La Gran Guerra

A Hugo Latorre Cabal.

I

He aquí que ha llegado la hora de restablecer la verdad con las armas del adversario.

Nosotras somos las auténticas serpientes ardientes que Jehová envió para morder al pueblo, como hay prueba fehaciente en su libro.

Nosotras fuimos entonces las vencidas por nuestra representación. Porque Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente y ponía sobre la bandera: y será que cualquiera que fuere mordido y mirase a ella vivirá.

Fuimos entonces vencidas por nuestra propia imagen, diversión de quien todo lo puede y juego del de los mil nombres. Mas aquí la impusimos: base y ejemplo de la pirámide.

Y Moisés hizo una serpiente de metal y púsola sobre la bandera; y fue que, cuando una serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de metal y vivía. Mas aquí no.

Más tarde, dijo San Ambrosio: "Porque la imagen de la cruz es la serpiente de bronce… que era el prototipo del cuerpo de Cristo, de tal modo que, cualquiera que lo mirase, no moriría". Mas aquí somos la representación de nosotras mismas; base y ejemplo de la pirámide.

Partieron los hijos de Israel y asentaron campo en Obeoth. Mas ¿quién se preocupó por saber qué fue de nosotras?

Muchas quedaron en Egipto, miles cerca del mar Bermejo, en la tierra de Edom, cerca del monte de Hor.

Pero la mayor multitud se puso a su vez en camino, siguiendo la gran cintura del mundo, por los mares y los desiertos.

Y unas se quedaron para siempre en el Océano y otras, para siempre, en la India -base de Buda- y otras, las más, llegaron hasta aquí.

Decid dónde existe el culto de las serpientes: Donde las hay. En su reino. En Egipto y en México. En la India. Porque nosotras somos la base y el ejemplo de la pirámide. Donde hay pirámides, hay serpientes.

Somos la representación universal, la de Cristo, la del Sol; en Egipto, en Mesopotamia, aquí, centro de nuestro reino.

Nadie es más antiguo que nosotras, en el peinado de Isis, en el centro de Osiris -figura del Todopoderoso.

Somos la tierra y el agua, que sólo nosotras sabemos cómo son -y la tierra y el agua- a todo lo largo de nuestro cuerpo frío.

Somos la eternidad y su representación, la base misma del espíritu de esta tierra pasajera, que no tendría conciencia de sí, si no fuese por nosotras.

Somos el bien y el mal, el sol y la inteligencia. ¿Quién se atreve hoy a llamarnos, todavía reptiles o tarasca?

Somos la culebra de Esculapio -amarilla, gris o negra-, hija de los terrenos pedregosos y de la maleza.

Somos la culebra de las cuatro rayas grises -rojo sangre y el vientre azul y los bordes de los escudos amarillos.

Somos la culebra leopardina -parte clara caoba, con puntos pequeños en forma de medias lunas negras.

Somos la culebra viperina -gris oscura y amarilla-, del viejo mundo.

Somos la culebra negra frenética -azulado abdomen ceniciento de cuello claro- del norte de América.

Somos las coralillos -amarillos-rojos, amarillos y negros-, tan respetadas y la verde serpiente arbórea, esbelta, que los de Siam llaman rayos de sol, restituyéndonos nuestro origen.

Somos las víboras -rojo de core, rojo de orín, pardo negruzco-, la víbora cornuda andaluza y el víboro, el escursó valenciano, la víbora rosa italiana y griega, hijas del Asia Menor.

Somos las víboras europeas de cabeza ancha, de color ceniciento oscuro y manchas triangulares negras.

Somos los áspides -pajizo y pardo oscuro, amarillas claras.

Somos la boa divina, la constrictor -rojo-gris, manchas amarillas ovaladas-, la anaconda, la eunectes, la de anillos, la hortelana, la de bodojí, la aquiliada, la viperina, la ocelada.

Somos los pitones, el miluro, el de Natal -verde gris de rayas grises y vientre gris amarillento-, adorado en Guinea y el Dahomey. El de Nueva Holanda, de narices laterales -cabeza negra y los anges amarillos sobre azul oscuro y vientre clarísimo.

Somos la boa voladora -pinta de negro y amarillo.

Somos la tan feamente llamada "de anteojos" -amarilla con reflejos cenicientos-, la dusitánegú de los hindúes, tan del gusto de los aojadores, trotaferias y titiriteros indios que creen conocer sus tretas.

Somos la sierpe y la culebra, el pitón y la boa, el crótalo y el león, la cascabela y el bastardo, el nauyaque y el ocozoal, la macagua y el macauguel, la cobra y la fara, el cantil y la sabanera, el canacuate y la oracionera, el cuayma y el drino, la tara y el áspid, la víbora y la totoba, la serasta y el cenco, el hemorroo y el tamagás, la hidra y la equis, el coral y la calabazuela, el hipnal y la alicante, el viborezno y la alicántara, la amodita y el tragavenado.

Y la serpiente de mar de Isaías, en la Biblia, y la descrita por Job. El odontotírano de Paladio. La que los hombres sueñan.

Somos la serpiente de toca -pardo verdosa, verde amarilla- y la nariguda, de rayas blancuzcas sobte el más hermoso verde yerba.

Somos, aquí, la tepecolcoatl, la cuech, la tlehua, la chiaucotl, la hocico de puerco, la rayada, la chirrionera, el sincuate y la sincuata, la masacuata a la que también le dicen venada, la palanca, el bejuquillo y la limpiacampos y el achoque, la mazacoatl enorme y la chaquirilla brillante, la víbora serrana, la llanera y la chatilla, la de cintas, y todas las de cascabel, tan buenas como la primera, y todas las culebras prietas y de agua, y las que no son ni lo uno ni lo otro.

La pichocuate y la cencoatl, la benda-cuba y la benda-dusko, la Uamacoa, la salamanquesa y la mano de piedra, la de todos los colores y las de reflejos metálicos.

¡Ya no es hora de Apolo ni de Hércules!

Ni de esa absurda distinción que hacen los hombres entre nosotras, según seamos -para ellos- venenosas o no. ¿Hácenla entre ellos? Mejor les iría.

No repitieron los apóstoles y los misioneros la única palabra que hubiera convertido a su creencia al Nuevo Mundo: "Sed prudentes como la serpiente".

Porque los hombres de aquí son callados y prudentes como nosotras, de quien han aprendido. Mas los otros…

¡No es hora ya de Apolo ni de Hércules!

Esta es nuestra tierra. Y construyen, alzan, aplanan, cavan, destrozan, deshacen, como si fuera suya.

Pagamos quizá nuestro orgullo y despejo; nuestra indiferencia, raíz de la fe que los indígenas tuvieron en nosotras y el odio de los conquistadores. Admiraron los caballos porque les salvaba de nuestro perenne recuerdo. Desaparecía la inseguridad en que vivían, raíz de su ser. Alzados. Mas los españoles no fueron nuestros enemigos: destruyeron, esparcieron las piedras, a cuya sombra podían vivir.

Estamos en el mundo para esperar. Pero todo tiene límite. Jamás habíamos atacado; pero ellos construyen, destrozándolo todo. Ya no podemos escoger. Hay que poner coto. Dar lección. Bien está la humildad, no la humillación. Aquí, siempre, donde hubo una piedra, hubo una serpiente. Aquí, siempre, donde hubo una piedra, hubo el temor de la muerte. Aquí, siempre, donde más serpientes hubo, se tuvo en menos la vida. Gran lección.

Bastábanos la tierra tal como Dios la creó; pedregales, laderas riscosas, espesuras con algunos claros para gozar del sol -nuestro padre-, la maleza y las ruinas. La tierra tal como es. Nosotras, siempre idénticas a nosorras mismas.

¿Quién puede describirnos? No hay entre millones de millones dos iguales. ¿Quién diría nuestros matices blancos, grises, cenicientos, verdes, amarillos, pardos, azules, negros, rojos? Base y ejemplo de la pirámide.

II

La ofensiva fue organizada para el 10 de mayo, cuando la temperatura era más favorable. Dividido el ejército en tres cuerpos, contaba el primero con treinta y seis millones, el segundo con cuarenta y dos millones y el tercero con veinre y seis millones de serpientes de todas clases. Discutieron mucho si debían organizarse según sus especies o atacar revueltas. Por razones de manutención, acordaron lo último.

Las jefes de las distintas especies las exhortaron exagerando las esperanzas, disminuyendo los peligros, empleando los medios que excitan a la guerra. Diéronles a entender, en verdad, que de esc día y de las batallas dependía una época de libertad o de servidumbre eterna. Cada palabra estremecía, todas juraron no retroceder, vencer o morir.

Conocían el terreno como nadie lo conoció jamás. Los desiertos, los montes escarpados les eran familiares. El ejército estaba desparramado de la Sierra de los Presidios a Ojinaga. El ala derecha, por el río Conchos, apoyada en el llano de Chilicote, penetró en Texas, hacia Alpone. El centro, partió de Los Lamentos. La izquierda invadió El Paso. Dejando en el centro los Montes Apaches y la Sierra de Guadalupe, llegaron en tres días al río Pecos y precipitándose por el Llano Estacado, asolaron Dallas a fines de mayo. Por la llanura del Mississippi cayeron el 6 de junio sobre Houston y Gálveston. Decidieron los norteamericanos defenderse en el delta, frente a Nueva Orléans. Pero El Gran Ejército, torciendo a la izquierda, cruzó el río Rojo, el 18 de junio, por Shevreport,

Cundió el pánico. Fueron evacuados los estados de Colorado, Oklahoma, Misuri, Arkansas, Louisiana. Las sierpes se arrojaron sobre Tulsa -el 30 de junio-, Springfield -el 7 de julio-, San Louis -el 22 del mismo mes-, y abalanzándose sobre Bloomington -el 6 de agosto-, llegaron a las orillas del lago Michigan -el 2 de septiembre- partiendo en dos el país.

Y creció de nuevo la hierba.


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