Ella le abrazó, acariciándole el pelo.

– No puedo ayudarte, Nicolai, si no me cuentas que va mal. -Le besó la coronilla y la abrazó firmemente-. Aquí afuera, donde estamos solos y el mundo está hecho de hielo y gemas, ¿no puedes decírmelo? ¿No me conoces lo bastante bien como para saber que lucho por aquellos a que me pertenecen? Arriesgué todo por salvar a Lucca. ¿Por qué haría menos por ti?

– Huirías gritando de este lugar, de mí, si supieras la verdad. -Había amargura en su voz, en su corazón-. Los leones no lo permitirían, y tendrí que mantenerte prisonera. Al final te destruiría como el mio padre destruyó a la mia madre. -Alzó la cabeza y la miró a los ojos-. Como casi hizo conmigo.

Vio tormento en sus ojos ámbar. Furia. Miedo. Determinación. Emociones surgiendo en remolino desde su alma para arder en sus ojos como una llama.

El estremecimiento que sintió Isabella no tuvo nada que ver con el frío. Le tiró del pelo.

– Cuéntame entonces, Nicolai, y veamo si soy una bambina asustada que huye gritando del hombre al que está unida.

Las manos de él le cogieron los esbeltos hombros, los dedos se enterraron en su carne. Le dio una pequeña sacudida, como si la intensidad de sus sentimientos fuera más de lo que pudiera soportar. Mientras así lo hacía, ella sentía la aguda puñalada de agujas pinchando sus hombres. El aliento se le quedó atascada en la garganta, pero contuvo el suave grito de molestia antes de que pudiera escapar. Bajó la mirada a su hombro izquierdo, a la mano de él.

Claramente vio una enorme zarpa de león, con garras retractables. las garras eran curvadas, gruesas y afilades, las puntas se le hundían en la piel. No era ilusión sino una realidad que no podia ignorar. Una parte de su mente estaba tan sorprendida, tan horrorizada y asustada, que todo lo que pudo hacer fue gritar. Silenciosamente. Encerrada en su cabeza, profundente en su mente donde solo Isabella vivía, gritaba silenciosamente. Y lloró. Por sí misma, por Nicolai DeMarco. Con pena por ambos. Exteriormente era una Vernaducci, y, hombre o mujer, un Vernaducci no se entregaba a la hsteria. Luchó por controlarse y se sentó muy quieta.

Nicolai no había pronunciado un falsedad. Había peligro aquí, un peligro mortal. Vibraba en el aire alrededor de ellos. Los caballos empezaron a inquietarse, tirando de sus cabezas y corcoveando. Isabella podía ver sus ojos girando salvajemente mientras olían a un depredador.

Tomó un profundo aliento y lo dejó escapar.

– Nicolai -Pronunció su nombre suavemente y alzó la mirada para encontrar sus ojos.

Estos llameaban hacia ella. Salvajes. Turbulentos. Mortalmente. Llameando con pasión, con fuego. Se negó a apartar la mirda de él, a verle como le veían los demás.

– ¿Qué hizo tu madre cuando tu padre le contó la verdad? -El frío había embotado su dolor, pero ante su pregunto, las patas se flexionron, y las garras se enterraron más profundamente. Finas cintas de sangre gotearon hacia abajo por su hombro.

– ¿Qué crees que hizo? Huyó de él. Intentó escapar. Ni siquiera pudo volver a mirarme una vez supo en qué me convertiría. -Su voz fue un gruñido áspero, como si su garganta misma se hubiera visto alterada y le fuera difícil hablar.

– Te miro y veo a un hombre maravilloso, Nicolai. No sé que está ocurriendo aquí, pero no eres una bestia sin razón o conciencia. Tienes un tremendo control y la habilidad de pensar, de razonar. No tengo intención de huir de ti. -Sintió las garras retraerse. Sintió el salvajismo en él apaciguarse.

Los caballos lo sintieron también. Se tranquilizaron y quedaron quietos, resoplando suavemente, con vapor blanco surgiendo de sus fosas nasales.

Nicolai bajó la mirada a su suave piel, y se le escapó un gruñido. Maldijo viciosamente, brutalmente, palmeando con la piel sobre las heridas.

– Isabella. Dio. No puedo arriesgarme, ni por mí mismo, ni por los otros. Creía que si no te amaba, si no sentía nada por ti, estarías a salvo, pero nunca he sentido algo tan profundo por nada. -Parecía afligido, pálido bajo su piel oscura-. ¿Qué te he hecho?

– Tú no me estás poniendo en peligro, Nicolai. ¿No lo comprendes aún? -Se presionó contra él, sus labios encontrado los de él. Estaba tieso por su miedo por ella-. Es mi riesgo para tomarlo. Solo mío. No puedes obligar a otro a estar contigo. El amor tiene que se entregado libremente. -Le besó de nuevo, pequeños besos a lo largo de la línea de su mandíbula, las comisuras de su boca, tentando, persuadiendo hasta que él se rindió porque no podía contenerse a sí mismo.

Nicolai la abrazó y se fundieron untos, su boca dominó la de ella, besándola hast que el fuego corrió entre ellos, ardiendo fuera de control, una tormenta igul de intensa que sus turbulentas emociones. Sus manos le enmarcaron la cara, y bajó la mirada a sus ojos.

– Tengo tanto miedo de creer en ti, Isabella. Si algo va mal y no pudo controlarlo…

– ¿Qué elección tienes? -Isabella trató de impedir su diminuto estremecimiento, pero él no se perdía nada, ni el más liguero detalle sobre ella, y tiró de las pieles más cerca, colocándolas a su alrededor-. Tienes que controlarlo. ¿Sabes cómo ocurre? ¿Por qué? ¿Eres consciente de que ocurre?

Él se pasó la mano por el pelo con agitación.

– Siempre he aceptado que había nacido con ello. Un don, una maldición… no sé. La gente cree las viejas leyendas, y esperan un milagro. Creen que tú eres ese milagro. Yo solo sé que siempre he sido capaz de hablar con los leones. Son parte de mí. No tenía miedo de ello ni me avergonzaba. Sabía que eso me hacía diferente, y sabía que la mia madre no quería tener nada que ver conmigo, pero no puedo recordar cuando si quería, sí que no era tan mala cosa. Sarina y Betto estaban siempre ahí. Y jugaba como cualquier chico con mis amigos Sergio y Rolando.

Se apoyó en él, porque parecía tan necesitado de más consuelo que ella. Sus hombre se encorvaron, el simple recuerdo de lo que había ocurrido. Él era tan carismático, sin esas pequeñas heridas, nunca lo habría creído. De algún modo se las había arreglado para robarle el corazón hasta anhelarle, lamentándose por el dolor reflejado en sus ojos.

– ¿Y tu padre? -animó.

Nicolai suspiró y cogió las riendas entre sus manos.

– Se retiró de todos, se volvió cada vez más salvaje hasta que ni siquiera yo pude ver al hombre del que la mia madre planeaba escapar. Él se enteró antes de que ella pudiera abandonar el palazzo. La persiguió a trvés de los salones, subiendo y bajando por las escaleras. Huyó hacia la gran torre, saliento al pequeño patio. Yo sabía lo que podía ocurrir, así que le seguí, para detenerle, pero ya había llegado demasiado lejos. Entonces se volvión contra mí -Se tocó las cicatrices de la cara con dedos temblorosos, un hombre recordando la pesadill de un niño. Se quedó en silencio, mirando hacia la centelleante charca.

– Los leones te salvaron, ¿verdad, Nicolai? -dijo suavemente.

Él asintió, su cara se endureció perceptibemente.

– Si, lo hicieron. Le mataron para salvar mi vida.

– ¿Cuando eras niña, la bestia en tu interior salía?

Nicolai sacudió las riendas, y los caballos empezaron a avanzar.

– No, nunca. Pero ese día, en el castello, mi vida cambió para siempre. Ni siquiera Sarina podía verme ya. Cuando me miraban… mis amgos, mi gente… veían algo más. Todos ellos -Bajó la vsta a sus manos sobre las riendas-. Yo veo mis manos, pero ellos no. Es una existencia solitari, cara, y tenía la esperanza de no pasar nunca semejante cosa a mi hijo.

– Yo veo tus manos, Nicolai. -Isabella descansó una mano enguantada sobre la de él-. Veo tu cara y tu sonrisa. Te veo como un hombre. -Frotó la cabeza contra el hombro de él en una pequeña caricia-. Ya no estás solo. Me tienes a mí. No estoy huyendo de ti. Me quedo contigo porque quiero quedarme. -Y, que Dios la ayudara, quedía quedarse. Quería estrecharle entre sus brazos y consolarle con su cuerpo. Quería eliminar las sombras de sus ojos y desvanecer la pesadilla que había terminado con su niñez.


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