Para su sorpresa, ella estalló en carcajadas.

– No lo creo, Signor DeMarco. -Se alzó entre sus brazos y levantó la mirada a sus cara seria-. Me enviaste lejos una vez y prometiste no hacerlo de nuevo. ¿No sabes que ocurrió? ¿No lo entiendes? -Le cogió la cara entre las manos-. juntos podemos derrotarlo. Sé que podemos.

Él utilizó una mano para volver a colocarla bajo las pieles.

– Quédate ahí. Estás tan fría, creí que estabas muerta. -Guió a los caballos a lo largo de una pared pronunciada e hizo señas a un guardia. El carruaje se acercó al palazzo, a lo que parecía ser un muro exterior sin aberturas.

Pero la pared se abrió ante el toque del don. Nicolai la empujó hasta el pasadizo y fuera de la vista y esperó para dar al guardia enérgicas órdenes de ocuparse de los caballos inmediatamente. Después llevó a Isabella a través de un laberinto de corredores, sujetándola cerca, con pieles y todo.

– Los lobos te hirieron -dijo ella-. Los vi. Quiero ayudar. Sino, podemos llmar a Sarina. Quiero que un sanador se ocupe de ti. Tengo algún conocimiento de mezclas de plantas, pero no lo suficiente. Quiero que Sarina o el sanador de tu castello te eche un vistazo.

La habitación en la que entró estaba caliento, casi sofocante. El vapor se elevaba de una charca de agua saltando hacia los azulejos. Isabella dejo de hablar para mirar. Había oído hablar de tales cosas, pero el palazzo de su famiglia no tenía semejantes maravillas.

– Te meterás inmediatamente. Convocaré a Sarina para que te atienda -dijo Nicolai, su voz era áspera con emoción mientras permitía que sus pies tocaran los azulejo.

Isabella le rodeó el cuello con los brzos, inclinando la cabeza hacia atrás para mirarle a los ojos meintras se apoyaba en él.

– Nicolai, no hagas esto. No me alejes de ti. Si yo tengo el valor de quedarme contigo y pasar por esto, tú debes tener el coraje de creer que pueder ser así.

Sus manos le cogieron las muñecas con toda la intención de bajarle los brazos, pero en vez de eso apretó su garra, casi aplastándole los huesos. Su cuerpo temblaba con la oscura intensidad de sus emociones.

– Podría matarte fácilmente, Isabella. ¿Crees que el mio padre no amaba a la mia madre? La amaba más que a nada. Ellos empezaron justo así. Todo empezó con amor y risa, pero al final se retorció hasta algo feo y equivocado. Este valle está maldito y todo dentro de él está maldito. ¿Crees que la gente se queda por lealtad y amor a mí? Se quedan solo porque se se alejan demasiado tiempo del valle, mueren.

Se relajó contra él.

– Tu padre no le contó a tu madre a qué se estaba enfrentando. No le dio elección. Tú me dijiste que ni siquiera lo supo o sospechó hasta bastante después de que tú nacieras. Tú me diste a elegir. Me contaste los riesgos. Yo los he aceptado. No sé nada de mldiciones, pero conozco a la gente. He estdo en muchas fincas, y ninguna de ellas era como esta. Tu gente te ama. Pienses lo que pienses, cree eso. Si es verdad que están bajo una maldición y sea como sea les afecta, entonces les debes el tener el valor de seguir con esto.

Él cogió su bata y la arrastró hasta sus hombros.

– Mira lo que te he hecho, Isabella. Mira la evidencia del amor mal encaminado. Yo te he hech esto.

Ella se cogió a la camisa ensangrentada y alzó su mano empapada.

– Esto es lo que yo veo, Nicolai. Veo la prueba de un hombre que ha arriesgado su vida para salvar la mía.

Se alejó de él, dejándo caer la bata al suelo, y caminó los pocos pasos hasta el agua caliente hasta que esta la cubrió hasta el cuello. El agua escaldaba sobre su piel fría, pero solo le quedaba su bravata, y deseaba mucho el consuelo de Sarina. Un sermón parecía un pequeño precio a soportar a cambio.

CAPITULO 10

Nicolai cerró los ojos a la tentadora visión de Isabella. El vapor que se alzaba de la piscina caliente solo se las arreglaba para hacerla parecer más atractiva, más etérea. La deseaba con cada fibra de su ser. No solo su cuerpo… deseaba su lealtad, su corazón. Su risa. Sus dedos se cerraron lentamente en dos puños apretados. Le estaba mirando con tal confianza, sus enormes ojos suaves y gentiles.

Sus puños se cerraron con más fuerza cuando sus emociones se oscurecieron, barriendoo a través de él con una intensidad que le sacudió. Sintió la afilada puñalada de agujas en sus palmas.

Isabella estaba observando el juego de emociones en los ojos de él. Vio en que momento exacto la bestia ganó, saltaron llamas rojo-anaranjadas en su mirada y ardieron fuera de control. Quiso llorar, pero en vez de eso sonrió.

– Necesitamos a Sarina, Nicolai, para que se ocupe de tus heridas, ya que yo carezco de conocimento.

– Te la enviaré -replicó él, su voz era una mezcla de brusquedad y sensualidad-. Yo no tengo necesidad ni deseo de ayuda.

Se obligó a reproceder dos pasos. Lejos del cielo. Lejos de la paz y el consuelo. No deshonraría a Isabella o a sí mismo cuando solo tenía una vida de dolor y una horrorosa muerte que ofrecerle.

Cuando cerraba los ojos por la noche, veía la terrorífica escena una y otra vez. Su madre corriendo por su vida, con la boca abierta de par en par mientras gritaba pidiendo piedad. Su pelo se había soltado de la larga trenza, y el viento lo batía tras ella. Había visto a su padre, brillando tenuemente en un momento como hombre, al siguiente un león maciso, cazándola fácilmente como si no fuera más que un ciervo en el bosque o un conejo temblando ante él.

Nicolai siempre corría hacia ellos en el sueño, en un desesperado intento de detener lo inevitable, justo como había hecho en la vida real. Un chico con lágrimas corriendo por su cara… sus padres, su vida, ya perdidos para él, un pequeño cuchillo aferrado en su mano. Había sido un arma patética contra semejante bestia enorme. Pero cada vez que cerraba los ojos, ocurría de nuevo. Él siempre hacía lo mismo, siempre llevaba el mismo cuchillo y siempre veía al león saltar sobre su madre y matarla de un salvaje mordisco.

Sus ojos ardían, y su estómago se tensaba de repulsión. Esta noche él había acechado a Isabella. En el último momento había vuelto en sí, oyéndola pronunciar su nombre. Oyendo su voz susurrarle palabras de amor. De perdón. De entendimiento. Había permitido que la bestia en él se alzara completamente, consumiéndole mientras luchaba con los lobos. Eso no había ocurrido nunca antes. Más y más amenudo, mientras sus emociones se profundizaban, se intensificaban, perdía el control, y la bestia se comía al hombre. Como había consumido a su padre. Un solo sonido de horror escapó de su garganta.

– No, Nicolia -suplicó ella suavemente-. No te hagas esto a ti mismo.

Habían hecho falta años para su padre fuera visto por su gente como la bestia, pero una vez le había ocurrido, le había devorado rápidamente. La gente había visto a Nicolai como la bestia desde ese terrible día en el patio cuando su padre mató a su madre e intentó destruirle a él.

– Casi te mato -La admisión fue baja, áspera, la verdad-. Ocurrirá, Isabella, si no te envío levos. No tengo elección. Es por tu protección. Lo sabes.

– Sé que los leones se negaron a dejarme atravesar el paso. Sé que se supone que debo estar contigo. -Isabella se abrazó a sí misma para dejar de temblar-. Eso es lo único que sé con seguridad, Nicolai. -Levantó la mirada hacia él con sus enormes e inocentes ojos-. Tú eres el aliento en mi cuerpo, la calidez y alegría de mi corazón. Donde quiera que me envíes, me marchitaré y moriré. Si no mi cuerpo, al menos mi espíritu. Mejor tener alegría ardiendo cálida y brillante, aunque sea por poco tiempo, que morir de una muerte larga e interminable.

La expresión de él se endureció, sus ojos llamearon con tal intensidad que pareció atravesarle el corazón hasta que realmente sintió dolor.

– La única cosa que yo sé con seguridad, Isabella, es que si te quedas conmigo en este lugar, seré yo el que te mate.


Перейти на страницу:
Изменить размер шрифта: