El zumbido de su localizador lo sobresaltó. Lo apagó y se dio cuenta de que su corazón latía desordenado. Se obligó a tranquilizarse antes de sacar el celular y marcar el número.

– Rizzoli. -Contestó al primer llamado, su saludo tan directo como una bala.

– Me llamaste al localizador.

– Nunca me dijiste que habías consultado el Programa de Captura de Criminales Violentos -dijo ella.

– ¿Qué consulta?

– Sobre Diana Sterling. Estoy revisando su archivo en este momento.

El Programa de Captura de Criminales Violentos, era una base de datos nacional sobre homicidios y asaltos que recogía casos de todo el país. Los asesinos a menudo repiten los mismos patrones, y con esta información los investigadores pueden relacionar crímenes cometidos por el mismo individuo. Como cuestión de rutina, Moore y su compañero en ese momento, Rusty Stivack, habían iniciado una búsqueda en el Programa.

– No encontramos ninguna correspondencia en Nueva Inglaterra -dijo Moore-. Rastreamos todos los homicidios que incluían mutilación, asalto nocturno y ataduras con tela adhesiva. Nada encajaba con el perfil de Sterling.

– ¿Y qué hay de la serie de Georgia? Hace tres años, cuatro víctimas. Una en Atlanta, tres en Savannah. Todos estaban en la base de datos del Programa.

– Revisé esos casos. Ese individuo no es nuestro asesino.

– Escucha esto, Moore. Dora Ciccone, veintidós años de edad, estudiante graduada en Emory. La víctima fue primero reducida con Rohypnol, luego atada a la cama con cuerdas de nailon…

– Nuestro muchacho usa cloroformo y tela adhesiva.

– Le abrió el abdomen. Le quitó el útero. Ejecutó el coup de grace; un único corte en el cuello. Y por último, escucha bien, dobló su camisón y lo dejó en una silla junto a la cama. Te repito que es diabólicamente parecido.

– Los casos de Georgia están cerrados -dijo Moore-. Han estado cerrados desde hace dos años. Ese individuo está muerto.

– ¿Y si la policía de Savannah se equivocó? ¿Y si él no era el asesino?

– Tenían ADN para corroborarlo. Fibras, pelos. Además, hubo una testigo. Una víctima que sobrevivió.

– Ah, sí. La sobreviviente. Víctima número cinco. -La voz de Rizzoli adquirió un tono extrañamente sarcástico.

– Ella confirmó la identidad del asesino -dijo Moore.

– También, y muy convenientemente, le dio un disparo mortal.

– ¿Qué pretendes, arrestar al fantasma?

– ¿Hablaste alguna vez con la víctima sobreviviente? -preguntó Rizzoli.

– No.

– ¿Por qué no?

– ¿Cuál hubiera sido el punto?

– El punto es que te hubieras enterado de algo interesante. Como, por ejemplo, que abandonó Savannah al poco tiempo del ataque. Y adivina dónde vive ahora.

A través del siseo del celular pudo escuchar la corriente de su propio pulso.

– ¿Boston? -preguntó en voz baja.

– Y no vas a creer cómo se gana la vida.



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