– Tendremos que hacerlo solos. No creo que en mi universidad, ni en ninguna otra, vayan a darnos ni un duro pare que vayamos a Irak. En España la mayoría estamos contra la guerra, pero una excavación en Irak les parecerá una frivolidad y un dinero tirado al vacío.
– O sea, que el dinero lo pongo yo.
– Y yo te ayudo a formar el equipo. En la Complutense hay un montón de estudiantes de los últimos cursos que daría, cualquier cosa por poder excavar, aunque sea en Irak.
– Siempre me has dicho que en España no hay grandes especialistas en Mesopotamia…
– Y no los hay, pero tenemos un montón de estudiantes deseando poder decir que han hecho de arqueólogos. Tú también tienes gente.
– No estoy tan seguro de que encontremos quien nos quiera acompañar en esta aventura. ¿Te pedirás un año sabático?
– Yo no soy rico como tú y necesito cobrar a fin de mes, de manera que hablaré con el decano a ver cómo puedo organizarme este año. ¿Cuándo nos iríamos?
– Ya.
– ¿Cuándo es ya?
– La semana próxima mejor que la otra. No hay tiempo.
– ¿Podremos poner en marcha en dos semanas una misión arqueológica de esta envergadura?
– Seguramente no, es que esto es una locura…
– Pues como es una locura hagámoslo a las bravas, y a ver qué pasa.
Soltando una carcajada, los dos amigos chocaron las palmas de las manos como hacen los jugadores de baloncesto. Luego se fueron a celebrarlo tomando tapas por el Barrio de las Letras, el barrio en el que habían establecido su residencia estudiantes, artistas, escritores, pintores, el barrio donde Madrid no cierra ni siquiera al amanecer.
No durmieron en toda la noche. Primero picotearon por los bares, luego escucharon música en cafés, bebieron en coctelerías, y hablaron y rieron con cuantos encontraban en esos lugares donde la noche establece una camaradería que se desvanece con los primeros rayos del sol, cuando cada cual vuelve a su quehacer.
Yves se levantó antes que Fabián. Imaginaba que su amigo seguía dormido en brazos de una joven que habían encontrado en el último bar, y con la que al parecer mantenía una relación esporádica. La chica parecía tener un genio de mil demonios; había regañado violentamente a su amigo por no haberla llamado esa noche como habían quedado que haría, pero al final todo se había arreglado y allí estaba, durmiendo con Fabián.
Él se alojaba siempre en el ático de Fabián. Desde la terraza se veían todos los tejados de la ciudad. La casa de Fabián contaba con un cuarto de invitados para cuando alguno de sus amigos recalaba en Madrid, e Yves consideraba aquel cuarto un poco suyo, puesto que en cuanto podía se escapaba a esa ciudad abierta y alegre donde nadie preguntaba a nadie ni de dónde venía ni adónde iba.
Se sentó en la mesa de despacho de su amigo e intentó llamar a Irak. Tardó un rato en conseguir la comunicación con Ahmed Huseini.
– ¿Ahmed?
– ¿Quién habla?
– Picot.
– ¡Ah, Picot! ¿Cómo está?
– Decidido a ir; así que quiero que se ponga en marcha; porque no hay tiempo que perder. Le diré lo que necesito de usted. Si no puede conseguirlo, dígamelo.
Durante media hora los dos hombres hablaron sobre lo que sería necesario disponer para abordar la excavación. Ahmed fue sincero con él al explicarle lo que podía conseguir en Irak y lo que no. Pero sobre todo le sorprendió cuando ofreció financiar parte de la expedición.
– ¿Quiere poner dinero?
– No es que quiera, es que queremos correr con el grueso de los gastos, nosotros financiamos la misión, usted pone el personal y el material, ése es el trato.
– ¿Y de dónde va a sacar el dinero si no es indiscreción?
– Haremos un esfuerzo, por lo que esta misión significa para Irak en este momento.
– Vamos, Ahmed, eso no me lo creo.
– Pues créaselo.
– Mi instinto me dice que su jefe Sadam no está para gastarse ni un dólar buscando tablillas por importantes que puedan ser. Quiero saber quién paga, de lo contrario no voy.
– Una parte el ministerio y otra Clara. Ella tiene su propia fortuna personal, heredada de sus padres. Es hija única.
– O sea, que tengo que disputar con su esposa la Biblia de Barro .
– Debe de quedar claro que si la encontramos la Biblia es de Clara; es ella quien sabe que existe y quien tiene las dos primeras tablillas, y ella es quien quiere poner el dinero necesario para la excavación sin reparar en cuánto cueste.
– Parece un sarcasmo que se gaste el dinero en una excavación teniendo en cuenta cómo está su país.
– Señor Picot, aquí no se trata de juzgar la moralidad de nadie. Nosotros no juzgaremos la suya y usted se abstendrá de juzgar la nuestra. La Biblia es de Clara, pero usted podrá decir que se encontró en una misión arqueológica conjunta. Todo el mundo escuchó en Roma hablar de las tablillas a Clara.
– Vaya, ahora resulta que me ponen condiciones. Sin mí no hay misión arqueológica.
– Sin nosotros tampoco.
– Puedo esperar a que Sadam caiga y entonces…
– Entonces ya no habrá nada.
– Me sorprende que no me expusiera estas condiciones cuando estuve en Irak.
– Sinceramente, no pensé que usted fuera a aceptar.
– Bien, ¿le parece que redactemos un contrato, un documento en que quede clara la participación de todas las partes?
– Es una buena idea. ¿Lo redacta usted o se lo mando yo?
– Hágalo usted y ya le diré lo que tiene que cambiar. ¿Cuándo me lo manda?
– ¿Mañana le parece bien?
– No, no me parece bien. Mándemelo dentro de un cuarto de hora a este e-mail que le voy a dar. O llegamos a un acuerdo ahora o se acabó.
– Déme el e-mail.
Pasaron el resto de la mañana discutiendo a través del e-mail y del teléfono, pero a la una habían cerrado el acuerdo. Fabián se había ido a la universidad y la chica aún no se había despertado.
En el documento quedaba claro que se ponía en marcha una misión arqueológica participada por el profesor Picot para excavar un antiguo templo-palacio donde Clara Tannenberg sospechaba podían encontrarse restos de tablillas como los encontrados en otra misión arqueológica en Jaran años atrás, en los que un escriba que firmaba como Shamas afirmaba que Abraham le iba a relatar la historia del mundo.
Ahmed le dejó claro que su mujer no iba a dejarse arrebatar el esplendor de la gloria.
Fabián llamó a Picot desde su despacho de la universidad y quedaron para almorzar juntos. Su compañera de la noche aún seguía durmiendo, cosa que tenía muy extrañado a Picot.
– ¿No le habrá pasado algo? -preguntó a Fabián.
– No te preocupes, es que es muy dormilona.
Después del almuerzo se fueron al despacho de Fabián. Éste ya había hablado con algunos de sus mejores alumnos y otros profesores, a quienes les contaron lo que se proponían.
De la veintena de los reunidos, ocho estudiantes se apuntaron y un par de profesores prometieron hablar con el decano para poder ir. Quedaron en que volverían a reunirse al día siguiente para ultimar detalles.
Cuando se quedaron solos, cada uno con un teléfono, empezaron a llamar a colegas de otros países. La mayoría les contestaban que estaban locos, otros que se lo pensarían. Todos pedían tiempo.
Picot decidió que al día siguiente se iría a Londres y a Oxford a ver personalmente a algunos amigos, y también pasaría por París y Berlín. Fabián se encargaría de viajar a Roma y Atenas, donde conocía a algunos profesores.
Era martes. El domingo se volverían a reunir en Madrid, y verían qué efectivos humanos habían podido juntar entre los dos. El objetivo era estar en Irak el 1 de octubre a más tardar.
Ralph Barry entró sonriente en el despacho de Robert Brown.
– Traigo buenas noticias.
– Pues dámelas.
– Acabo de hablar con un colega de Berlín, Picot está allí reclutando profesores y alumnos para ir a Irak. Díselo a Dukais; a lo mejor puede colar a algunos de sus chicos, si es que ha encontrado alguno. Ha estado también en Londres y en París y ha provocado una auténtica conmoción en la comunidad académica. Todos piensan que está loco, pero algunos sienten una curiosidad insana por ir a ver qué está pasando en Irak.
»No creo que sea capaz de conseguir que le acompañe gente de peso, pero sí logrará que algunos profesores y alumnos vayan con él. El grupo que está formando es de lo más heterogéneo, así que una vez allí no sé lo que será capaz de hacer. No van con un plan de trabajo, ni con una prospección previa, ni con un estudio a fondo de los recursos necesarios. Parece que el mayor apoyo de Picot es Fabián Tudela, un profesor de Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid. Es un experto en Mesopotamia, se doctoró en Oxford y ha trabajado en varias excavaciones en Oriente Próximo. Es competente, además de ser el mejor amigo de Picot.
– Al final se ha decidido…
– Sí. La tentación era muy fuerte para un tipo como él. Pero dudo que puedan hacer algo. Seis meses no es tiempo en arqueología.
– No, no lo es, pero a lo mejor tienen suerte. Ojalá sea así.
– En todo caso, ya se han puesto en marcha.
– Bien, continúa averiguando cuanto puedas. ¡Ah!, y llama tú a Dukais. Explícale por dónde anda Picot y con quién. Espero que sea capaz de encontrar algunos hombres para esa expedición.
– No será fácil; no se puede convertir a un gorila en un estudiante.
– Tú habla con él.
Cuando se quedó solo, Robert Brown marcó un número de teléfono esperando impaciente a que respondieran. Se tranquilizó cuando escuchó la voz de su Mentor.
– Siento molestarte, pero quería que supieras que Yves Picot está organizando un grupo para ir a Irak.
– ¡Ah, Picot! Imaginaba que no podría resistirse. ¿Lo has organizado todo como te dije?
– Lo estoy haciendo.
– No puede haber fallos.
– No los habrá.
Brown titubeó unos segundos antes de atreverse a preguntar:
– ¿Sabes ya quién envió a los italianos?
El silencio de su Mentor fue peor que un reproche. El presidente ejecutivo de la fundación Mundo Antiguo se puso a sudar consciente de la inoportunidad de su pregunta.
– Procura que las cosas salgan como hemos previsto.
Con estas palabras, el Mentor dio por concluida la conversación.
Paul Dukais tomaba notas de lo que Ralph Barry le contaba por teléfono.