– Parecen imanes de la victoria… ¡Qué majestad!
Definitivamente el marxismo en Serbia estaba bajo mínimos. Carvalho de pronto recordó la cita con Parra en el Rompeolas, cogió por una muñeca a Vera y la obligó a seguirle a la carrera. Tras superar los controles olímpicos de rigor, el coche de Carvalho se lanzó a toda velocidad por la escollera. Allí estaba, entre las rocas, desnudo y afeitándose todo el vello corporal con una navaja barbera, el coronel Parra.
– ¿Por qué te afeitas el vello, incluso el del pubis?
– Se nada más rápido. La tecnología olimpiónica lo ha demostrado y hay que aprovechar la investigación venga de donde venga para la gran causa de la revolución científico técnica universal.
Sin tiempo para contestar, Carvalho captó una mirada de inteligencia entre Vera y el coronel Parra y no sólo una mirada.
– ¿El coronel Parra, supongo?
– ¿Se conocían?
Parra y Vera cruzaron otra mirada de inteligencia de espías terminales de película terminal de un Hitchcock terminal, más inteligente, si cabe, que la anterior mirada de inteligencia, desde el intento de bloquear la inteligencia de Carvalho. El coronel se afeitaba ahora los pelos de las piernas, ayudado por la luna llena, depositando el engrudo de la pasta jabonosa y los pelillos en las aristas de las rocas de la escollera. Cuando ya daba por terminado su rasurado, Vera le avisó de que aún no se había afeitado los excesos pilíferos del trasero y, en efecto, el coronel tenía las nalgas calvas en su máxima curvatura, pero el resto era pura foresta. Ante la dificultad de afeitarse él mismo el dorso, fue Vera quien lo hizo, con meticulosidad pero con una rapidez que evidenciaba antiguos conocimientos.
– Para los pases de exhibición hay quien se afeita el trasero. Yo misma tengo que hacerlo, porque todas las mujeres de mi familia somos muy peludas.
– Ahí están.
Del horizonte marino llegaron señales luminosas. Parra se untaba ahora el cuerpo depilado con aceite de oliva virgen, especialmente el cráneo al cero, para favorecer el deslizamiento en el agua. Ya depilado y aliñado, a punto para recibir el complemento de las sales de mar, quiso despedirse con una frase que pasara a la historia.
– Pepe, a veces he leído en tus ojos la burla porque te imaginabas que yo me había convertido en un burócrata reformista, al servicio de un olimpismo evasivo y corruptor de la conciencia crítica de los individuos y los pueblos. Es posible que pasara por una fase de alineación neocapitalista, movido, sin duda, por esa pulsión que lleva al clandestino a la necesidad de ser aceptado: olimpismo, nueva cocina, Armani, BMV, desodorante Farenheit, vacaciones en el Club Mediterranée, casarse en segundas nupcias con la secretaria o echarte en los brazos de un travestí brasileiro, comprarte una vivienda adosada a la de otro yuppi adosado… vivienda, desde luego, provista de bodega para vinos preseleccionados por un club del vino montado por ex miembros del Ejército Armado del Pueblo… por todo eso he pasado, pero desde la conciencia secreta de que un día saldría de tanta alienación y recuperaría el camino hacia Sierra Maestra, donde afortunadamente aún nos espera el comandante Castro. ¿Recuerdas la canción de Carlos Puebla?: ¿Qué tiene Fidel que los yanquis no pueden con él? Y finalmente se me hizo la luz. Fue en el transcurso de una reunión ampliada del Comité Organizador de la Olimpiada de Barcelona. Yo debía informar sobre la estrategia cultural y cuando me oía a mí mismo haciendo el inventario de «actividades culturales» me preguntaba, ¿qué es cultura? ¿Reproducir consciencia, insisto, consciencia, no conciencia, neutralizada o crear consciencia, insisto, consciencia, no conciencia, crítica? ¿Decidme…? ¿Qué es cultura?
Parpadean urgentes luces en el horizonte. Carvalho no sabía qué responder, pero Vera sí.
– Es cultura la consciencia del sujeto histórico de cambio y sus necesidades objetivas.
– Algo parecido, pero… Bien. Las luces me reclaman. Están a punto de producirse prodigios, Pepe. Los olimpiónicos de verdad no hemos de resistir la llamada del sol, la llamada de Apolo. Un nuevo orden internacional. Pero no el antiguo desorden maquillado o un nuevo desorden disfrazado de orden. Una nueva Internacional compuesta por ex colaboradores del COI asume el reto de la revolución pendiente. En verdad en verdad te digo que formarán en primera línea esos llamados voluntarios olímpicos que en su tarea de guías de los agentes olímpicos han descubierto las contradicciones del sistema y el placer ético de la solidaridad, de una solidaridad correspondiente con el grado de revolución científicotécnica que hemos alcanzado. ¡Salud, camaradas! ¡La revolución olimpiónica nos espera!
Saludó militarmente a Vera y fue entonces cuando Carvalho supo ver que Parra era culturista, que probablemente había sido culturista. Hasta sus pestañas eran puro músculo.
– Comandante Vera, cumpla sus órdenes y espere nuevos objetivos a partir de mis contactos.
Se lanzó al agua, desapareció bajo las olas todo el tiempo que le permitieron sus prodigiosas reservas pulmonares y reapareció cien metros más allá, braceando poderosamente en dirección a las luces que se concretaban en el periscopio de un evidente submarino.
– ¿De qué nacionalidad es ese submarino?
– De momento es uno de los cientos de submarinos errantes que se negaron al desguace de la perestroika.
– Es decir, el Nautilus mandado por el capitán Nemo.
Mas no tuvo tiempo Carvalho para la melancolía ni para la ironía. Sonó un silbato y la escollera se llenó con toda clase de policías, de los que Carvalho ya tenía censados y nuevos cuerpos y uniformes sin duda creados en las últimas horas para hacer frente a nuevas amenazas especializadas. Corcuera trataba de ir al mando de la operación, pero no era habilidad del ministro saltar de roca en roca y tenía que ser asistido en la operación por varios colaboradores especialmente entrenados para llevar al ministro en volandas en situación de aplicación directa de la ley Corcuera. Era un ministro en plena tormenta el que fue depositado junto a Carvalho y Vera.
– Por lo que veo le ha sido fácil encontrarla. ¿Quién es ese que va nadando hacia alta mar? ¡Le advierto, Carvalho, que si me oculta información seré implacable! De momento detengan a esta serbia, que serbia tenía que ser. He consultado mi edición del Larousse Illustré y buenos les pone a los serbios. Siempre han sido unos incordiantes tocacojones.
Pero Vera no le dio tiempo a que la insistencia de la orden fuera registrada por el cerebro excesivamente subdividido de los tres mil policías de toda clase de colores y tamaños que llevaban escollera. Dio un salto mortal con patada a la luna hacia atrás y se zambulló en las aguas. Un grito del ministro paralizó la tendencia al disparo exhibida por las miles de pistolas que brotaron en las manos de la policía como flores del mal.
– ¡No disparen, que podrían darle! A represivo no me gana ni Dios, pero no soy un fusilador. ¡Pésquenla con un helicóptero!
Corcuera estaba tan desmoralizado que necesitaba compañía. Aunque fuera la de Carvalho.
– A usted le gusta el chateo y a mí también, ¿por qué no podemos ser amigos?
Aspiró aire de mar anochecido y espiró amargura.
– Juan Antonio Samaranch, el presidente del COI, ha desaparecido.
– Que un ministro de la Gobernación se eche a llorar a la hora del crepúsculo, en presencia de toda clase de policías, con los vestuarios más diversos diseñados por Mariscal, Armani, Rabanne, Cardin, Adolfo Domínguez, Sara Ferguson y la señora Rippa de Meana, ¿no es una prueba de que España ha llegado a la modernidad?
Proclamaba arrobado el sociólogo pelota. El ministro lloraba con la cabeza apoyada en el hombro de Carvalho.
– Esto no se me hace a mí. ¡Secuestrarme al presidente del COI! Me lo hacen porque soy de origen humilde, porque he sido un electricista y no he estudiado en Oxford, ni en Deusto, ni me han aceptado en el Collegi d'Humanitats de Barcelona, ni soy normalien. Y luego dirán que la lucha de clases no existe. Hay que impedirla a toda costa y sobre todo desde mi cargo, pero existir, ¡vaya si existe…!