– ¿Cómo has conseguido este prodigio?

– Gimnasia de aparatos y una alimentación equilibrada.

– ¿Qué comes?

– No voy a descubrirte nada. Al levantarme diez cápsulas de Life Essence, ocho claras de huevo, dos yemas fritas sin aceite, dos raciones de copos de avena mezclados con fresas, café con leche, una cápsula de Megapack y tres de Weyder Dynamic Fat Burners. A media mañana, después del gimnasio, 250 gramos de pechuga de pollo, una patata muy grande cocida, vegetales al vapor con condimento dietético, tres cápsulas de Weyder Dynamic Fat Burners, 1 gramo de vitamina C, tabletas de multimineral y Complexom B extra. Para merendar diez cápsulas de Life Essence y tres piezas de fruta. En la cena me pongo las botas. Juzga tú misma un filete de 250 gramos, arroz integral cocido, tres cápsulas de Weyder Dynamic Fat Burners y 1 gramo de vitamina C… Olvidaba que después del entrenamiento de la tarde suelo tomarme diez cápsulas de Life Essence y una o dos piezas de fruta… Y eso sí, antes de acostarme nadie me quita un batido de proteínas… ya sabes, proteína en polvo, leche descremada, un plátano y una cucharada de miel… sin procesar, desde luego… este detalle es muy importante. Miel sin procesar.

La serbia tenía la lengua entre los labios.

– ¡Se me hace la boca agua!

– Aquí lo tendrás muy mal… Me han dicho que la comida española es irracional.

– No lo sabes tú bien. Desde el punto de vista alimentario, los españoles están por civilizar. Y en los otros también, menos en el diseño. Vivo con un psicópata de la alimentación que me tiene sometida a un régimen de bacalao al ajo arriero y manitas de cerdo con setas.

Arnold al pasarle la musculada mano por los músculos de la cara no quiso arrancárselos, como algún periodista comentaría al día siguiente, sino expresarle una profunda y a la vez infinita ternura y complicidad alimentaria. La culturista sumó sus músculos a los de Arnold y se ensamblaron. Tras la liberación sexual, Carvalho volvió por donde solía, a su profesión, con un ahínco favorecido por la unidimensionalidad de su libido.

– Estoy desorientado.

Dijo Carvalho por si Samaranch se mostraba más explícito sobre el montaje de falsificaciones y no verdades de los Juegos de 1992.

– Hable con el filósofo olímpico Xavier Rupert Dos Ventos y él le aclarará cuanto precise.

Le aconsejó su majestad don Juan Carlos de Borbón y Borbón en el momento de despedirse y volvió a golpear con el dorso de los dedos el Manual de Príncipes que nunca le abandonaba y que en buena parte él mismo había redactado.

– Aquí dice que los filósofos tienen respuesta para todo y si no la tienen, la buscan… Adiós, Carvalho. Y a cuidarse. Hágame caso. Dé tiempo al tiempo y Charo volverá. Más triste fue lo de Bromuro… pobrecito… La muerte, Carvalho. Ése es el único fracaso auténtico.

No estaba al día Carvalho sobre filósofos, ni sociólogos ni gente así, pero le sonaba el impacto causado por Rupert Dos Ventos, un pensador catalano-brasileño descubierto por Le Nouvel Observateur, tan descubierto que había decidido cambiar su verdadero nombre, Xavier Rubert de Ventós por el de Rupert Dos Ventos, acuñado por la revista francesa. El filósofo catalán era neopositivista de cintura para arriba y partidario de la samba de izquierda utópica, aunque melancólica, de cintura para abajo. Leía a Popper tocando las maracas y de vez en cuando interrumpía un fragmento del gran pensador para cantar unos versos de Chico Buarque o de Vinicio de Moraes. Gracias a esta síntesis estaba en condiciones de enviar el poderoso reflector de su pensamiento sobre los rincones oscuros del sabotaje olímpico. Carvalho le sorprendió en un pequeño jardín de la parte alta de la ciudad en la situación de tomarse un plato de arroz hervido que le había pasado su vecina, una ingeniera marxista-leninista con nombre literario renacentista, que consideraba al filósofo mestizo su debilidad epistemológica. Rupert Dos Ventos tenía algo delicado el estómago, víctima de tanta comida de snack de becarios en universidades norteamericanas.

– El mundo sólo puede ser diseñado, muy, muy parcialmente y sólo hay tres códigos posibles: el reproductor lúdico y banalizador a la manera Walt Disney Corporation, el lúdico utópico benévolamente derrotado a la manera Mariscal y el hipotético computadorizado que es el más variable y combinatorio, pero aún no tiene una visualización memorizada. Cuando se supo que los Juegos Olímpicos de Barcelona podían convertirse en el penúltimo intento de este milenio de desestabilizar lo poco, lo muy poco que hay estabilizado, se decidió no realizar los Juegos, sino diseñarlos. Sólo el escenario físico y el público iba a ser real, al igual que los deportistas españoles y sus familiares. Pero todo lo demás iba a ser diseño, en un intento de combinar Walt Disney, Mariscal y la computadorización. Fíjese en la ceremonia de apertura. Las autoridades fueron diseñadas por la Walt Disney, menos la princesa que se puso a llorar, que en pleno procesamiento de trazos se pasó de Walt Disney al naturalismo sentimental.

– ¿Y la rebelión?

– La flota submarina soviética errante es de Mariscal.

– ¿Y los independentistas?

– Walt Disney, y un poquito de rock.

Ante el abatimiento de Carvalho, Rupert Dos Ventos cambió de disco y cantó una samba de Portela. Luego recomendó cariñosamente:

– Hágame caso, presente un informe pormenorizado de lo obvio. Ni siquiera conserve la esperanza de causar impacto, ni memoria. Ahora todos están preparando los Juegos de Atlanta y allí será mucho más fácil. Atlanta misma no existe y ha sido diseñada como un imaginario desde la conquista por los del Norte durante la guerra de Secesión. Hay quien dice que ni siquiera existía la ciudad antes de rodarse la primera parte de Lo que el viento se llevó.

– Pero ha habido idealistas que se han tomado los Juegos y su superación como una posibilidad de relanzamiento de una conciencia crítica.

– ¿Por ejemplo?

– El coronel Parra. Está nadando por el Mediterráneo para tomar contacto con los restos de la marina marxista-leninista, ignorante de que es un diseño de Mariscal.

– Un falso coronel ahogado en un mar… Casi le diría que pertenece a la lógica de la naturaleza… pero… no podemos prescindir de los posos del humanitarismo cultural…

Humanitario, el filósofo brasileño, frunció el ceño y tomó una decisión. Cogió el teléfono, marcó un número.

– ¿Pascual? Hay que salvar a un nadador revolucionario que trata de llegar al límite del mar.

Escuchó atentamente la respuesta y colgó.

– El señor alcalde pone a su disposición cuantos medios hagan falta.

Media hora después Rupert Dos Ventos, Carvalho y el propio Mariscal examinaban el submarino que acababa de diseñar el creador de la mascota olímpica. Parecía un zapato de cómic, pero tenía dos ojillos muy graciosos y boca de ratoncito. Montaron los tres en el submarino, mientras Mariscal daba los últimos toques a la retropropulsión, a todas luces simple, pero de eficacia voluntaria, porque era de eficacia imaginaria. Así bastó que Mariscal hiciera brrrnrummmmmm brrrnrummmmmm con la boca para que el submarino partiera a velocidad meteórica, no la suficiente como para que Carvalho no viera con el rabillo del ojo a la pareja compuesta por Arnold Schwarzenegger y la culturista serbia, supuestamente hija de Tito, practicando esquí acuático al tiempo que se besaban las bocas proteínicas. Carvalho la abordaría con la mirada nada más acabados los ejercicios y ella no bajó los ojos.

– ¿De qué te asombras?

– Yo no me asombro.

– Sí. Tú estás asombrado.

– Que no…

– Estás asombrado de que haya ligado con este robot imperialista. Pero es necesario que obtenga la nacionalidad norteamericana. El Imperio será vencido desde dentro.

Y se apartó de él y de su vida sin dejarle repetir que no, que no estaba asombrado. Carvalho quiso poner por testigo a Dos Ventos. Pero fingía no haber seguido la conversación. Carvalho le señaló la musculada presencia que se alejaba hacia el horizonte del brazo de Arnold Schwarzenegger.


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