– Ni uno. Esto lo sabe todo Los Angeles. He quedado aturdido.

– No se aflija -me ha respondido-. ¿Usted cree que no ha habido antes que usted mozalbetes con mejor fortuna que la suya alrededor de Dolly? Cuando pretenda otra vez ser millonario -para divorciarse de Dolly, por ejemplo-, suprima las informaciones telegráficas. Mal negociante, Grant.

Pero una sola cosa me ha inquietado.

– ¿Por qué dice que me voy a divorciar de Dolly?

– ¿Usted? Jamás. Ella vale dos o tres Grant, y usted tiene más suerte ante los ojos de ella de la que se merece. Aproveche.

– ¡Déme un abrazo, Burns!

– Gracias. ¿Y usted qué hace ahora, sin un centavo? Dolly no le va a copiar sus informes del ministerio.

Me he quedado mirándolo.

– Si usted fuera otro, le aconsejaría que se contratara con Stowell y Chaney. Con menos carácter y menos ojos que los suyos, otros han ido lejos. Pero usted no sirve.

– ¿Entonces?

– Ponga en orden el film que ha hecho con Dolly; tal cual, reforzando la escena del bar. El final ya lo tienen pronto. Le daré la sugestión de otras escenas, y propóngaselo a la Blue Bird. ¿El pago? No sé; pero le alcanzará para un paseo por Buenos Aires con Dolly, siempre que jure devolvérnosla para la próxima temporada. O'Mara lo mataría.

– ¿Quién?

– El director. Ahora déjeme bañar. ¿Cuándo se casa?

– Enseguida.

– Bien hecho. Hasta luego. Y mientras yo salía apurado:

– ¿Vuelve otra vez con ella? Dígale que me guarde el número de su ilustración. Es un buen documento.

Pero esto es un sueño. Punto por punto, como acabo de contarlo, lo he soñado. No me queda sino para el resto de mis días su profunda emoción, y el pobre paliativo de remitir a Dolly el relato -como lo haré en seguida-, con esta dedicatoria:

"A la señora Dorothy Phillips, rogándole perdone las impertinencias de este sueño, muy dulce para el autor".


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