– Muy bien, ahora el mío -decidió Abbey, poniendo su paquete en el regazo de Holly-. Es de parte mía y de Jack, ¡así que no esperes nada parecido al de Ciara!
– La verdad es que me preocuparía si Jack me regalara algo como eso -dijo Holly, abriendo el regalo de Abbey-. ¡Oh, Abbey, es precioso! -exclamó, alzando el magnífico álbum de fotos con las tapas plateadas.
– Para tus nuevos recuerdos -susurró Abbey.
– Oh, es perfecto -dijo Holly, rodeando a Abbey con el brazo y estrechándola.
– Bueno, el mío no es tan sentimental, pero como mujeres que somos estoy convencida de que sabrás apreciarlo -dijo Denise, tendiéndole un sobre. -¡Fantástico! Siempre he querido ir allí --exclamó Holly al abrirlo-. «¡Un fin de semana de mimos en la clínica balneario Haveds!»
– Por Dios, parece que te hayan propuesto una cita a ciegas -bromeó Sharon.
– Avísanos cuando tengas intención de ir. Es válido durante un año, así que todas podríamos hacer una reserva para las mismas fechas. ¡Será como ir de vacaciones! -propuso Denise.
– ¡Qué buena idea, Denise, gracias!
– Por último, pero no por eso menos importante, aquí tienes el mío -dijo Sharon.
Holly le guiñó el ojo. Sharon jugueteó con las manos mientras escrutaba el rostro de Holly para ver su reacción. Era un gran marco de plata con una fotografía de Sharon, Denise y Holly en el baile de Navidad de hacía dos años. -¡Llevo puesto mi vestido caro de color blanco! -bromeó Holly. -Antes de que se echara a perder -puntualizó Sharon.
– ¡Dios, ni siquiera recuerdo que nos hiciéramos fotos! -confesó Holly.
– Pues yo ni siquiera recuerdo haber estado allí -murmuró Denise. Holly siguió contemplando la fotografía con expresión triste mientras se acercaba a la chimenea.
Aquél había sido el último baile al que habían ido ella y Gerry, pues éste ya estaba demasiado enfermo para asistir al del año pasado.
– Bueno, esto va a ocupar el lugar de honor-anunció Holly, poniendo el retrato sobre la repisa de la chimenea junto a la foto de su boda. -¡Venga, chicas, ya es hora de beber como Dios manda! -vociferó Ciara, y todas se apresuraron de nuevo a esconderse para protegerse del siguiente tapón.
Dos botellas de champán y varias botellas de vino tinto más tarde, las chicas salieron a trompicones de la casa y se metieron en un taxi. Entre risas y gritos, alguien se las arregló para explicar al conductor adónde iban. Holly insistió en sentarse en el asiento delantero y mantener una charla íntima con John, el taxista, quien probablemente deseaba matarla para cuando llegaron a su destino.
– ¡Adiós, John! -gritaron todas a su nuevo mejor amigo antes de apearse en una acera del centro de Dublín, desde donde le observaron partir a toda velocidad. Habían decidido (mientras bebían la tercera botella de tinto) probar suerte en el club más elegante de Dublín, el Boudoir. Era un lugar reservado sólo para ricos y famosos, y todo el mundo sabía que, si no eras rico y famoso, necesitabas un carnet de socio para ser admitido. Denise se encaminó hacia la puerta, exhibiendo con total descaro su tarjeta de socia del videoclub ante los rostros de los gorilas que custodiaban la entrada. Y aunque cueste creerlo, no la dejaron pasar.Los únicos rostros famosos que vieron adelantarlas para entrar en el club mientras intentaban convencer a los porteros de que les franquearan el paso, fueron los de unos presentadores de informativos de la televisión nacional a quienes Denise sonrió y dio las «buenas noches» muy seria. Fue para desternillarse de risa. Por desgracia, después de eso Holly no recordaba nada más.
Holly despertó con una horrible jaqueca. Tenía la boca más seca que una sandalia de Gandhi y problemas de vista. Se apoyó en un codo e intentó abrir los ojos, que de un modo u otro se le habían pegado. Echó un vistazo a la habitación con los ojos entornados. Había luz, mucha luz, y la habitación parecía dar vueltas. Algo muy extraño estaba ocurriendo. Se vio en el espejo y se asustó. ¿Había sufrido un accidente la noche anterior? Exhausta, volvió a desplomarse en la cama. De repente, la alarma de la casa comenzó a ulular. Holly levantó un poco la cabeza de la almohada y abrió un ojo. «Oh, podéis llevaros lo que queráis -pensó-, siempre y cuando me traigáis un vaso de agua antes de largaros.» Al cabo de un rato, se dio cuenta de que no se trataba de la alarma sino del teléfono, que estaba sonando junto a la cama.
– ¿Diga? -contestó con voz ronca.
– Menos mal que no soy la única -dijo una voz gravemente enferma al otro extremo de la línea.
– ¿Quién eres? -gruñó Holly otra vez.
– Me llamo Sharon, creo -fue la respuesta-, pero no me preguntes quién es esa Sharon porque no tengo ni idea. El hombre que está a mi lado en la cama parece creer que le conozco.
Holly oyó a John reír con ganas.
– Sharon, ¿qué sucedió anoche? Explícamelo, por favor.
– Alcohol es lo que sucedió anoche -dijo Sharon, amodorrada-. Litros y litros de alcohol.
– ¿Algún otro dato? -inquirió Holly.
– No.
– ¿Sabes qué hora es?
– Las dos -informó Sharon.
– ¿Por qué me llamas a estas horas de la madrugada? -Son las dos de la tarde, Holly.
– Vaya. ¿Cómo es posible?
– Tiene que ver con la gravedad o algo por el estilo. Ese día no fui a clase -bromeó Sharon.
– Oh, Dios, creo que me estoy muriendo. -Yo también.
– Voy a dormir un rato más, a ver si cuando despierte el suelo ha dejado de moverse-dijo Holly.
– Buena idea. Ah, Holly, bienvenida al club de los treinta.
– Este comienzo no significa que vaya a seguir así -repuso Holly-. A partir de ahora seré una mujer sensata y madura de treinta años.
– Sí, es justo lo que dije yo. Buenas noches. -Buenas noches.
Instantes después Holly estaba dormida. Se despertó varias veces a lo largo del día para contestar al teléfono, entablando conversaciones que parecían formar parte de un sueño. También realizó varias excursiones a la cocina para hidratarse.
Finalmente, a las nueve de la noche Holly sucumbió a los quejidos de su estómago, reclamando alimento. Como de costumbre, no había nada en la nevera, así que decidió obsequiarse con una cena china servida a domicilio. Se acurrucó en el sofá en pijama para ver lo mejor de la televisión del sábado por la noche mientras se hartaba de comer. Después del trauma de pasar sin Gerry su cumpleaños el día anterior, se sorprendió al constatar que estaba contenta consigo misma. Era la primera vez desde su muerte que se sentía a gusto sin más compañía. Quizá cabía la posibilidad de que al final supiera apañarse sin él.
Más tarde, esa misma noche Jack la llamó al móvil. -Hola, hermanita, ¿qué estás haciendo?
– Veo la tele y engullo comida china -dijo Holly.
– Vaya, parece que estás en forma. No como mi pobre novia, a quien tengo aquí, a mi lado, sufriendo las consecuencias de vuestros excesos de anoche. Jamás volveré a salir contigo, Holly -oyó gimotear a Abbey al fondo. -Tú y tus amigas le habéis pervertido la mente -bromeó Jack.
– A mí no me culpes. Hasta donde recuerdo, se lo montaba la mar de bien ella solita.
– Dice que no se acuerda de nada.
– Yo tampoco. Igual es algo que ocurre en cuanto cumples los treinta, nunca me había pasado algo así -dijo Holly.
– O quizás es un plan maléfico que habéis urdido entre todas para no tener que contarnos qué diablos hicisteis -replicó Jack.
– Ojalá lo fuese… Ah, por cierto, gracias por el regalo, es una preciosidad. -Me alegro de que te guste. Me llevó siglos encontrar el que buscaba.
– Mentiroso.
Jack rió y luego dijo:
– En fin, te llamaba para saber si irás al concierto de Declan mañana por la noche.
– ¿Dónde es?
– En el pub Hogan's.
– Ni hablar. Nunca más voy a poner un pie en un pub, y menos aún para oír a una banda de rock duro con guitarras estridentes y baterías ruidosas -dijo Holly.
– Vaya, es la vieja excusa de «nunca volveré a beber», ¿verdad? Bien, pues no bebas. Pero por favor, Holly, ven. Declan está muy entusiasmado y no va a ir nadie más.
– Ja! Así que soy tu último recurso, ¿eh? Es muy agradable saber que me tienes en tan alta estima.
– No, no lo eres. A Decían le encantará verte allí y tú y yo apenas tuvimos ocasión de charlar en la cena. Hace siglos que no salimos -suplicó Jack. -Dudo mucho que podamos mantener una charla íntima con los Orgasmic Fish atronando con sus canciones -dijo Holly sarcásticamente.
– Bueno, en realidad ahora se llaman Black Strawberries, lo cual suena bastante más dulce, diría yo. Jack se echó a reír.
Holly apoyó la cabeza en las manos y susurró: -Oh, por favor, no me obligues a ir, Jack.
– Irás.
– De acuerdo, pero no me quedaré hasta el final -puntualizó Holly. -Eso ya lo discutiremos cuando estemos allí. Declan se pondrá loco de alegría cuando se lo diga. La familia no suele ir a estos sitios.
– Muy bien. ¿Hacia las ocho?
– Perfecto.
Holly colgó y siguió tumbada en el sofá unas horas. Estaba tan harta que no podía moverse. Después de todo, quizá la comida china no había sido una idea tan buena.