CARTA 3
Mi querida amiga:
Bueno, bueno… me llenás de preguntas…
Respecto de la última frase de mi carta anterior: "Elijo ser médico y elijo esta manera de crecer", me recuerda una frase de la doctora Saslavsky (a quien yo llamo siempre mi (mamá profesional): «Los pacientes son los pretextos para nuestro propio crecimiento".
¡Y es tan cierto…!
Te imagino preguntando:
– ¿Cómo «pretexto"? ¿ustedes no son terapeutas? ¿no nos ayudan? ¿nos usan?… y cientos de preguntas más, que sé que sos capaz de hacer en treinta segundos.
¡Vayamos despacio…!
… Cuando un paciente llega al consultorio por primera vez, le menciono-entre otras cosas- la importancia que para mí tiene la doble elección del vínculo terapéutico. Esto quiere decir que no sólo él debe elegirme como su terapeuta, sino que también yo lo elegiré a él -o no- como paciente.
En general, esta elección la hago en forma intuitiva. Simplemente siento que puedo y quiero ayudarlo, me gusta, despierta mi interés o vaya a saber qué.
A partir de la elección que solemos hacer en dos o tres entrevistas, comenzamos a trabajar juntos.
Repito: JUNTOS.
El vínculo no es jerárquico.
No soy un genio frente a un tonto, ni un maestro frente a un alumno. Somos dos personas con distintas experiencias, con distintas maneras de ser, de pensar y de sentir.
Es cierto… prestamos más atención a su problemática personal que a la mía, pero esto es sólo debido a que suponemos, repito: suponemos, que hay una cantidad de cosas que yo tengo vistas y capitalizadas.
Esa es mi única ventaja; la de él es que, sin duda, sabe mucho más sobre sus problemas que yo.
De allí que, con el aporte de ambos, las posibilidades de crecer se multiplican. No únicamente las de mi cliente (antes me molestaba esta palabra, ahora la encuentro muchas veces más apropiada que paciente), sino también las mías.
Cualquier contacto sano con el otro, me enriquece en sí mismo y más aún cuando puedo dar de mí.
Suena paradójico esto de enriquecerse dando, y sin embargo siento que es así.
Es que, cuando doy, el acto de recibir del otro es vivido por mí como una entrega de su parte… Del mismo modo, me entrego al otro cuando recibo lo que me da.
Para mí es diferente dar, que regalar, que invertir.
En el dar hay implícita una doble dirección: doy recibiendo. Cuando doy, algo que es mío pasa a ser tuyo y en el mismo instante algo tuyo -tu aceptación- pasa a ser mío.
En el regalar, en cambio, no hay bidirección; te brindo algo pero no recibo nada. Cuando te regalo, te paso algo que de alguna manera siempre fue tuyo. (Te compro un disco: lo compro para vos pero nunca fue mío.)
Por último, llamo invertir a la actitud de brindar, esperando compensación posterior y si es posible con intereses. Cuando hago una inversión, no te doy ni te regalo, sólo te presto algo, que sigue siendo mío y que de alguna forma espero me devuelvas, además del rédito que me corresponde.
El autodiagnóstico es fácil: cuando doy, estoy recibiendo; cuando regalo, no recibo ni lo haré; cuando invierto, espero recibir algo del otro.
¿Comprendés ahora lo que quería decírte con elegir esta forma de crecer?
Es así que, a través de mi profesión, me enriquezco permanentemente y hago uso de mis mejores egoísmos.
A diferencia de otros tipos de terapia, encuentro que lo terapéutico, lo que sirve, lo útil, no es una interpretación adecuada, una medicación justa, ni un consejo sano. Lo único terapéutico es el vínculo entre mi cliente y yo.
¿Cuál es ese vínculo? El Amor.
… Sí, sí: ¡Amor!… En algún momento hablaremos sobre qué significa esta palabra que ha sido tan usada, tan malgastada, tan distorsionada, tan desvirtuada. Por ahora quiero que sepas que es, para mí, casi una condición indispensable para aceptar a un paciente: que me sienta capaz de amarlo en el mejor y más claro sentido de la palabra.
Muchas veces me han preguntado sí amar a un cliente no es peligroso. Para mí no lo es, y en cuanto a él, parto de la base de que un tratamiento psicoterapéutico siempre es peligroso.
Una vez, Fritz Perls (el creador de la terapia guestáltica) atendió a una mujer que había intentado -varias veces- suicidarse. En medio de un ejercicio terapéutico, ella descubre que en realidad su deseo es matar a su esposo y no a sí misma.
Termina la sesión, la paciente deja el consultorio y pocas horas más tarde intenta asesinar a su marido.
Aun en este caso, que considero muy extremo, sigo sintiendo que fue más sano contactar con su verdadero deseo, que transformarlo -por no permitírselo- en autoagresión.
Creo que si se hubiera permitido hablarlo, sacar afuera ese deseo homicida, quizás, sólo quizás, no hubiese necesitado intentarlo.
En todo caso… cualquier terapia "seria" es peligrosa y el riesgo implícito -creo yo – vale la pena.