– Esta ala es parte del palazzo original. Esta era la habitación de Sophia. ¿Ver las tallas? El don las hizo hacer para ella. Eso no puede entrar aquí. Esta habitación es el único lugar en el que estás realmente a salvo. Creo que la entidad tuvo algo que ver con tu accidente, cuando casi caes del balcón.

Isabella casi jadeó pero mantuvo la voz tranquila.

– ¿Cómo has oído eso? Creía que nadie lo sabía.

– Yo oigo cosas que los demás no. Si se susurra, yo lo sé. Creo que esta cosa ha arreglado más de un accidente para librarse de ti.

Bajo la colcha, Isabella se sintió a sí misma estremecer, su sangre de repente era como hielo.

– ¿Qué es?

Las lágrimas llenaron los luminosos ojos de Francesca.

– No lo sé, pero tú eres su enemiga. Por favor ten cuidado. No puedo soportar pensar en que te haga daño como hizo… -se interrumpió con un pequeño sollozo y saltó sobre sus pies, recorriendo media habitación hacia la entrada secreta, presionando una mano sobre su boca.

– ¡Francesca, no te vayas! No quería molestarte. Por favor, piccola, no estés triste. Piensa en la diversión que tendremos cuando Lucca venga a quedarse. Puedes ayudarme a alegrarle. Está muy enfermo y necesita absoluto descanso y entretenimiento.

Isabela echó hacia atrás la colcha, con intención de consolar a Francesca, pero la chica ya se había ido, tan rápido, tan silenciosamente, que Isabella ni siquiera la vio deslizarse a través de la pared. Isabella suspiró. El cuarto de Sophia. Por supuesto que su dormitorio tenía que ser el cuarto de Sophia. ¿qué podría ser más apropiado? ¿O más aterrador? ¿Qué decía la maldición? Esa historia se repetiría una y otra vez. El marido de Sophia había empezado amándola, pero al final le había fallado, y la había condenado a muerte. Nicoali creía eso, como DeMarco, él era parte de esa terrible maldición, que al final la destruiría.

¿Y Francesca? ¿Cómo sabía lo del accidente del que nadie había hablado? Ella tenía acceso a la habitación de Isabella.

Y había sido una voz femenina la que la atrayera a la escalera de servicio. Seguramente Francesca no era una enemiga. Isabella cerró los ojos. No quería pensar así, no quería sospechar de Francesca.

Isabella finalmente se durmió, pero soñó con lobos y enormes leones. Con cadenas arrastrándose y el aullido de fantasmas. Canturreando. Palabras en un lenguaje que no entendía. Soñó con Nicolai besándola, abrazándola, sus rasgos feroces suavizados por el amor. Fue tan vívido que le saboreó, olió su salvaje fragancia. Él se apartó bruscamente, sus ojos dorados como llamas rojas. Vestía una expresión demoníaca mientras la sacaba a la fuerza a un campo. La ató a una larga estaca y encendió un fuego mientras figuras sombrías danzaban en círculo alrededor de ella. Los lobos miraban ávidamente y los leones rugían aprovadoramente. Oyó el cacareo de una risa estridente, mujeres bailando alegramente con un fluir de faldas mientras ella suplicaba piedad. Francesca estaba allí, sonriendo serenamente, bailando alrededor con los brazos alzados como si tuviera un compañero. Entonces el fuego se apagó, e Isabella estaba arrodillada con la cabeza gacha, agradeciendo estar viva. Una sombra cayó sobre ella. El Capitán Bartolmei le sonreía mientras Theresa y Violante cantaban suavemente y Francesca batía palmas con deleite. Todavía sonriendo, el capitán alzó su espada y la balanceó hacia su cuello. Isabella gritó de terror, el sonido la sacó de su pesadilla. Una mano capturó sus brazos que se agitaban violentamente.

– Shh, piccola, nada va a hacerte daño. Fue solo un mal sueño -la voz era cálida y consoladora.

No estaba sola en la cama. Podía sentir un cuerpo cálido entrelazado alrededor del de ella. Solo la gruesa colcha los separaba. El fuego había muerto hacía mucho, y ni siquiera un ascua quedaba entre las cenizas, aunque no importaba nada en absoluto. Nicolai DeMarco. Reconocería su fragancia, la sensación de él, en cualquier parte, sin importar lo oscura que fuera la noche. Su voz era inconfundible, bajo, una aleación de amenaza y calor.

Giró la cabeza lentamente, cautelosamente. La cabeza de Nicolai estaba cerca de la de ella. Luchó por poner sus latidos bajo control.

– ¿Qué está haciendo aquí, Signor DeMarco? -sonó sin aliento, incluso a sus propios oídos.

– Me gusta verte dormir -replicó él suavemente, sin arrepentimiento. Sus manos le enmarcaron la cara allí entre las sombras- Vengo a tu habitación cada noche y solo me siento y te observo dormir tan pacíficamente. Me encanta observar la forma en que duermes. Nunca habías tenido un mal sueño hasta esta noche -sonaba arrepentido-. Yo hice esto, Isabella, y lo siento, nunca debería haberte expuesto a semejante peligro.

– Sueño con frecuencia -cerró los ojos de nuevo, extrañamente segura ahora que sabía que él estaba a su lado. Inhaló profundamente, arrastrando la salvaje y masculina fragancia de él profundamente a sus pulmones. La pesadilla la había sacudido, pero la noche era el mundo de Nicolai, y sabía que él podría protegerla como ningún otro. Él podía temer que le haría daño, pero Isabella se sentía segura en sus brazos.

– ¿No temes que Sarina pueda venir y encontrarte aquí? -Había una nota burlona en su voz.

Acercó la cabeza para presionar sus labios contra las sienes de ella. Su aliento fue cálido contra el oído.

– Tengo toda intención de tratarte honorablemente, por dificil que eso pruebe ser -había una burla de sí mismo en tu tono tierno. Envolvió un brazo a su alrededor- Vuelve a dormir. Me hace feliz verte tan en paz.

– ¿Por qué no estás durmiendo tú? -Su voz era adormilada.

El cuerpo de él se endureció, haciendo urgentes demandas, cuando todo lo que había venido a buscar era satisfacción.

– Yo no duermo de noche -dijo suavemente, sus dedos en enredaron en el pelo de ella. Cerró los ojos contra el recuerdo de sus propias pesadillas, fluyendo inesperadamente, como si su corazón necesitara contarle cada terror de su niñez- Nunca.

Como si pudiera leer su pensamiento, ella encajó su cuerpo más cerca del de él, protectoramente. Su mano salió furtivamente de debajo de la colcha para acunarle la mejilla, su palma cálida contra las cicatrices de su niñez.

– Puedes dormir aquí, Nicolai. Yo velaré por ti -las palabras fueron tan bajas que él apenas pudo captarlas.

Sus entrañas se derritieron. Habían pasado años desde que alguien había pensado siquiera en protegerle o preocuparse por él o consolarle. Ella le estaba poniendo del revés sin proponérselo. Enterró la cara en su pelo, cerró los ojos, y respiró en él. Ella había dicho que él era el aliento de su cuerpo, la alegría y calidez de su corazón. Bueno, ella era el aire que respiraba en sus pulmones. Era su alma.

Don Nicolai DeMarco cerró sus brazos posesivamente alrededor de ella y cerró los ojos, yendo a la deriva mientras escuchaba su suave respiración. Allí en la oscuridad, entre los brazos de una mujer dormida, encontró paz.


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