Intentó dar un paso, pues su mente seguía controlando su cuerpo y le gritaba con urgencia primaria que corriera. Pero sus piernas cedieron y Tina se desplomó sobre las hierbas que se alzaban por encima de sus rodillas, sintiendo que un extraño y fluido calor se extendía por sus venas y que sus músculos se rendían.
El pánico empezó a abandonar su consciencia y su corazón empezó a latir más despacio. Agradeciendo la suavidad de aquella respiración, sus pulmones se abrieron y su cuerpo empezó a flotar, a la vez que los bosques se alejaban girando en espiral.
Me ha drogado, pensó. Cabrón. Pero también este pensamiento se alejó a la deriva.
Unos pasos se aproximaron y lo último que vio fue su rostro, que la observaba paciente.
– Por favor -murmuró con voz pastosa, cubriéndose el vientre con las manos de forma instintiva-. Por favor… No me haga daño… Estoy embarazada.
El hombre cargó a hombros su cuerpo inconsciente y se la llevó de allí.
Nora Ray Watts estaba soñando. En su sueño todo era azul, rosa y púrpura. En su sueño, el aire parecía de terciopelo y podía girar sin parar y ver los brillantes destellos de las estrellas. En su sueño se reía a carcajadas, su perro Mumphry danzaba a sus pies e incluso sus destrozados padres esbozaban por fin una sonrisa.
Lo único que faltaba era su hermana.
De pronto se abrió una puerta que conducía a una bostezante oscuridad. La puerta le indicó por señas que se acercara y Nora Ray avanzó hacia ella, sin sentir temor alguno. Ya había cruzado esa puerta con anterioridad. En ocasiones se quedaba dormida solo para poder encontrarla de nuevo.
Nora Ray accedió al interior de sus oscuras profundidades…
Y al instante siguiente, se despertó sobresaltada. Su madre estaba a su lado en el oscuro dormitorio, zarandeándola con suavidad.
– Tenías una pesadilla.
– He visto a Mary Lynn -explicó Nora Ray, adormecida-. Creo que tiene una amiga.
– Shhh -le dijo su madre-. Déjala marchar. Solo es el calor.