Hizo varios intentos hasta conseguir ponerse en pie sobre el helado pasillo. Cuando las sombras crecieron, la temperatura cayó, y el frío se hizo penetrante. El pasillo refulgía por el hielo. Podría ser más sabio escoger un camino menos resbaladizo. Isabella tomó un pasillo estrecho y menos pronunciado sin escalones y empezó a bajarlo. Tenía la esperanza de que condujera directamente al mercado hacia el centro de la ciudad, pero el camino se abrió a un patio. Había esculturas esparcidas alrededor, pero no vio gente.

Se quedó inmóvil en un momento de indecisión. Se se tomaba tiempo para encontrar su camino de vuelta hacia el mercado a través del poco familiar laberinto de edificios y caminos, podía haber oscurecido para cuando saliera. Parecía una mejor idea volver al palazzo. Este estaba alto sobre la ciudad, y todo lo que tenía que hacer era abrirse paso colina arriba. No había forma de perder de vista el enorme castello. Estaba segura de que Violante iría allí tan pronto como comprendiera que Isabella había perdido su camino.

Lucca se reiría de ella por perderse. No era frecuente que perdiera su camino, aunque dos veces ahora había conseguido girar mal. Casi como si todo hubiera cambiado de posición deliberadamente a su alrededor. La idea era escalofriante y trajo de vuelta la extraña sensación de estar siendo observada. Isabella contuvo su desbocada imaginación. Los edificios no podían moverse. Pero entonces, los hombres no podían convertirse en leones.

La sensación de estar siendo observada persistió. Isabella miró fijamente alrededor. Había una gran estatua de un león en el patio. Parecía estar observándola, pero eso no contaba dado el peso de malevolencia que sentía. Bruscamente empezó a caminar a lo largo de un estrecho camino que conducía hacia arriba. No estaba segura de por qué no veía gente. ¿Se metían en sus casas cuando el sol se ponía para evitar un desastre con un león perdido? Un estremecimiento bajó de nuevo por su espina dorsal ante la idea.

Lo oyó entonces. Suave. Apenas discernible. Un resoplido. El susurro de piel deslizándose contra algo sólido. Empezó a caminar más rápido camino arriba, acurrucándose en su capa, su corazón palpitando a cada paso. Sentía su presencia. Sabía que eso estaba acechándola, siguiendo su olor. Moviéndose deliberadamente lento para aterrorizarla.

¿Nicolai? ¿Podía él hacer tal cosas para enseñarle una lección? ¿La maldición se estaba desplegando porque había yacido con ella? Él la había observado desde las almenas mientras ella hablaba con Sergio. Incluso había enviado a Sergio alguna misiva advirtiéndole que se alejara de ella. Había estado segura de que él había entrado en su habitación la noche anterior. Ese algo la había visitado en su habitación. Se estremeció de nuevo y se frotó los brazos para calentarse. Había sentido ojos sobre ella en la noche. Debería haber sentido los brazos de Nicolai, pero él la había dejado sola. ¿Estaba lo bastante celoso como para acecharla, cazarla, y devorarla?

Isabella se quedó muy quieta, avergonzada de sí misma. Reconoció el sutil flujo de poder dirigido hacia ella. Eso alimentaba sus dudas, alimentaba sus miedos. Si ella no creía en Nicolai, en su fuerza, ningún otro lo haría nunca. No creería que era Nicolai. No cedería a la maldición. Ni permitiría a la entidad alguna influencia sobre ella. Pero sabía que estaba en grave peligro. Isabella se aferró al cierre de su capa como si pudiera sentir al león hundiéndole los dientes en la garganta. Oyó el peculiar gruñido que hacían con frecuencia los leones. Una bestia estaba definitivamente rastreándola. Isabella rodeó una esquina, y su corazón casi se detuvo. Por un momento estuvo segura de que había llegado a un callejón sin salida. Una línea de edificios le bloqueaba el paso.

– Nicolai -susurró su nombre. Un talisman-. Nicolai -dijo en voz alta mientras corría hacia dos edificios que parecían poder ser casas – ¡Nicolai! -gritó su nombre tan ruidosamente como pudo, con un sollozo en su voz mientras se apresuraba hacia la puerta de la casa más cercana y la golpeaba. El león resopló de nuevo. Estaba mucho más cerca. Y no había nadie en casa, la puerta estaba asegurada. Isabella sintió la oleada de triunfo en el aire. De maldad. No estaba sola con el león. La entidad estaba allí. Real. Pataleando de malevolencia. Llenaba la pequeña área entre las casas con una nube espesa de veneno.

– ¡Isabella! -Oyó la voz de Nicolai y quedó débil de alivio, hundiéndose en los escalones delante del edificio-. ¡Respóndeme! Había pánico en la voz de Nicolai.

– Aquí, Nicolai, estoy aquí -Sabía que él oiría el miedo y alivio en su voz-. ¡Rápido! Hay un león.

Lo vio entonces, la forma oscura oculta entre las sombras. Sus ojos brillaban con un rojo feroz de aborrecimiento hacia ella. Isabella le devolvió la mirada, hipnotizaba por un odio tan intenso. La criatura se hundió acurrucándose, observándola, odiándola.

– ¡Isabella! Si algo se atreve a hacerte daño, nada, ni nadie estará a salvo en este valle -juró él. Ella podía oir el maceo de los cascos de su caballo mientras él rastreaba su olor a través del laberinto de calles. Había un filo en su voz, como si hubiera extendido la mano para controlar a la bestia, y la hubiera encontrado resistente.

Ella se enderezó para ver al león, pero estaba bien metido entre las sombras. Solo los ojos estaban claros, brillando hacia ella con una malvada promesa. El león era consciente de la aproximación de Nicolai, y gruñó una vez, revelando enormes dientes que brillaron hacia ella desde las sombras. Repentinamente la bestia se dio la vuelta y simplemente desapareció entre los edificios.

Nicolai montó alrededor de la esquina en un galope mortal y tuvo que tirar de su caballo antes de pisotearla. Estaba fuera de la silla antes de que el animal hubiera siquiera parado. Su cara estaba pálida, su pelo salvaje. La atrajo a sus brazos y la aplastó contra él.

– Voy a atarte a mi lado -Era una promesa, nada menos. Sus manos le enmarcaron la cara, obligándola a levantarla para poder encontrar su boca. El miedo los unió.

Sus manos la recorrieron, buscando cada centímetro cuadrado de ella, necesitando asegurarse de que estaba de una pieza. Esto le había dejado sin aliento en el cuerpo, ese súbido conocimientro entre los leones de que su mujer estaba siendo cazada.

– Isabella, esto no puede continuar. Tiene que parar. Me estás volviendo loco con tu conducta despreocupada. – Sus manos se apretaron sobre los brazos de ella, y la sacudió-. Estás en peligro. ¿Por qué no puedes entenderlo? Por mi parte, por parte de este valle, de todo el mundo. Eres tan temeraria, tan cabeza dura, no pareces ser capaz de mantenerte fuera de problemas ni por un momento -La sacudió de nuevo y después una vez más emborronó el mundo, su boca encontrando la de ella en algún lugar entre la furia y el puro terror.

Y entonces ambos perdieron el control, besándose salvajemente, desgarrando el uno las ropas del otro, intentando encontrar piel, olvidando la oscuridad, el frío, la enemistad del león que había estado acechándola. Ella deseaba el solaz y calor de su cuerpo, la unión de sus cuerpos. Deseaba que la llenara completamente para poder pensar solo en él, en placer.

Él la empujó más profundamente entre las sombras, forzándola contra la pared del edificio profundo dentro del patio. La boca de él era caliente y dominante, una respuesta salvaje a su miedo. Tiró del cordél de su escote, soltándole el corpiño para poder empujar hacia abajo la tela, exponiéndo los pechos a su exploración.

Isabella deslizó una pierna sobre la de él, casi tan salvaje como estaba él, presionando firmemente contra la gruesa erección, frotando su cuerpo contra el de él. Era malvado estar fuera con los pechos expuestos a él, pero le encantaba, le encantaba observarle mirarla. Sus pezones se endurecieron en el aire frío, y chilló cuando él acunó el peso en sus manos y se inclinó para succionar. Al momento su boca la estaba volviendo loca de deseo, dejándola tan débil que se aferró firmemente a él, su pierna enredada alrededor de la cintura de él para alinear su cuerpo perfectamente con el suyo.


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