– No. Eso es todo.

Ranger entró en su coche y se fue.

Así acabó la parte del día en la que intenté ganar un poco de dinero. Todavía me quedaba Laura Minello, gran ladrona de coches, pero me sentía desanimada y no tenía esposas. Lo más sensato sería retomar la búsqueda de la niña. Si volvía ahora a la casa lo más probable era que Abruzzi ya no estuviera allí. Casi con toda seguridad se habría ido a casa, muy orgulloso de haberme amenazado, a mover algunos soldaditos de plomo.

Regresé a la calle Key y aparqué delante de la casa de Carol Nadich. Llamé al timbre y, mientras esperaba, me quité un poco de mozzarella del pecho.

– Hola -dijo Carol al abrir la puerta-. ¿Qué pasa ahora?

– ¿Annie solía jugar con algún niño del vecindario? ¿Crees que tenía alguna amiga íntima?

– La mayoría de los niños de esta calle son más mayores y Annie pasaba mucho tiempo en casa. ¿Eso que tienes en el pelo es pizza?

Me llevé la mano al pelo y tanteé.

– ¿Hay pepperoni?

– No. Sólo queso y salsa de tomate.

– Bueno -dije-. Mientras no haya pepperoni…

– Espera un momento -dijo Carol-. Recuerdo que Evelyn me contó que Annie había hecho una nueva amiguita en el colegio. Evelyn estaba preocupada porque aquella niña se creía que era un caballo.

Palmada mental. Mi sobrina Mary Alice.

– Lo siento, pero no sé cómo se llama la niña caballo -añadió.

Dejé a Carol y recorrí en coche las dos calles que me separaban de la casa de mis padres. Era media tarde. Las clases ya habrían acabado y Mary Alice y Angie estarían sentadas en la cocina, comiendo galletas mientras eran interrogadas por mi madre. Una de las primeras lecciones que aprendí es que todo tiene un precio. Si quieres una galleta después de clase, tienes que contarle a mi madre cómo te ha ido el día.

Cuando éramos pequeñas, Valerie siempre tenía montones de cosas que contar. Que la habían admitido en el coro. Que había ganado el concurso de ortografía. Que la habían elegido para la función de Navidad. Que Susan Marrone le había dicho que Jimmy Wiznesky pensaba que era muy guapa.

Yo también tenía montones de cosas que contar. A mí no me habían admitido en el coro. No había ganado el concurso de ortografía. No me habían elegido para la función de Navidad. Y había empujado sin querer a Billy Bartolucci por las escaleras y se había roto la rodillera del pantalón.

La abuela me abrió la puerta.

– Justo a tiempo para comer una galleta y contarnos cómo te ha ido el día -dijo-. Seguro que ha sido tremebundo. Estás rebozada en comida. ¿Has estado persiguiendo a algún asesino?

– He estado persiguiendo a un tío acusado de violencia doméstica.

– Espero que le hayas dado una patada donde más duele.

– La verdad es que no he tenido la oportunidad de darle una patada, pero le he destrozado la pizza -me senté a la mesa con Angie y Mary Alice y pregunté-: ¿Cómo van las cosas?

– Me han admitido en el coro -dijo Angie.

Contuve los deseos de gritar y tomé una galleta.

– ¿Y qué tal tú? -pregunté a Mary Alice.

Mary Alice bebió un trago de su vaso de leche y se limpió la boca con el dorso de la mano.

– Ya no soy un reno porque he perdido las astas.

– Se le cayeron cuando volvíamos del colegio y un perro hizo sus necesidades encima de ellas -dijo Angie.

– De todas formas ya no quería ser un reno -explicó Mary Alice-. Los renos no tienen unas colas tan bonitas como los caballos.

– ¿Conoces a Annie Soder?

– Claro -dijo Mary Alice-, está en mi clase. Es mi mejor amiga, lo que pasa es que últimamente nunca viene al colegio.

– Hoy he ido a verla, pero no estaba en casa. ¿Tú sabes dónde está?

– No -contestó Mary Alice-. Supongo que se habrá marchado. Eso es lo que pasa cuando uno se divorcia.

– Si Annie pudiera ir adonde quisiera, ¿dónde iría?

– A Disney World.

– ¿Adonde más?

– A casa de su abuela.

– ¿Adonde más?

Mary Alice se encogió de hombros.

– ¿Y su mamá? ¿Adonde le gustaría ir a su mamá?

Se encogió de hombros otra vez.

– Intenta ayudarme. Quiero encontrar a Annie.

– Annie también es un caballo -dijo Mary Alice-. Annie es un caballo marrón, sólo que no galopa tan rápido como yo.

La abuela se acercó a la puerta principal movida por su radar del Burg. Una buena ama de casa del Burg nunca se pierde nada que ocurra en la calle. Una buena ama de casa del Burg puede escuchar sonidos procedentes de la calle inapreciables para el oído humano normal.

– Fíjate -dijo la abuela-. Mabel tiene visita. Alguien que no había visto nunca.

Mi madre y yo nos unimos a la abuela junto a la puerta.

– Un buen coche -dijo mi madre.

Era un Jaguar negro. Nuevecito. Sin una sola gota de barro ni una mota de polvo encima. Una mujer salió de detrás del volante. Iba vestida con pantalones de cuero negro, botas de cuero negro de tacón alto y una chaqueta corta de cuero negro que se adaptaba a sus formas. Sabía quién era. Había coincidido con ella en una ocasión. Era el equivalente femenino de Ranger. Según tenía entendido, ella, lo mismo que Ranger, se dedicaba a una multitud de actividades, entre las cuales se incluían -sin limitarse a ellas- la de guardaespaldas, cazarrecompensas e investigadora privada. Se llamaba Jeanne Ellen Burrows.

4

Qué Vida Ésta pic_5.jpg

A VISITANTE DE Mabel se parece a Catwoman -dijo la abuela-. Sólo le faltan las orejas puntiagudas y los bigotes.

Y el traje de gata era de Donna Karan.

– La conozco -dije-. Se llama Jeanne Ellen Burrows y seguro que tiene alguna relación con la fianza de custodia. Voy a hablar con ella.

– Yo también -dijo la abuela.

– No. No es una buena idea. Quédate aquí. En seguida vuelvo.

Jeanne Ellen me vio acercarme y se detuvo en la acera. Le ofrecí la mano.

– Stephanie Plum -dije.

Su apretón de manos era fuerte.

– Ya me acuerdo.

– Me imagino que te ha contratado alguien relacionado con la fianza.

– Steven Soder.

– A mí me ha contratado Mabel.

– Espero que no tengamos una relación de adversarias.

– Yo también lo espero -dije.

– ¿Hay alguna información que quieras compartir conmigo?

Me tomé un instante para pensarlo y decidí que no tenía ninguna información que compartir.

– No.

Su boca se curvó formando una sonrisa pequeña y cortés.

– Vale, muy bien.

Mabel abrió la puerta y se nos quedó mirando.

– Ésta es Jeanne Ellen Burrows -dije a Mabel-. Trabaja para Steven Soder. Le gustaría hacerte unas preguntas. Yo preferiría que no las contestaras -empezaba a sentir unas vibraciones extrañas ante la desaparición de Evelyn y Annie y no quería que Annie fuera entregada a Steven hasta haber oído las razones de Evelyn para marcharse.

– Hablar conmigo iría en su beneficio -dijo Jeanne Ellen a Mabel-. Su bisnieta puede estar en peligro. Yo puedo ayudar a encontrarla. Se me da muy bien encontrar a gente.

– También a Stephanie se le da bien encontrar a gente -contestó Mabel.

La pequeña sonrisa volvió a aparecer en la cara de Jeanne Ellen.

– Yo soy mejor -dijo.

Era cierto. A Jeanne Ellen se le daba mejor. Yo confiaba más en la suerte ciega y la insistencia recalcitrante.

– No lo sé -dijo Mabel-. No me siento a gusto actuando contra la voluntad de Stephanie. Usted parece una jovencita muy agradable, pero preferiría no hablar con usted de este tema.

Jeanne Ellen le dio su tarjeta a Mabel.

– Si cambia de opinión, llámeme a alguno de estos teléfonos.

Mabel y yo vimos cómo se metía en el coche y se alejaba en él.

– Me recuerda a alguien -dijo Mabel-. Y no logro saber a quién.

– A Catwoman -contesté.

–  ¡Sí! Eso es, pero sin orejas.


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