– Es necesario que charlemos, así que si tienen la bondad de seguirme…-estaba diciendo Quincy, con aquel tono cautelosamente modulado.
– No deberías estar aquí -replicó Kimberly, con voz tensa.
– Me han invitado a venir.
– ¡Yo no te he llamado!
– Nunca pensé que lo harían.
– ¡Maldita sea! ¿Te han hablado del cadáver?
– Kimberly…
– ¡Me está yendo bien!
– Kim…
– ¡No necesito ninguna ayuda! ¡Y mucho menos la tuya!
– K…
– Vete. Vuelve a casa. Si de verdad me quieres, márchate.
– No puedo.
– ¿Por qué no?
Pierce Quincy suspiró con pesadez, pero no dijo nada más. Alargó una mano y tocó el magullado rostro de su hija. Ella retrocedió y, al instante, su padre dejó caer el brazo junto a su costado, como si le quemara.
– Es necesario que charlemos -repitió Quincy, volviéndose hacia la entrada principal del edificio-. Así que si tienen la bondad de seguirme…
Mac se puso en pie y Kimberly, a regañadientes, echó hacia atrás su asiento. Mientras seguían a su padre, Mac le pasó el brazo por la cintura en un gesto amable.
– Creo que tenemos problemas -le murmuró al oído.
– Y graves -replicó ella, con amargura.