Conclusión

A veces recuerdo la persona que era antes de que volviese a descubrir a mi viejo profesor. Quiero hablar a esa persona. Quiero decirle a qué debe estar atenta, qué errores debe evitar. Quiero decirle que sea más abierta, que no haga caso del señuelo de los valores anunciados, que preste atención cuando hablen sus seres queridos, como si fuera la última vez que pudiera oírles.

Lo que más quiero decir a esa persona es que coja un avión y visite a un amable anciano que vive en West Newton, en Massachusetts, mejor antes que después; antes de que ese anciano se ponga enfermo y no sea capaz de bailar.

Sé que no puedo hacerlo. Ninguno podemos deshacer lo que hemos hecho ni volver a vivir una vida que ya está registrada. Pero si el profesor Morrie Schwartz me enseñó algo, fue esto: en esta vida no existe el «demasiado tarde». Él cambió hasta el día en que se despidió.

Poco después de la muerte de Morrie logré hablar con mi hermano en España. Mantuvimos una larga conversación. Le dije que respetaba su distanciamiento y que lo único que quería era estar en contacto con él -en el presente, no en el pasado-, tenerlo en mi vida tanto como él me lo permitiera.

– Eres mi único hermano -le dije-. No quiero perderte. Te quiero.

Nunca le había dicho una cosa así.

Algunos días más tarde recibí un mensaje en mi fax. Estaba escrito a máquina de una manera desaliñada, mal puntuada, todo en mayúsculas, como eran siempre las cartas de mi hermano.

«¡HOLA, ME HE UNIDO A LOS NOVENTA!», empezaba. Contaba algunas anécdotas, lo que había hecho aquella semana, un par de chistes. Al final, se despedía de esta manera:

TENGO ARDOR DE ESTÓMAGO Y DIARREA EN ESTOS MOMENTOS. LA VIDA ES UNA PERRA. ¿CHARLAMOS MÁS TARDE?

[firmado] TRASERO DOLORIDO.

Me reí hasta que se me saltaron las lágrimas.

Martes Con Mi Viejo Profesor pic_70.jpg

Este libro fue, en gran medida, idea de Morrie. Decía que era nuestra «última tesina». Como los mejores proyectos de trabajo, nos unió más, y Morrie se quedó encantado cuando varios editores manifestaron su interés, aunque murió sin llegar a conocer a ninguno. El dinero que se cobró como anticipo contribuyó a pagar las enormes facturas de la atención médica de Morrie, por lo cual nos sentimos agradecidos ambos.

El título, dicho sea de paso, se nos ocurrió un día en el despacho de Morrie. A él le gustaba dar nombre a las cosas. Tenía varias ideas. Pero cuando yo dije «¿Qué te parece Martes con mi viejo profesor ?», él sonrió casi con rubor, y yo supe que había, dado en el clavo.

Cuando murió Morrie, revolví varias cajas de antiguos papeles de la universidad. Y descubrí un trabajo de fin de curso que había preparado para una de sus asignaturas. El trabajo ya tenía veinte años. En la primera página aparecían mis comentarios escritos a lápiz, dirigidos a Morrie, y debajo de éstos aparecían los comentarios de él como respuesta a los míos.

Los míos comenzaban: «Querido entrenador…».

Los suyos comenzaban: «Querido jugador…».

Por algún motivo, cada vez que lo leo lo echo más de menos.

¿Has tenido realmente alguna vez un maestro? ¿Un maestro que te viera como algo en bruto pero precioso, como una joya que, con sabiduría, podía pulirse para darle un brillo imponente? Si tienes la suerte suficiente para encontrar el camino que conduce a maestros así, siempre encontrarás el camino para volver a ellos. A veces, sólo está en tu cabeza. A veces está junto a sus lechos.

Mi viejo profesor impartió la última asignatura de su vida dando una clase semanal en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde podía contemplar cómo se despojaba de sus hojas rosadas un pequeño hibisco. La clase se impartía los martes. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se impartía a partir de la experiencia.

La enseñanza prosigue.

Fin

El Profesor Morrie Schwartz murió de ELA. En España se diagnostican 900 casos cada año y se estima que 4.000 españoles padecen Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA).

La Asociación Española de ELA (ADELA) es la única organización nacional dedicada exclusivamente a la lucha contra esta enfermedad y a mejorar la calidad de vida de sus afectados.

Cualquier información al respecto puede solicitarla a ADELA, en C/. Hierbabuena, 12. Tel. 91 311 35 30. 28039 Madrid.


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