Ahora se temían en mayor parte a ellos mismos y bien que deberían.
Simone frunció el ceño cuando Xypher se puso cómodo sin ni siquiera mirar el menú.
– ¿No estabas hambriento?
La mirada que él le envió la estremeció hasta los huesos.
– No tengo dinero.
– Bueno, no pensarías que yo iba a comer y dejarte a ti pasando hambre, ¿verdad?
Lo triste era que debería hacerlo igualmente.
Ella levantó el menú y lo sostuvo hacia él.
– Pide algo o yo lo pediré por ti.
– ¿Sabes que le sucedió a la última persona que me habló en ese tono?
– Déjame adivinar. Desmembramiento. Probablemente doloroso. Definitivamente lento -ella arqueó las cejas ante él-. Es una suerte que no puedas matarme mientras yo lleve el brazalete puesto -ella le dedicó una engreída sonrisa-. Yo voy a pedir el cóctel de gambas y el pollo Alfredo tostado. ¿Qué hay de ti?
Por primera vez, ella vio una mirada humilde en él cuando cogió el menú igual que un niño huraño.
– La amabilidad te pone incómodo, ¿no es así?
Él no respondió mientras su mirada barría el menú.
Ella dejó escapar un cansado suspiro antes de intercambiar una frustrada mirada con Jesse. No podía creer que le resultara tan fácil hablar a los fantasmas como le resultaba hablar con una persona de carne y sangre de algún tipo sentado ante ella. ¿Qué le habían hecho para hacer que fuera tan cerrado con todo el mundo?
Xypher no estaba seguro de que pedir. Todo parecía tener buena pinta y su estómago estaba ardiendo. Por no mencionar que se sentía extremadamente incómodo allí sentado igual que un humano común.
Nadie le había tratado de esa forma. Jamás.
Él era un Phobotory Skotos. Se pasó la vida haciendo que todo el mundo a su alrededor temblara de miedo cuando les producía pesadillas. Incluso los dioses. Él era la encarnación del mal. Incluso los otros Phobatory Skoti le temían.
Y esta mujer se atrevía a dar órdenes a su alrededor.
Ella estaba loca y mientras la miraba, se detuvo. Ella era realmente bastante bonita y más tentadora de lo que debería ser ninguna mujer. Hasta ahora, no había pensado en cuanto tiempo hacía que no había estado con una mujer. Pero sus amables ojos avellana lo incendiaban.
– ¿Tienes problemas para decidirte?
Él parpadeó ante su pregunta.
– ¿Cómo lo haces?
– ¿Hacer qué?
– Hablarme como si yo fuera normal.
Ella frunció el ceño.
– Bueno, tú no me lo pones exactamente fácil. Pero recuerdo un tiempo en el que yo también estaba enfadada con el mundo. Todo lo que quería era arremeter y hacer que todo el mundo a mí alrededor fuera tan miserable y estuviese tan enfadada como lo estaba yo. Esa necesidad te quema igual que un fuego por dentro y te destruye por completo. Entonces un día me di cuenta de que a la única que estaba haciendo daño era a mi misma. Quizás jodí a otras personas, pero en un par de horas se olvidaban de mí. Yo era la única que vivía en un perpetuo infierno. Así que tome la decisión de dejar salir la rabia y apartarla.
Ella hacía que sonara tan fácil. Pero no era tan fácil solo dejarlo ir.
– Sí, pero tú tienes un futuro hacia el que mirar.
Ella negó con la cabeza.
– Esto no se siente igual que en aquel momento. Tienes que recordar que yo vi asesinar a mi hermano cuando él sólo tenía siete años -ella apretó los dientes cuando el familiar dolor la laceró-. Él también pensaba que tenía un futuro y en un parpadeo éste se había ido. Así como mi madre y mi padre…
Su dolor lo alcanzó. Esto era algo que él podía narrar. Pero lo que le sorprendía era la pequeña punzada en su interior. Una parte que realmente… no, eso no era cariño. No era capaz de eso. Eso era…
No podía localizarlo.
– ¿Qué sucedió? -le preguntó él.
Ella mantuvo su mano en alto.
– Sé que fui yo quien sacó esto, pero realmente no puedo hablar de ello ahora mismo, ¿vale? Sólo porque ha sucedido hace mucho tiempo, no quiere decir que todavía no duela. Hay algunas heridas que el tiempo no puede entumecer.
– Entonces me entiendes.
Simone frunció el ceño ante esa simple declaración de él cuando se dio cuenta de que realmente lo hacía. No importaba cuantos años habían pasado, la agonía de sus muertes estaba todavía cruda y fresca.
– Síp. Supongo que lo hago. Y si las tuyas son incluso una miseria de las mías, entonces realmente lo siento.
Xypher apartó la mirada cuando esas palabras tocaron una parte de él que no había sido tocada en siglos. Él ni siquiera sabía por qué. Era igual que si hubieran tenido una conexión a partir de su dolor.
– ¿Te gusta el pescado?
Él todavía no entendía como lo hacía ella. Una pregunta tan sencilla y todavía lo tocaba. Le hacía sentirse… no podía describirlo.
– No lo recuerdo. Realmente no he sido capaz de saborear comida en siglos.
Ella tendió su menú sobre la mesa.
– ¿Qué has estado comiendo mientras estás aquí?
– Cualquier cosa que pudiera encontrar.
El corazón de Simone se encogió ante sus palabras.
– Bueno pide el plato combinado y el de ostras. Entre los dos, encontrarás algo sabroso.
Xypher no sabía que decir. La cotidiana parte de él era violenta, quería arremeter contra alguien, lastimar a todo el que estuviera a su alrededor, pero allí sentado de esta manera…
Él estaba tranquilo y la tranquilidad era algo que no había experimentado en tanto tiempo que había olvidado como se sentía.
Echando un vistazo a lo lejos, él fue atormentado por los viejos recuerdos. Incluso antes de que le hubiesen extirpado sus emociones, había estado enfadado y amargado. Arremetiendo contra todos a su alrededor. Había crecido entre demonios Sumerios, no entre humanos o los dioses del Olimpo.
La gente de su madre había sido dura e implacable. Y al principio, le había dado la bienvenida a la maldición de Zeus de no sentir nada.
Hasta Satara. Ella le había mostrado otras cosas. Risa. Pasión. Por un momento, se había engañado a sí mismo de que la amaba.
En retrospectiva, era suficiente para hacerlo reír. ¿Qué hacía que el hijo de un demonio y la diosa de las pesadillas supieran acerca del amor? Sus propios padres habían sido incapaces de ello. El amor no estaba en sus genes.
Pero la venganza…
Eso era algo en lo que él podía hundir sus garras.
Una camarera se acercó, mirándolo como si pudiera sentir sus malévolos pensamientos. Ella volvió rápidamente su atención a Simone quien pidió por él.
Xypher escuchó el melódico acento que hacía que la voz de Simone pareciera suave y más gentil de lo que nunca había oído antes. El pelo marrón oscuro le caía en rizos alrededor de la casa mientras sus ojos avellana llevaban inteligencia, curiosidad y un innato entusiasmo por la vida.
Ella no era tan delgada como la camarera que acaba de dejarlos. Era más bien robusta. Saludable. Y por primera vez en siglos, sintió su cuerpo removerse con lujuria.
Un malicioso brillo destelló antes de que tomase un sorbo de agua, entonces le habló.
– Estás tan callado que me estás poniendo nerviosa.
– ¿Cómo así?
– Hay un viejo refrán que dice que el tigre se mantiene agazapado no por temor sino para observar mejor su objetivo. Eso me recuerda a ti.
– Debería.
Ella suspiró mientras cogía la copa en las manos.
– Realmente te gusta asustar a la gente, ¿verdad?
– Me he criado con eso.
Jesse rió.
– ¿Puedo apuntarme para tomar lecciones? Me siento realmente perjudicado que no haya conseguido más que volver como un poltergeist. -Levantó las manos ante Simone-. Ooo, vengo a por ti.
Simone rió.
Jesse dejó salir un sonido de disgusto.
– Ves. Risas. Quiero, por una vez, provocar miedo real.
Xypher le dirigió una mirada al fantasma para recordarle que podía extenderse y herirle. Jesse inmediatamente se encogió hacia atrás.
Simone apoyó la cabeza en su mano mientras lo miraba.