Era una de esas raras ocasiones en que deseaba tener un socio, alguien que pudiera hurgar en el pasado de Paige mientras yo me disfrazaba de cargamento de trigo y me infiltraba en la Eudora.
Pagué la cuenta y me fui a casa para poder telefonear con tranquilidad. Con relativa tranquilidad. Murray Ryerson, periodista de sucesos del Herald Star, se había marchado ya. Me cogieron el recado en la sección ciudadana. También dejé mi nombre y mi número en el contestador de Fackley. No había nada más que pudiera hacer aquella noche, así que me fui a la cama. Una vida de emociones sin fin.
8
Intenté localizar de nuevo a Murray la mañana siguiente a mi aventura. Me estaba levantando muy temprano últimamente: el periodista estrella no había llegado a trabajar aún. Dejé otro recado y me vestí: pantalones de lino azul marino, una camisa blanca y chaqueta Chanel azul marino. Un pañuelo púrpura y mocasines azul marino completaban el conjunto. Fuerte pero elegante, la imagen que quería dar para pasarme por la compañía Eudora. Eché una camiseta grande y las zapatillas de correr a la parte de atrás del coche para ponérmelas en el silo, No quería echar a perder mi ropa allí.
Margolis me estaba esperando. Mientras los hombres dejaban su turno para hacer la pausa de media mañana, hablé con ellos en plan informal en el patio. La mayoría se mostraron muy cooperadores: el ver a un detective, aunque fuera una mujer detective, rompía la monotonía de la jornada. Ninguno de ellos había visto nada referente a la muerte de mi primo, sin embargo. Uno de ellos me sugirió que hablase con los hombres del Lucelia. Otro dijo que debería hablar con Phillips.
– ¿Andaba por aquí? No lo recuerdo -dijo un tipo bajo con enormes antebrazos.
– Sí. Estaba aquí. Vino con Warshawski y le dijo a Dubcek que se pusiese las orejeras.
Discutieron el asunto y finalmente se pusieron de acuerdo en que el que había hablado tenía razón.
– Estaba muy cerca de Warshawski. No sé si le echaría de menos ahí fuera en el muelle. Creo que estaba dentro con Margolis.
Pregunté acerca de los papeles que Boom Boom podía haber robado. Estuvieron reticentes, pero al final les saqué la información de que Phillips y Boom Boom habían tenido una discusión horrorosa sobre unos papeles. ¿Que Phillips había acusado a mi primo de robar?, pregunté. No, dijo alguien, era más bien al revés. Warshawski había acusado a Phillips. En realidad ninguno de ellos había oído la discusión. No era más que un rumor.
Ese parecía ser el asunto. Volví a comprobarlo con Margolis. Phillips había estado con él en lo que debió ser el momento crítico. Cuando el Bertha Krupnik salió, él preguntó impaciente por Warshawski y salió al muelle para encontrárselo flotando en el agua. Izaron a Boom Boom en seguida y le suministraron los primeros auxilios, pero llevaba muerto unos veinte minutos o más.
– ¿Sabe algo de lo del agua en las bodegas del Lucelia?
Margolis se encongió de hombros.
– Creo que encontraron al tipo que lo hizo. Estaba amarrado aquí esperando la carga cuando ocurrió. Quitaron las escotillas y comenzaron a echar el grano dentro de la bodega central cuando alguien vio que allí había agua. Así que tuvieron que retirarlo y limpiarlo. Bastante jaleo; ya habían metido unas setecientas toneladas.
– ¿Mi primo no le habló de ello?
Margolis sacudió la cabeza.
– La verdad es que no hablábamos mucho. Me preguntaba cosas sobre la carga y charlábamos acerca de las posibilidades de los Halcones, pero eso era todo.
No dejaba de mirar al silo y me di cuenta de que le estaba apartando de su trabajo. No se me ocurría nadie más a quien preguntar. Le di las gracias por su interés y me dirigí a las oficinas centrales de la Eudora.
La recepcionista me recordaba vagamente de la otra vez y me sonrió. Le recordé quién era y le dije que había venido a revisar los papeles de mi primo para ver si había quedado algo personal entre ellos.
Me habló entre llamada y llamada de teléfono.
– Vaya, por supuesto. El señor Warshawski nos gustaba mucho a todos. Fue terrible lo que le ocurrió. Le diré a su secretaria que venga y se los traiga… Espero que no quiera usted ver al señor Phillips, porque no está en su oficina en este momento… Janet, la prima del señor Warshawski está aquí. Quiere echar un vistazo a sus papeles. ¿Vienes a buscarla?… Buenos días, Compañía Eudora. Un momento, por favor… Buenos días, Compañía Eudora… ¿Quiere sentarse, señorita Warshawski? Janet viene en seguida. -Volvió a sus llamadas pendientes y yo me puse a hojear el Wall Street Journal que estaba en una mesita en la sala de espera.
Janet resultó ser una mujer unos veinte años mayor que yo. Era silenciosa y llevaba un sencillo vestido camisero y zapatos de lona. No llevaba maquillaje ni medias; en el puerto la gente no se viste tanto como en el Loop. Me dijo que había asistido al funeral y que sentía no haber hablado conmigo entonces, pero que ya sabía lo que pasaba en los funerales: ya tiene uno bastante con los parientes como para tener que aguantar a un montón de extraños molestándote.
Me llevó a la oficina de Boom Boom, un cubículo en realidad, cuyas paredes eran de cristal desde media altura. Al igual que la oficina del expedidor de la Grafalk, MacKelvy, tenía planos de los lagos cubriendo las paredes. Pero al revés que la de MacKelvy, aquello estaba impecable.
Hojeé unos cuantos informes que estaban sobre su escritorio.
– ¿Puede decirme lo que estaba haciendo Boom Boom?
Estaba en la puerta. Le indiqué con un gesto una de las sillas forradas de plástico. Tras un minuto de duda, se volvió hacia una mujer que estaba en el espacio abierto detrás de nosotras.
– ¿Puedes coger mis llamadas, Effie?
Se sentó.
– El señor Argus le trajo aquí sólo por simpatía personal al principio. Pero después de unos meses todo el mundo se dio cuenta de que su primo era majo de verdad. Así que el señor Argus mandó al señor Phillips que lo entrenase. La idea era que se hiciese cargo de una de las oficinas regionales dentro de un año más o menos; Toledo probablemente, donde el viejo señor Cagney está a punto de retirarse.
Las secretarias siempre saben lo que pasa en una oficina.
– ¿Sabía Phillips que iban a promocionar a Boom Boom? ¿Qué pensaba de ello?
Me miró pensativa.
– No se parece usted mucho a su primo, si se me permite decírselo.
– No. Nuestros padres eran hermanos, pero Boom Boom y yo salimos a nuestras madres.
– Pero sí se parece alrededor de los ojos… Es difícil decir lo que opina el señor Phillips acerca de cualquier cosa. Pero yo diría que se alegraba de quitarse de encima a su primo en poco tiempo.
– ¿Se peleaban?
– Oh, no. Al menos no como para que nadie se enterase. Pero su primo era una persona impaciente en muchos sentidos. Puede que el ser jugador de hockey le hiciese ser más rápido que el señor Phillips. Él se piensa más las cosas.
Dudó y a mí se me encogió el estómago: iba a decirme algo importante, si no fuera porque pensaba que podía ser indiscreta. Intenté que mis ojos se pareciesen a los de Boom Boom.
– El caso es que el señor Phillips no quería que tuviese mucho que ver con los contratos de transporte. Cada vicepresidente regional posee en cierto modo sus propios contratos y el señor Phillips parecía pensar que si el señor Warshawski se relacionaba demasiado con los clientes, podía llevarse a algunos a Toledo con él.
– ¿Así que discutieron acerca de los contratos? ¿O quizá de los clientes?
– Si le digo esto, no me gustaría tener problemas con el señor Phillips.
Le prometí que su secreto estaría a salvo.
– Verá: Lois, la secretaria del señor Phillips, no quiere que nadie toque los archivos de los contratos -miró por encima de su hombro, como si Lois pudiese estar allí escuchando-. La verdad es que es una tontería, pues todos los vendedores tienen que utilizarlos. Tenemos que estar entrando y saliendo todo el día con ellos. Pero ella actúa como si fuesen… diamantes o algo así. Así que si los coges, se supone que hay que dejar una nota encima de su escritorio diciendo los que has cogido y cuándo los vas a devolver.