El ex marine ignoró este comentario y centró su atención en las respuestas que le había dado.
– En resumen, lo único que tiene es una carta al director publicada seis meses antes de que apareciera un cadáver. Me resulta muy poco verosímil. Un asesino en serie de Georgia que ha permanecido inactivo durante tres años decide dejar un cadáver en Quántico y solo se lo notifica a un estudiante de la Academia Nacional. No tiene ningún sentido.
– ¿Acaso debería haberle llamado a usted? -preguntó Rainie, con un tono discretamente sarcástico. Mac sintió un inmenso aprecio por ella.
– No es eso lo que estoy diciendo…
– ¿O acaso debería haberse explicado mejor en sus notas?
– ¡Exacto! Si ese tipo se dedica a dejar notas, ¿dónde está la de este cadáver? Tengo la impresión de queje gusta acreditar sus crímenes, así que, ¿dónde ha dejado constancia de su autoría?
– Han transcurrido tres años -respondió Rainie-. Quizá ha cambiado de táctica.
– Escuchen -interrumpió Mac, con voz tensa. Advirtió la urgencia que transmitía su voz e intentó calmarse, pero le resultó imposible. No tenía tiempo para tonterías. Estos hombres no lo entendían. Y sin el papeleo y los memorandos pertinentes, nunca lo entenderían. Quizá, el Ecoasesino era consciente de ello. La burocracia era lenta, sobre todo cuando se trataba de asuntos legales. Las agencias encargadas del cumplimiento de la ley se movían dolorosamente despacio, puntuando las íes, cruzando las tes y cubriéndose las espaldas en todo momento. Mientras tanto, una muchacha había sido abandonada en algún lugar aislado, vestida con ropa de fiesta. Posiblemente, en estos momentos estaba aferrada a su galón de agua, preguntándose qué iba a ser de ella-. Hay mucho más que una maldita carta. El Ecoasesino tiene reglas. Nosotros las llamamos Las Reglas del Juego y en este asesinato hay muchas… o al menos las suficientes para que esté convencido de que se trata de él. -Mac levantó el dedo índice-. La primera es que solo ataca durante una ola de calor.
– Estamos en julio. Tenemos montones de olas de calor -objetó Watson.
Mac ignoró sus palabras.
– La segunda es que la víctima siempre está vestida y conserva el bolso. Nunca hay señales de robo ni de agresión sexual. El cadáver presenta un cardenal en el muslo o en las nalgas, pero la causa de la muerte siempre es una sobredosis del tranquilizante Ativan, inyectado en la parte superior del brazo izquierdo.
Watson atravesó a Kimberly con la mirada.
– No se le ha olvidado contarle ningún detalle, ¿verdad?
– ¡Lo he visto con mis propios ojos! -replicó Mac, con brusquedad-. Maldita sea, llevo tres años esperando a que llegue este momento. Por supuesto que hice una visita a la escena del crimen. Los nuevos agentes no son los únicos que saben moverse con sigilo por el bosque…
– Usted no tenía ningún derecho…
– ¡Tengo todos los derechos! Conozco a ese hombre. Llevo cinco años estudiándole y de verdad le digo que no tenemos tiempo para tonterías. ¿No lo entiende todavía? Esa muchacha no es la única víctima. La tercera regla del juego es que siempre las secuestra por parejas, pues la primera víctima no es más que un mapa, una herramienta que nos ayuda a determinar el lugar donde se está desarrollando el verdadero juego.
– ¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Rainie.
– Lo que quiero decir es que en estos momentos hay otra muchacha ahí fuera. Viajaba con la joven que ha aparecido muerta esta mañana. Quizá era su hermana, su compañera de piso o su mejor amiga. Estaba con ella cuando las atacaron y ha sido llevada a algún lugar que el Ecoasesino ha escogido de antemano. Siempre busca terrenos geográficamente únicos y, al mismo tiempo, peligrosos. En nuestro estado escogió una garganta de granito, un inmenso condado dedicado al cultivo del algodón, la ribera del Savannah y, por último, una zona pantanosa próxima a la costa. Le gustan los lugares abiertos donde abundan depredadores naturales tales como las serpientes de cascabel, los osos y los gatos monteses. Le gustan los lugares aislados, para que las chicas no puedan encontrar ayuda por mucho que caminen. Le gustan las zonas de interés ecológico que han quedado relegadas al olvido.
»Escoge uno de esos lugares para abandonar a la segunda muchacha, drogada, aturdida y confundida, y espera a ver qué ocurre. Con este calor, algunas no consiguen sobrevivir más de unas horas… pero otras, las más listas o las más fuertes, resisten varios días. Puede que incluso una semana. Son días largos y tortuosos, sin comida y sin agua, esperando a que alguien las encuentre y las salve.
Rainie le miraba con extasiada fascinación.
– ¿Cuántas veces ha hecho esto antes?
– Cuatro. Secuestró a ocho muchachas y siete de ellas murieron.
– De modo que lograron rescatar a una.
– A Nora Ray Watts. Fue su última víctima. Logramos encontrarla a tiempo.
– ¿Cómo? -preguntó Quincy.
Mac respiró hondo. Sus músculos se habían tensado de nuevo, pero intentó contener su impaciencia.
– El asesino deja pistas en el primer cadáver. Deja una serie de pruebas que, si se interpretan correctamente, delimitan la ubicación de la segunda víctima.
– ¿Qué tipo de pistas?
– Flora y fauna, sedimentos, rocas, insectos, caracoles y todo aquello que se le pueda ocurrir. Al principio no comprendíamos su significado. Guardábamos las pruebas, las etiquetábamos siguiendo los procedimientos estándar, las enviábamos enseguida a los laboratorios… y lo único que rescatábamos eran cadáveres. Con el tiempo descubrimos que eran pistas, así que la cuarta vez que atacó, ya contábamos con la ayuda de un equipo de especialistas experimentados: botánicos, biólogos, geólogos forenses y demás. Nora Ray viajaba en un coche con su hermana. El cadáver de Mary Lynn presentaba un extraño sedimento en la camisa, restos de vegetación en los zapatos y un objeto extraño en la garganta.
– ¿En la garganta? -preguntó Kaplan. Mac asintió con la cabeza. Por primera vez, el agente del NCIS parecía interesado.
– El sedimento de la camisa resultó ser sal, la vegetación de los zapatos fue identificada como Spartina akernilora o espartina y el biólogo concluyó que el objeto extraño era la concha de un bígaro que habita en las marismas. Estos tres elementos juntos solo podían encontrarse en una marisma salada, de modo que enviamos a los equipos de búsqueda y rescate a la costa y, cincuenta y seis horas después, el helicóptero de la Guardia Costera localizó a Nora Ray, que agitaba frenética su camisa roja.
– ¿No pudo ayudarles a identificar al asesino? -preguntó Rainie.
Mac movió la cabeza hacia los lados.
– Lo último que recordaba era que la rueda se había deshinchado. Cuando recuperó la conciencia, estaba sedienta en medio de una maldita marisma.
– ¿Estaba drogada? -preguntó Watson.
– La contusión de su muslo izquierdo había empezado a desvanecerse.
– ¿Las ataca por sorpresa?
– Creemos que localiza a sus víctimas en locales nocturnos. Siempre secuestra a chicas jóvenes, de ningún color de piel concreto, que viajan en pareja. Creemos que las sigue hasta el coche y que, antes de que arranquen, coloca un par de tachuelas detrás de la rueda trasera. Después, solo tiene que seguirlas. Tarde o temprano, la rueda se deshincha y él se detiene para ofrecerles su ayuda…
– ¿Y las ataca con una aguja? -pregunto Watson, escéptico.
– No. Con una pistola de dardos similar a las que se utilizan para la caza mayor.
El silencio que reinaba en el despacho era tal que oyó respirar hondo a todos los presentes. Mac les dedicó una mirada severa.
– ¿Creen que no hemos hecho nuestros deberes? Llevamos cinco años persiguiendo a ese hombre. Puedo describirles su perfil. Puedo decirles cómo caza a sus víctimas. Puedo decirles que no siempre consigue lo que quiere, pues dos parejas distintas nos informaron de que se les habían deshinchado las ruedas del coche y que un hombre se había detenido para ayudarlas. Pero ellas se negaron a bajar las ventanillas y, gracias a eso, consiguieron vivir un día más.
– Puedo decirles que Mary Lynn, la hermana de la joven que logró sobrevivir, dio positivo en una segunda droga, ketamina, un fármaco que utilizan los veterinarios y los oficiales de control animal por su rápido efecto anestésico. La ketamina es una sustancia controlada, pero también es sencillo encontrarla en las calles. De hecho, los jóvenes la consumen en ciertas discotecas y la llaman Kit Kat o Special K. Puedo decirles que el Ativan también está controlado y que es un medicamento que utilizan los veterinarios, pero que investigar a todos los veterinarios no nos llevó a ninguna parte, ni tampoco vigilar a los miembros de diferentes clubes de caza, como el Appalachian Mountain Club o la Sociedad Audubon.
– También puedo decirles que el asesino cada vez está más enfadado. Pasó de atacar una vez al año, lo que requiere una cantidad ingente de autocontrol en un asesino en serie, a atacar dos veces en doce semanas. Y puedo decirles que sus pistas son cada vez más complejas. Si la primera vez que atacó hubiéramos prestado más atención, habríamos sabido que una de las pistas era una extraña hierba que solo crece en un radio de ocho kilómetros en toda Georgia. Si hubiéramos identificado esa hierba, sin duda habríamos podido rescatar a esa muchacha. Sin embargo, la última vez que atacó, las pistas solo nos condujeron a las marismas saladas… y hay unas ciento sesenta mil hectáreas de marismas saladas en Georgia. Francamente, Nora Ray era una aguja en un pajar.
– Pero la encontrasteis -dijo Kimberly.
– Porque ella se las ingenió para mantenerse con vida -replicó Mac.
Quincy le miró con seriedad.
– Ciento sesenta mil hectáreas no es un área de búsqueda factible. Es imposible que un helicóptero que cubra una extensión de terreno semejante consiga localizar a una chica. Tenían que saber algo más.
– Yo tenía una teoría. Consideraba que existía una especie de perfil geográfico.
– ¿Las diversas víctimas mantenían algún tipo de relación entre sí? ¿Tenían áreas geográficas en común?
– No, pero los cadáveres sí. Si los colocabas en el mapa de acuerdo con la dirección en la que miraban…
– Los utilizaba como brújulas -jadeó Quincy.
– Mapas. Ese tipo utilizaba a la primera chica como un simple mapa. Por eso pensé que, quizá, había utilizado el cadáver de Mary Ann para señalar la dirección en la que se encontraba su hermana. Al fin y al cabo, para él solo era una herramienta del juego.