– Atravesé el paso. – Admitió. Tenía la boca seca. Junto a la cama había un cántaro meticulosamente adornado lleno de agua, junto a delicado vaso alto. Isabella miró fijamente el agua, temerosa de que si la bebía, pudiera contaminarse con algo que la enviara de vuelta al sueño. Sus dedos se retorcieron entre las mantas. Pensó cuidadosamente en su viaje, en lo difícil que había sido, en cómo se había sentido al vencer cada obstáculo.

– Fue hilarante y al mismo tiempo aterrador. – Respondió pensativamente. Ahora que sabía que el don había sido consciente de su aprieto todo el tiempo, se sentía más complacida por haber hecho aquello en lo que muchos otros había fracasado.

Francesca saltó sobre la cama, riéndo suavemente.

– Oh, eso es tan bueno. Espera a que los otros oigan lo que dices. ¡Hilarante! ¡Eso es tan perfecto!

Apesar de lo extraño de la conversación, Isabella se encontró sonriendo, porque la risa de Francesca era contagiosa.

Un feroz rugido sacudió el palazzo. Un grito horroroso y agudo de agonía se entremezcló con el terrible sonido. Resonó a través del vasto castello, alcanzando los más altos cielo rasos y las más profundas y terribles mazmorras y las cavernas que el castello guardaba.

Isabella se enterró en la bata, mirando congelada de horror hacia su puerta cerrada. El grito se cortó súbitamente, pero un terrible estrépido lo siguió. Desde todas direcciones bramaron animales salvajes, y ella se cubrió los oídos para bloquear los sonidos. Su corazón martilleaba tan ruidosamente como un trueno, mezclándose con el caos. Volvió la cabeza hacia Francesca.

La mujer se había ido. La cama estaba lisa, la colcha sin una arruga donde había estado sentada. Isabella recorrió salvajemente la habitación con la mirada, buscando en cada esquina, intentando desesperadamente perforar la oscuridad. Tan abruptamente como había comenzado el terrible ruido se detuvo, y hubo sólo silencio. Isabella se sentó muy quieta, temiendo moverse.

CAPITULO 2

Isabella se sentó tranquilamente en la cama, con la bata envuelta firmemente a su alrededor, mirando fijamente hacia la puerta hasta que el amanecer veteó rayos de luz a través de la larga fila de vidrieras. Contempló el sol comenzando a alzarse, observó los colores saltando a la vida y trayendo una cierta animación a las imágenes representadas en las ventanas.

Se puso en pie y vagó por la habitación, atraída por los coloridos paneles. Ella había estado en la mayoría de los grandes castelli de niña, y todos ellos inspiraban respeto. Pero este era el más ornamentado, más intrincado, más todo. Solo en su habitación, una simple habitación de invitados, había una pequeña fortuna en obras de arte y oro. No era sorprendente que los ejércitos de los reyes de España y Austria y los que vinieron antes hubieran buscado la entrada a este valle.

Isabella encontró la pequeña cámara reservada para las abluciones matutinas y se tomó su tiempo, dando vueltas en la cabeza a cada argumento que utilizaría para persuadir a Don DeMarco de que la ayudara a salvar a su hermano. Don DeMarco. Su nombre era susurrado por hombres poderosos. Se decía que tenía influencia sobre los gobernantes más influyentes del mundo y que los que no le escuchaban o prestan atención acababan desapareciendo o muriendo. Pocos le habían visto, pero se rumoreaba que era medio hombre, medio bestia y que dentro de su extraño valle, demoníacas apariciones le ayudaban. Los rumores incluían de todo, desde fantasmas a un ejército de bestias fantasmas bajo sus órdenes. Isabella recordaba a su hermano, Lucca, contándole cada historia y riendo con ella de los absurdos rumores que la gente estaba tan dispuesta a creer.

Examinó su habitación cuidadosamente. Colgaban cruces a ambos lados de su puerta. Se acercó más para examinar la propia puerta. Las tallas en ella eran de ángeles, hermosas y aladas criaturas que guardaban el dormitorio. Isabella sonrió. Se estaba mostrando fantasiosa, pero los rumores de criaturas demoníacas y un ejército de animales salvajes de los que se había reído con su hermano parecían demasiado cercanos a la realidad ahora, y agradeció la plétora de ángeles que permanecían guardando su puerta.

La propia habitación era grande y llena de tallas ornamentadas. Varios pequeños grabados de leones alados colgaban de las paredes, pero la mayoría parecía ser de ángeles. Dos leones de piedra guardaban la gran chimenea, pero parecían bastante amigables, así que les palmeó las cabezas para hacer amistad con ellos.

Isabella no pudo encontrar sus ropas por ninguna parte y con un suspiro de frustración abrió el enorme guardarropa. Estaba lleno de hermosos vestidos, vestidos que parecían ser nuevos, hechos solo para ella. Sacó uno, su mano tembló al alisar la falda. Los vestidos parecían haber sido cosidos por su costurera favorita. Cada uno, ropa de día y de baile, era de su talla y hecho con encaje y suave y fluída tela. Nunca había tenido ropa tan fina, ni siquiera cuando vivía su padre. Sus dedos acariciaron la tela, tocando las diminutas costuras con reverencia.

En la cómoda descubrió prendas íntimas cuidadosamente dobladas, con pétalos de flores esparcidos concienzudamente en cada cajón para mantenerlos frescamente fragantes. Isabella se sentó en el borde de la cama, sujentado las prendas de vestir en las manos. ¿Habían sido confeccionadas para ella? ¿Cómo podía ser tal cosa? Quizás le habían dado la habitación de otra joven. Recorrió con la mirada el enorme dormitorio una vez más.

No contenía los artículos personales que podría esperarse encontrar en el dormitorio privado de alguien. Se encontró estremeciéndose. Al instante los hermosos vestidos parecieron un poco siniestros, como si Don DeMarco, sabiendo que estaba en camino, hubiera ideado sus propios planes para ella. Francesca había dicho que las noticias de su inminente llegada habían viajado bien por delante de ella, aunque el elusivo don no le había enviado una escolta. Nada de esto tenía sentido para ella.

¿Cómo se las había arreglado Francesca para entrar en su habitación apesar de la puerta cerrada? Cavilando sobre el acertijo, Isabella se vistió lentamente con el vestido más sencillo que pudo encontrar, sintiendo que no tenía elección. No podía ir al encuentro del don sin una puntada de ropa encima. Sabía que muchos castelli y el gran palazzi tenían pasadizos secretos y habitaciones ocultas. Esa tenía que ser la respuesta a la abrupta llegada y partida de Francesca. Se tomó unos pocos minutos para examinar las paredes de mármol. No pudo encontrar ninguna evidencia de una apertura en ninguna de ellas. Incluso examinó la gran chimenea, pero esta parecía bastante sólida.

El aliento se quedó atascado en su garganta cuando oyó una llave girar en la cerradura de su puerta y esta se abrió. Sarina le sonrió. Llevaba una bandeja.

– Pensé que estaría levantada y bastante hambrienta a estas horas, signorina. No comió nada anoche.

Isabella la miró fijamente.

– Puso algo en el té. -Retrocedió alejándose de la mujer mayor hasta que una pared la detuvo.

– El Amo quería que durmiera usted toda la noche. Sus mascotas pueden ser aterradoras si no se está acostumbrada al ruido. Por otro lado, estaba tan cansada a causa de su viaje, que creo que habría caído dormida sin ayuda. Y le expliqué noche que no podía vagar libremente por el palazzo. No siempre es seguro -dijo Sarina, repitiendo su advertencia de la noche anterior. No parecía sentir remordimiento en lo más mínimo.

La comida olía maravillosamente, el estómago vacío de Isabella se retorció, pero clavó los ojos en la bandeja suspicazmente.

– Le dije anoche que mi asunto es urgente. Debo ver al don inmediatamente. ¿Él ha accedido a una audiencia?


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