es el presente, todo lo depositado allá, en el pasado o en el futuro, es producto de mi pensamiento y, como tal, no existe.

Estamos entrenados para fortalecer la esperanza, una trampa social en la cual solemos caer con mucha facilidad.

Si nos rebelamos, la consecuencia fatídica que nos Prometen es la "desesperanza", que no consiste en la falta de esperanza sino mas bien en un interminable péndulo entre la esperanza y la certeza de su no realización.

Realmente, este castigo es una tortura sin fin.

Sin embargo, existe una tercera posibilidad: la auténtica desesperanza. Es decir, la falta total de expectativas; no esperar nada de mi futuro.

Permitir que cada cosa que suceda me sorprenda; vivir cada instante de mi existencia, sin anticipación; sentir el presente (aquí y ahora).

Claro, si nos detenemos en esta idea, diremos: "¡Es muy difícil!". Sí, es muy difícil. ¿Y?

Seguro que es más fácil no comprometerme con la realidad. Es más fácil huir hacia el pasado o hacia el futuro. Es más fácil enfrentarme con cada situación habiéndola fantaseado cien veces antes, habiendo chequeado previamente todas sus alternativas… y mejor si fueron mil veces… ¿y qué tal un millón?

Por qué no dedicarse sólo a planificar… fantasear… ¡Pensar!… y sus derivados como: pedirle al buen Dios o al destino que no nos olviden; anticipamos mediante profecías, astrología o adivinación y así estar siempre bien preparados (pre-parados) para lo que nos sucederá.

Tengo la misma sensación que frente al mismo chiste del señor que visitaba un sanatorio psiquiátrico y veía a los pacientes que se zambullían en la pileta al grito de "¡Qué lindo va a estar el jueves!". El señor se acercó al enfermero y le preguntó:

– ¿Qué va a pasar el jueves? Y éste le contestó:

– ¡El jueves llenarán de agua la pileta!


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