– Definitivamente no es un ataque Daimon por tanto. -Los Daimons eran una raza de vampiros que llamaban casa a Nueva Orleáns… y a diferencia de muchos de los demás que hacían reclamaciones ambiciosas de que chupaban sangre, estos tipos eran reales y letales depredadores con poderes sobrenaturales altamente desarrollados. Como forenses, ella y Tate estaban acostumbrados a ver pasar su obra por sus oficinas.
Su aceptación y buena voluntad de ayudar a cubrir las huellas de los Daimons era lo que la mantenía cerca de Tate. No protegían a los Daimons, mantenían al resto de la humanidad a salvo por no informarles sobre lo que había realmente allí afuera listo para destruirlos. Si la humanidad alguna vez lo conociera, se volvería loca y se mataría a gente inocente, también.
Lo malo era que a pesar de que el Daimon bebía sangre, no se alimentaba de ella. Se alimentaba de almas humanas reales. Afortunadamente una sola alma humana los podía mantener alimentados durante mucho tiempo, de modo que por regla general, no estaban a la caza de víctimas todas las noches.
Si se puede llamar afortunado a eso. Lo cuál Simone hacía, y eso más que nada decía apenas cuán rara era su vida.
Los Daimons dejaban sus agujeros en cualquier momento, por lo que los Dark-Hunters para los que Tate trabajaba saldrían a buscarlos, esperando detenerles de asesinar a más personas. Un plus por las muertes de los Daimons era que también se liberaba las almas humanas que habían sido devoradas, de modo que las víctimas pudieran seguir hacia la otra vida.
Tate mojó la patata frita en salsa de tomate.
– Definitivamente no Daimon -repitió-. Se le dreno toda la sangre, y ya que ninguna fue encontrada en la escena del crimen, suponemos que murió en alguna otra parte y fue abandonada en el callejón. ¿Seguro que no la puedes convocar de la tumba y preguntarle lo que le sucedió?
– Esa sería una sacerdotisa budú, Tate. Los muertos vienen a mí, no al revés.
Sofocó una mirada de desilusión.
– Necesitamos encontrar el cuerpo cuánto antes. Sus padres están de camino desde Wichita y no quiero decirles que su niñita esta AUSENTE SIN PERMISO de la mesa de examen.
– ¿Conseguiste algo de Nialls?
Tate se mofó.
– Nada coherente. Como te puedes imaginar, estaba un poco histérico. Todo lo que dijo fue que ella le sonrió al salir por la puerta.
– ¿Así es que no sabes si era un zombi entonces?
– Afortunadamente, nunca he visto a un zombi. Muchas otras mierdas raras en el trabajo, pero eso no. ¿Lo has visto?
– No. Sin embargo, he aprendido a no preguntar cosas así. Si hay una leyenda, entonces hay algo real detrás de ella.
Asintió con su bebida.
– ¿En cuánto a tus contactos con los Escuderos? ¿Tienen algo que ofrecer en esto?
Tate negó con la cabeza.
– Ninguno de ellos sabe nada más sobre los muertos andantes a nuestro alrededor que tú o yo. Los demonios no hacen resucitar a los muertos. Destruyen la vida.
Simone miró a Jesse.
– ¿Tienes alguna sugerencia?
– Sólo que lamento que mi cuerpo todavía no anduviera por alrededor. Haría mi no muerte más fácil de soportar.
– Gracias por la poca ayuda, Jess. Eres tan mono.
Simone no habló mucho más mientras terminaban el almuerzo, y luego se dirigieron a la morgue. Jesse optó por permanecer al margen mientras ella siguió a Tate a la cripta. Honestamente, no podía culpar a Jesse por sus sentimientos. A ella no le gustaba andar con muertos, aunque fuera, Jesse a pesar de todo. La única razón de hacer lo que hacía era ayudar a las víctimas y a sus familias. Lo último que quería era respaldar y dejar ir libre al asesino de otra persona, después de haber visto a su madre y hermano muertos a tiros ante ella.
Era la razón por la que trabajaba para la ciudad gratuitamente y por la que se pasaba la vida formando a la siguiente generación de forenses en Tulane. Creía que podía hacer más bien enseñando a otros médicos forenses que lo que podía hacer trabajando en casos comunes. Mientras más personas hicieran bien su trabajo, menos criminales saldrían libres para matar de nuevo.
Esa filosofía era también la que la mantenía soltera. La mayoría de los hombres no apreciaban el hecho de que una mujer fuera hábil tanto con un bisturí como con una pala.
Tate abrió una puerta en medio de la bóveda de la cripta y saco un cajón vacío.
– Estaba guardada aquí adentro.
– ¿Tienes algunos de sus artículos personales?
– Déjame traértelos.
Simone cerró el cajón y se giró ligeramente mientras sentía una presencia detrás de ella. Era una joven en torno a los veinticuatro. Su pelo marrón estaba alborotado y parecía algo confundida. Era una condición natural para muchos de los recién fallecidos.
– ¿Puedo ayudarte? -preguntó Simone a la chica.
– ¿Dónde estoy?
Simone vaciló. Nunca le gustó ser la que debía decirle al otro que no estaban vivos.
– ¿Qué es lo último que recuerdas?
– Iba hacia casa desde el trabajo.
Ese era un buen principio. Si Simone pudiera ayudar a la mujer a recordar más detalles de su vida justo antes de que se terminara, entonces podría recordar su muerte, también.
– ¿Cómo te llamas, cielo?
– Gloria Thieradeaux.
Un escalofrío bajo por su columna vertebral mientras Simone la reconocía de las fotos. Ésta era la mujer cuyo cuerpo se había levantado y paseado por la morgue.
Merde.
El fantasma miró alrededor de la habitación.
– ¿Por qué estoy aquí?
– No estoy segura. -No más segura que ella de cómo se había reanimado su cuerpo a sí mismo.
– ¿Por qué no puedo tocar nada? -La agonía en su voz trajo lágrimas de simpatía a los ojos de Simone.
No había nada que evitara la respuesta y ninguna posibilidad de hacerlo amable o tierna a la pobrecita.
– Me temo que estas muerta.
Gloria negó con la cabeza.
– No. Solo necesito llegar a casa. -Frunció el ceño mientras miraba alrededor de la habitación como tratando de identificar algo-. Pero no recuerdo dónde vivo. ¿Te conozco?
Simone hizo una pausa. Algo no estaba bien. Era normal que un nuevo fantasma este ligeramente desorientado, pero Gloria estaba más que eso. Era como si faltara una parte suya.
– ¡Jesse! -Llamó Simone-. Sé que odias estar aquí dentro, pero realmente, realmente te necesito.
Se manifestó justo al lado de ella.
– ¿Sí, jefa?
Le indicó a Gloria con una inclinación de la barbilla.
– No sabe dónde vive.
Su ceñudo semblante fue feroz.
– ¿Recuerdas cuándo te mataron?
– Jesse -dijo entre dientes-, un poco de tacto, por favor.
Ignorándola, Gloria negó con la cabeza.
– No me siento muerta. ¿Estás seguro de que he muerto?
Simone pasó la mano a través del abdomen de la mujer.
– O es eso, Princesa Leila, o eres un holograma.
Gloria clavó los ojos en ella entre una mezcla de horror e incredulidad.
– ¿Cómo hiciste eso?
Jesse respondió por ella.
– No tenemos cuerpo. Todo lo que tenemos es nuestra esencia y nuestra conciencia.
Gloria se tambaleó hacia atrás como abrumada.
– No entiendo. ¿Cómo puedo estar muerta y no saberlo?
Jesse se encogió de hombros.
– Ocurre. No es común, sabes. La mayoría de la gente sabe cuándo mueren, pero de vez en cuando, alguien se queda atrapado en éste plano sin darse cuenta de que están muertos.
Gloria sacudió la cabeza negando.
– No puedo estar muerta. Tengo los finales.
– La Muerte no espera por nadie, pequeña -dijo Jesse locuazmente-. Créeme, tengo experiencia de primera mano ahí. Es jodido, pero no obstante es nuestra realidad.
– ¿Qué pasa?
Simone giro en dirección a la voz preocupada de Tate. Estaba detrás de ella con un sobre del papel marrón en la mano.
– Encontré a Gloria.
– Bien, ¿dónde esta ella?
Simone recorrió la mirada hacia donde Jesse y Gloria estaban uno al lado del otro.