D ice el maestro: Cierra los ojos. Ni tan siquiera necesitas cerrar los ojos, basta con que imagines la siguiente escena: una bandada de pájaros volando. Vale, ahora dime cuántos pájaros ves, ¿cinco, once, diecisiete? Sea cual sea la respuesta, y prácticamente nadie puede decir el número exacto, algo queda claro tras esta pequeña experiencia. Puedes imaginar una bandada de pájaros, pero el número de aves escapa a tu control. Sin embargo, la escena era clara, nítida, exacta. En algún lugar hay una respuesta para esta pregunta. ¿Quién especificó el número de pájaros que debía aparecer en la escena? No fuiste tú.
U n hombre decidió visitar a un ermitaño que vivía cerca del monasterio de Sceta. Después de caminar sin rumbo por el desierto, acabó encontrando al monje. -Necesito saber cuál es el primer paso que hay que dar en el camino espiritual -dijo. El ermitaño lo llevó hasta un pequeño pozo y le pidió que mirase su reflejo en el agua. El hombre obedeció, pero el ermitaño empezó a tirar piedras al agua e hizo que la superficie se moviese. -No podré ver bien mi rostro mientras usted siga tirando piedras -dijo el hombre. -Del mismo modo que es imposible para un hombre ver su rostro en aguas turbulentas, también es imposible buscar a Dios si la mente está ansiosa con la búsqueda -dijo el monje-.Éste es el primer paso.
E n la época en que el viajero practicaba meditación zen budista, había un momento en el cual el maestro iba hasta la esquina del dojo (lugar donde se reunían los discípulos) y volvía con una varita de bambú. Algunos discípulos, que no habían conseguido concentrarse totalmente, levantaban la mano: el maestro se acercaba y les daba tres golpes en cada hombro. El primer día esto pareció medieval y absurdo. Más tarde, el viajero entendió que muchas veces es necesario traer al plano físico el dolor espiritual, para ver el daño que causa. En el camino de Santiago, aprendió un ejercicio que consistía en clavar la uña del índice en el pulgar cada vez que pensaba algo perjudicial. Las terribles consecuencias de los pensamientos negativos se notan demasiado tarde. Sin embargo, haciendo que estos pensamientos se manifiesten en el plano físico, a través del dolor, nos damos cuenta del daño que eso nos produce. Y acabamos por evitarlos.
U n paciente de treinta y dos años buscó al terapeuta Richard Crowley. -No consigo dejar de chuparme el dedo -dijo. -No se acostumbre a ello -respondió Crowley-.Pero chúpese un dedo distinto cada día de la semana. A partir de ese momento, cada vez que el paciente se llevaba la mano a la boca, se veía instintivamente obligado a escoger el dedo que debía ser objeto de su atención ese día. Antes de que acabase la semana, estaba curado. -Cuando el mal se convierte en un hábito, es difícil lidiar con él -dice Richard Crowley-.Pero cuando nos exige nuevas actitudes, decisiones, elecciones, entonces nos concienciamos de que no vale la pena tanto esfuerzo.
E n la antigua Roma, un grupo de hechiceras conocidas como las Sibilas escribió nueve libros que contaban el futuro de Roma. Le llevaron los nueve libros a Tiberio. -¿Cuánto cuestan? -preguntó el emperador de Roma. -Cien monedas de oro -respondieron las Sibilas. Tiberio, indignado, las expulsó. Las Sibilas quemaron tres libros y volvieron. -Siguen costando cien monedas -dijeron. Tiberio se rió y no aceptó. ¿Pagar por seis libros lo mismo que pagaría por nueve? Las Sibilas quemaron otros tres libros y volvieron con los tres restantes. -Siguen costando cien monedas de oro -dijeron. Tiberio, mordido por la curiosidad, acabó pagando, pero sólo consiguió leer parte del futuro de su imperio. Dice el maestro: Forma parte del arte de vivir no regatear con la oportunidad.
L as palabras son de Rufus Jones: -No me interesa construir nuevas torres de Babel usando como excusa la idea de que necesito llegar hasta Dios.»Estas torres son abominables; algunas están hechas de cemento y ladrillos; otras, con pilares de textos sagrados. Algunas fueron construidas con viejos rituales, y muchas son erigidas con las nuevas pruebas científicas de la existencia de Dios.»Todas estas torres, que nos vemos obligados a escalar desde una base oscura y solitaria, pueden darnos una idea de la visión de la Tierra, pero no nos conducen al cielo. Todo lo que conseguimos es la misma y vieja confusión de lenguas y emociones.»Para Dios, los puentes son la fe, el amor, la alegría y la oración.
D os rabinos intentan a toda costa llevar la paz espiritual a los judíos de la Alemania nazi. Durante dos años, aunque muertos de miedo, engañan a sus perseguidores y ofician ceremonias religiosas en varias comunidades. Finalmente los llevan presos. Uno de los rabinos, atemorizado por lo que pueda pasar de ahí en adelante, no deja de rezar ni un momento. El otro, por el contrario, se pasa todo el día durmiendo. -¿Por qué te comportas así? -pregunta el rabino, asustado. -Para ahorrar fuerzas. Sé que voy a necesitarlas de ahora en adelante -dice el otro. -Pero ¿no tienes miedo? ¿No sabes lo que puede pasarnos? -Tuve miedo hasta el momento en que nos apresaron. Ahora que estoy preso, ¿qué ganaría temiendo lo que ya ha ocurrido? El tiempo del miedo se acabó; ahora comienza el tiempo de la esperanza.
D ice el maestro: Voluntad. Es una palabra sobre la que la gente debería meditar un poco. ¿Cuáles son las cosas que no hacemos porque no tenemos voluntad, y cuáles las que no hacemos porque son arriesgadas? He aquí un ejemplo de lo que confundimos con «falta de voluntad»: hablar con desconocidos. A no ser una conversación casual, un simple contacto, un desahogo, raramente hablamos con desconocidos. Siempre pensamos que «es mejor así». Acabamos por no ayudar ni ser ayudados por la Vida. Nuestra distancia hace que parezcamos muy importantes, muy seguros de nosotros mismos. Pero, en la práctica, no dejamos que la voz de nuestro ángel se manifieste a través de la boca de los demás.
U n viejo ermitaño fue invitado en cierta ocasión a la corte del rey más poderoso de la época. -Siento envidia de un hombre santo que se conforma con tan poco -dijo el rey. -Siento envidia de Vuestra Majestad, que se conforma con menos que yo -respondió el ermitaño. -¿Cómo me dices eso si todo este país me pertenece? -replicó el rey, ofendido. -Justamente por eso -contestó el viejo ermitaño-. Yo tengo la música de las esferas celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la luna y el sol, porque tengo a Dios en mi alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo tiene este reino.
– V amos hasta la montaña en la que mora Dios -comentó un caballero a su amigo-. Quiero demostrar que Él sólo sabe pedir, y que no hace nada por aliviar nuestra carga. -Voy para demostrar mi fe -dijo el otro. Llegaron por la noche a lo alto del monte y escucharon una voz en la oscuridad. -¡Cargad vuestros caballos con las piedras del suelo! -¿Ves? -dijo el primer caballero-. Después de subir tanto, aún nos hace cargar con más peso. ¡Jamás obedeceré! El segundo caballero hizo lo que la Voz decía. Cuando acabaron de bajar el monte, llegó la aurora y los primeros rayos de sol iluminaron las piedras que el caballero piadoso había recogido. Eran diamantes puros. Dice el maestro: Las decisiones de Dios son misteriosas, pero siempre son a nuestro favor.
D ice el maestro: Querido discípulo, he de darte una noticia que tal vez todavía no sepas. Pensé en suavizarla, en pintarla de colores más brillantes, llenarla de promesas del Paraíso, visiones de lo Absoluto, explicaciones esotéricas pero, aunque todo eso exista, no viene ahora al caso. Respira profundamente y prepárate. Debo ser directo y franco, y puedo asegurarte que tengo la absoluta certeza de lo que estoy diciendo. Es una previsión infalible, sin margen de error. La noticia es la siguiente: vas a morir. Puede ser mañana, o dentro de cincuenta años, pero, tarde o temprano, vas a morir. Aunque no estés de acuerdo. Aunque tengas otros planes. Piensa cuidadosamente lo que vas a hacer hoy. Y mañana. Y el resto de tus días.
U n explorador blanco, ansioso por llegar cuanto antes a su destino en el corazón de África, ofreció una paga extra a sus porteadores para que anduviesen más de prisa. Durante varios días, los porteadores apuraron el paso. Una tarde, sin embargo, se sentaron todos en el suelo y posaron la carga, negándose a continuar. Por más dinero que les ofreciese, los indígenas no se movían. Finalmente, cuando el explorador pidió una explicación para aquel comportamiento, obtuvo la siguiente respuesta: -Hemos andado demasiado de prisa, y ya no sabemos ni lo que estamos haciendo. Tenemos que esperar a que nuestras almas nos alcancen.
N uestra Señora, con el Niño Jesús en brazos, bajó a la Tierra para visitar un monasterio. Orgullosos, los frailes hicieron cola para honrarla; uno declamó poemas, otro mostró miniaturas para la Biblia, otro recitó el nombre de los santos. Al final de la cola se encontraba un padre humilde, que no había tenido la suerte de instruirse con los sabios de la época. Sus padres eran personas sencillas, que trabajaban en un circo. Cuando llegó su turno, los monjes intentaron dar por terminado el homenaje, por miedo a que comprometiese la imagen del monasterio. Pero él también quería demostrar su amor por la Virgen. Avergonzado, sintiendo la mirada de reproche de sus hermanos, sacó unas naranjas de su zurrón y empezó a lanzarlas al aire, haciendo malabarismos que sus padres le habían enseñado en el circo. Fue en ese momento cuando el Niño Jesús sonrió, y empezó a hacer palmas de alegría. Sólo a él la Virgen le tendió los brazos, y lo dejó coger un poco a su hijo.
N o intentes ser coherente todo el tiempo. A fin de cuentas, san Pablo dijo que «la sabiduría del mundo es locura ante Dios». Ser coherente es llevar siempre la corbata a juego con los calcetines. Es estar obligado a tener mañana las mismas opiniones que tenías hoy. Y el movimiento del mundo, ¿dónde se queda? Mientras no perjudiques a nadie, cambia de opinión de vez en cuando, contradícete sin avergonzarte por ello. Tienes ese derecho. No importa lo que piensen los demás porque, en cualquier caso, pensarán. Así que, relájate. Deja que el Universo se mueva en torno a ti, descubre la alegría de sorprenderte a ti mismo. «Dios escogió las locuras del mundo para avergonzar a los sabios.»
D ice el maestro: Hoy estaría bien hacer algo fuera de lo común. Podemos, por ejemplo, bailar por la calle mientras nos dirigimos al trabajo. Mirar a los ojos a un desconocido y hablar de amor a primera vista. Sugerirle al jefe una idea que puede parecer ridícula, pero en la que creemos. Comprar el instrumento que siempre quisimos tocar, pero nunca nos atrevimos. Los guerreros de la luz se permiten días así. Hoy podemos llorar por algunas viejas penas que aún están presas en nuestra garganta. Llamaremos a alguien a quien juramos que no volveríamos a hablar, pero de quien desearíamos escuchar un mensaje en nuestro contestador automático. Hoy puede considerarse como un día fuera de la agenda en la que escribimos todas las mañanas. Hoy cualquier falta será admitida y perdonada. Hoy es día de sentir alegría por la vida.