CAPÍTULO 5
Holly contuvo el aliento y, con los ojos bañados en lágrimas y el corazón palpitante, leyó la carta manuscrita, sabiendo que la persona que se había sentado a redactarla nunca podría volver a hacerlo. Acarició las palabras con la yema de los dedos, consciente que la última persona que había tocado la hoja de papel era él.
Querida Holly:
No sé dónde estarás ni en qué momento exacto vas a leer esto. Sólo espero que mi carta te haya encontrado sana y salva. No hace mucho me susurraste que no podrías seguir adelante sola, y quiero decirte que sí puedes, Holly.
Eres fuerte y valiente y podrás superar este trance. Hemos compartido algunos momentos preciosos y has hecho que mi vida… Has sido mi vida. No tengo nada de lo que arrepentirme. Pero yo sólo soy un capítulo de tu vida, y habrá muchos más. Conserva nuestros maravillosos recuerdos, pero, por favor, no tengas miedo de crear otros distintos.
Gracias por hacerme el honor de ser mi esposa. Por todo, te quedo eternamente agradecido.
Quiero que sepas que siempre que me necesites estaré contigo. Te querré siempre.
Tu marido y mejor amigo,
GERRY
Posdata: te prometí una lista, de modo que aquí la tienes. Los sobres adjuntos deben abrirse exactamente cuando corresponda y deben ser obedecidos. Y recuerda, te estaré vigilando, así que sabré…
Holly se vino abajo, abatida por la tristeza. Sin embargo, al mismo tiempo se sintió aliviada, pues en cierto modo Gerry seguiría a su lado durante un poco más de tiempo. Fue pasando los pequeños sobres blancos y ordenándolos por meses. Ahora se encontraba en el de abril. Se había saltado el de marzo, v decidió abrirlo el primero. Dentro había una tarjeta escrita con letra de Gerrv. Rezaba así:
¡Ahórrate los golpes y compra una lámpara para la mesita de noche! Posdata: te amo…
¡El llanto se convirtió en risa al constatar que Gerry había vuelto!
Leyó y releyó la carta una y otra vez, como si intentara hacerle regresar de nuevo a su vida. Finalmente, cuando las lágrimas ya no le dejaron ver las palabras, contempló el mar. El mar siempre le había resultado muy relajante, e incluso de niña corría a cruzar el paseo hasta la playa cuando se disgustaba por lo que fuera y necesitaba pensar. Sus padres sabían que si la echaban de menos en casa la encontrarían junto a la orilla del mar.
Cerró los ojos y se concentró, respirando al compás del suave murmullo de las olas. Era como si el mar estuviera respirando hondo, absorbiendo el agua al inhalar y devolviéndola a la arena al exhalar. Por fin notó que las pulsaciones disminuían a medida que se serenaba. Pensó en cómo solía tenderse al lado de Gerry en sus últimos días para escuchar el sonido de su respiración. Le aterrorizaba apartarse de él para ir a abrir la puerta, prepararle algo de comida o ir al cuarto de baño, por si decidía abandonarla justo en ese momento. Al regresar junto a la cama, se sentaba inmóvil guardando un aterrado silencio mientras aguzaba el oído, hasta que le oía respirar y observaba su pecho para ver si se movía.
Pero él siempre se las arreglaba para seguir adelante. Su fuerza y su determinación para seguir viviendo habían desconcertado a los médicos; Gerry no estuvo dispuesto a dejarse vencer sin presentar batalla. Conservó el buen humor hasta el final. Estaba muy débil y hablaba en voz muy baja, pero Holly aprendió a descifrar su nuevo lenguaje tal como lo hace una madre con los balbuceos de un hijo que está empezando a aprender a hablar. Reían juntos hasta bien entrada la noche, y otras veces se abrazaban y lloraban. Holly aguantó el tipo ante él en todo momento, pues su nuevo trabajo pasó a ser el de estar a su lado siempre que la necesitara. Ahora comprendía que en realidad le había necesitado más que él a ella. Había necesitado que la necesitara para no tener la sensación de estar cruzada de brazos, absolutamente inútil.
El 2 de febrero, a las cuatro de la madrugada, Holly asió con fuerza la mano de Gerry y le sonrió alentadoramente mientras éste exhalaba el último suspiro y cerraba los ojos. No quiso que tuviera miedo, ni que sintiera que ella estaba asustada, ya que en aquel momento no era así. Más bien sentía alivio, alivio por ver que dejaba de sufrir y por haber estado allí con él para ser testigo de la paz de su defunción. Se sintió aliviada por haberle conocido, por haberle amado y haber sido amada por él, y también porque la última cosa que Gerry vio en este mundo fue su rostro sonriéndole, alentándolo y asegurándole que hacía bien en dejarse llevar.
Los días siguientes permanecían borrosos en su memoria. Había estado ocupada con los preparativos del funeral, conociendo y recibiendo a parientes y viejos amigos del colegio a quienes no había visto desde hacía años. Si logró mostrarse tan firme y serena fue porque sentía que por fin podía pensar con claridad. Estaba agradecida de que aquellos meses de sufrimiento hubiesen tocado a su fin. Ni siquiera se le pasó por la cabeza sentir la rabia y la amargura que ahora sentía por la vida que le habían arrebatado. Ese sentimiento no llegó hasta que fue a recoger el certificado de defunción de su marido.
Y ese sentimiento hizo una entrada triunfal.
Mientras permanecía sentada en la atestada sala de espera del centro médico, se preguntó por qué motivo a Gerry le había tocado el turno cuando aún le quedaba tanto por vivir. Ocupaba un asiento entre una pareja de jóvenes y otra de ancianos. La imagen de lo que ella y Gerry habían sido una vez y una visión del futuro que podrían haber tenido. Todo le pareció de lo más injusto. Se vio aplastada entre los hombros de su pasado y los de su futuro perdido, y se sintió asfixiada. Se dio cuenta de que no le correspondía estar allí.
Ninguno de sus amigos debía estar allí. Ninguno de sus parientes debía estar allí.
De hecho, la mayoría de la población del mundo no tenía que encontrarse en la posición en la que ella se encontraba ahora. No parecía justo. Porque no era justo.
Tras presentar la prueba oficial de la defunción de su marido a directores de banco y compañías de seguros, como si el aspecto de su rostro no fuese prueba suficiente, Holly regresó a casa y, alejándose del resto del mundo, se encerró en su nido, que contenía cientos de recuerdos de la vida que antaño había tenido. La vida que tan feliz la había hecho. ¿Por qué le habían dado otra, pero mucho peor que la anterior?
Habían pasado dos meses desde entonces y no había salido de la casa hasta hoy. Menudo recibimiento le habían dispensado, pensó, mirando con una sonrisa los sobres. Gerry había regresado.
Apenas capaz de contener su excitación, Holly marcó furiosamente el número de Sharon con mano temblorosa. Tras llamar a varios números equivocados, trató de serenarse y concentrarse en marcar el número correcto.
– ¡Sharon! -vociferó en cuanto descolgaron el auricular-. ¡No imaginas qué ha ocurrido! ¡Oh, Dios mío, no puedo creerlo!
– Oye, no… Soy John, pero te la paso ahora mismo.
Muy preocupado, John fue corriendo en busca de Sharon.
– ¿Qué, qué, qué? -dijo Sharon, jadeando y casi sin aliento-. ¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien?
– ¡Sí, estoy la mar de bien!
Holly soltó una risilla histérica, sin saber si reír o llorar, de repente olvidándose por completo de cómo construir una frase.
John observó a Sharon mientras ésta se sentaba a la mesa de la cocina y, con expresión confusa, procuraba sacar algo en claro de las divagaciones de Holly al otro lado de la línea. Era algo sobre la señora Kennedy entregando a Holly un sobre marrón con una lámpara de mesita de noche dentro. Lo cierto es que resultaba harto preocupante.
– ¡Basta! -exclamó Sharon, sobresaltando a Holly y a John-. No entiendo una palabra de lo que estás diciendo, así que hazme el favor-dijo Sharon parsimoniosamente- de respirar hondo y volver a empezar desde el principio, a ser posible empleando palabras coherentes.
De repente oyó unos débiles sollozos en el auricular.
– Oh, Sharon -musitó Holly con voz quebrada-, me ha escrito una lista. Gerry me ha escrito una lista.
Sharon se quedó atónita en la silla mientras procesaba esta información. John vio que su esposa abría los ojos con asombro y cogió una silla y se sentó a su lado, acercando la cabeza al teléfono para oír qué estaba pasando.
– Muy bien, Holly, quiero que vengas aquí de inmediato pero conduciendo con suma prudencia. -Hizo otra pausa y apartó la cabeza de John como si fuera una mosca, para poder concentrarse en lo que acababa de oír-, ¿Yeso son… buenas noticias?
John se levantó con aire ofendido y echó a caminar por la cocina, tratando de adivinar de qué estaban hablando.
– Pues claro, Sharon -susurró Holly-. Claro que lo son. -Muy bien, ven a verme y hablaremos.
– De acuerdo.
Sharon colgó el auricular y guardó silencio -¿Qué? ¿Qué pasa? -inquirió John, incapaz de soportar que le dejaran al margen de lo que a todas luces era un acontecimiento importante.
– Oh, perdona, amor. Holly viene hacia aquí. Creo que… dice que…
– ¿Qué? ¡Por el amor de Dios!
– Dice que Gerryy le ha escrito una lista.
John la miró de hito en hito, escrutó su rostro y trató de decidir si hablaba en serio. Los ojos azules de Sharon le devolvieron una mirada de preocupación y comprendió que sí. Fue a sentarse a su lado y ambos guardaron silencio con la vista fija en la pared, sumidos en sus pensamientos.