Lo malo, Patiño, es que la situación empeora por el creciente ceceo de tu frenillo. Me cargas de zetas las fojas. La decreciente facultad de tu voz las va dejando cada vez más afónicas. Ah, Patiño, si tu memoria, ignorante de lo que no ha sucedido todavía, pudiera descubrir que los oídos funcionan como los ojos y los ojos como la lengua enviando a distancia las imágenes y las imagines, los sonidos y los silencios oíbles, ninguna necesidad tendríamos de la lentitud del habla. Menos todavía de la pesada escritura que ya nos ha atrasado millones de años.
Con los mismos órganos los hombres hablan y los animales no hablan. ¿Te parece esto razonable? No es, pues, el lenguaje hablado el que diferencia al hombre del animal, sino la posibilidad de fabricarse un lenguaje a la medida de sus necesidades. ¿Podrías inventar un lenguaje en el que el signo sea idéntico al objeto? Inclusive los más abstractos e indeterminados. El infinito. Un perfume. Un sueño. Lo Absoluto. ¿Podrías lograr que todo esto se transmita a la velocidad de la luz? No; no puedes. No podemos. Razón por la cual tú sobras y faltas al mismo tiempo en este mundo en que los charlatanes y embaucadores sobran, mientras que los individuos honrados faltan con notable encarnizamiento. ¿Me has entendido? A decir verdad, no mucho, no del todo, Excelencia. Mejor dicho, absolutamente nada de todo, Señor, por lo que le pido me otorgue su excelentísimo perdón. No importa. Dejémonos por ahora de zonceras. Comencemos por el principio. Pon tus cascos en la palangana. Remójate los juanetes solípedos. Cálzate en la cabeza el balde del barbero Alejandro, el casco de Mambrino o de Minerva. Lo que quieras. Escucha. Atiende. Vamos a realizar juntos el escrutinio de la escritura. Te enseñaré el difícil arte de la ciencia escriptural que no es, como crees, el arte de la floración de los rasgos sino de la desfloración de los signos.
Prueba tú primero solo. Enclavija la pluma. Levanta los ojos. Fíjate en el busto de escayola de Robespierre a la espera de una palabra. Escribe. El busto no me dice nada, Señor. Interroga al grabado de Napoleón. Tampoco, Excelencia, ¡qué me va a hablar a mí el señor Napoleón! Fíjate en el aerolito; a lo mejor te dice algo. Las piedras hablan. Lo que pasa, Señor, es que a esta hora de la media tarde ando siempre medio desatinado hasta para escuchar mi propia memoria. ¡Qué le digo si siento que hasta se me duerme la mano! Dámela. Voy a darle cuerda, ponerla tensa de nuevo. Medianoche. Las doce en punto y sereno. Bajo el cono blanco de la vela sólo se ven nuestras dos manos encabalgadas. Para que descanse tu menguada memoria mientras te instruyo con el mágico poder de los aparecidos guiaré tu mano como si escribiera yo. Cierra los ojos. Tienes en la mano la pluma. Cierra tu mente a todo otro pensamiento. ¿Sientes el peso? ¡Sí, Excelencia! ¡Pesa terriblemente! No es solamente la pluma, Excelencia; es también su mano… un bloque de hierro. No pienses en la mano. Piensa únicamente en la pluma. La pluma es metal puntiagudo-frío. El papel, una superficie pasiva-caliente. Aprieta. Aprieta más. Yo aprieto tu mano. Empujo. Prenso. Oprimo. Comprimo. Presiono. La presión funde nuestras manos. Una sola son en este momento. Apretamos con fuerza. Vaivén. Ritmo sin pausa. Cada vez más fuerte. Cada vez más hondo. No hay nada más que este movimiento. Nada fuera de él. El fierro de la punta rasga la hoja. Derecha/izquierda. Arriba/abajo. Estás escribiendo empezando a escribir hace cinco mil años. Los primeros signos. Dibujos. Cretinográficos palotes. Islas con árboles altos envueltos en humareda, en llovizna. El cuerno de un toro embistiendo en una caverna. Aprieta. Sigue. Descarga todo el peso de tu ser en la punta de la pluma. Toda tu fuerza en cada movimiento en cada rasgo. Móntala a horcajadillas, a la bastarda, a la estradiota. ¡No no! No hagas pie a tierra todavía. Siento, Señor, no veo pero siento que están saliendo letras muy extrañas. No te extrañes. Lo más extraño es lo que más naturalmente sucede. Escribes. Escribir es despegar la palabra de uno mismo. Cargar esa palabra que se va despegando de uno con todo lo de uno hasta ser lo de otro. Lo totalmente ajeno. Acabas de escribir soñoliento YO EL SUPREMO. ¡Señor… usted maneja mi mano! Te he ordenado que no pienses en nada
nada
olvida tu memoria. Escribir no significa convertir lo real en palabras sino hacer que la palabra sea real. Lo irreal sólo está en el mal uso de la palabra, en el mal uso de la escritura. No entiendo Señor… No te preocupes. La presión es enorme pero casi no la sientes no lo sientes eh qué es lo que sientes
siento que no siento
pero que se descarga de su peso. El vaivén de la pluma es cada vez más rápido. Penetra hasta el fondo. Siento, Señor… siento mi cuerpo yente-viniente en una hamaca… ¡Señor… el papel se ha escapado! ¡Ha girado media vuelta! Continúa entonces escribiendo de espaldas. Aferra la pluma. Apriétala tal si te fuera en ello la vida que todavía no tienes. Continúa escribiendo
continúooo
voluptuosamente el papel se deja penetrar en las menores hendiduras. Absorbe, chupa la tinta de cada rasgo que lo rasga. Proceso pasional. Conduce a una fusión completa de la tinta con el papel. La mulatez de la tinta se funde con la blancura de la hoja. Mutuamente se lubrican los lúbricos. Macho/hembra. Forman ambos la bestia de dos espaldas. He aquí el principio de mezcla. Eh ah no gimas tú, no jadees. No, Señor… no jodo. Sí jodes. Esto es representación. Esto es literatura. Representación de la escritura corno representación. Escena primera.
Escena segunda:
Un aerolito cae del cielo de la escritura. El óvulo del punto se marca en el lugar donde ha caído, donde se ha enterrado. Embrión repentino. Brota bajo la costra. Pequeño, desborda de sí. Marca su nada al mismo tiempo que sale de ella. Materializa el agujero del cero. Del agujero del cero sale la sin-ceridad.
Escena tercera:
El punto. El pequeño punto está ahí. Sentado sobre el papel. A merced de sus fuerzas interiores. Grávido de cosas. Busca procrearse en la palpitación interior. Quiebra la cascara. Sale piando. Se sienta sobre la costa blanca del papel.
Epílogo:
He ahí el punto. Semilla de nuevos-huevos. La circunferencia de su círculo infinitesimal es un ángulo perpetuo. Las formas ascienden ordenadamente. De la más baja a la más alta. La forma más baja es angular, o sea la terrestre. La siguiente es la angular perpetua. Luego la espiral origen-medida de las formas circulares. En consecuencia se la llama la circular-perpetua: La Naturaleza enroscada en una espiral-perpetua. Ruedas que nunca se paran. Ejes que nunca se rompen. Así también la escritura. Negación simétrica de la naturaleza.
Origen de la escritura: El Punto. Unidad pequeña. De igual modo que las unidades de la lengua escrita o hablada son a su vez pequeñas lenguas. Ya lo dijo el compadre Lucrecio mucho antes que todos sus ahijados: El principio de todas las cosas es que las entrañas se forman de entrañas más pequeñas. El hueso de huesos más pequeños. La sangre de gotitas sanguíneas reducidas a una sola. El oro de partículas de oro. La tierra de granitos de arena contraídos. El agua de gotas. El fuego de chispas encontradas. La naturaleza trabaja en lo mínimo. La escritura también.
Del mismo modo el Poder Absoluto está hecho de pequeños poderes. Puedo hacer por medio de otros lo que esos otros no pueden hacer por sí mismos. Puedo decir a otros lo que no puedo decirme a mí. Los demás son lentes a través de los cuales leemos en nuestras propias mentes. El Supremo es aquel que lo es por su naturaleza. Nunca nos recuerda a otros salvo a la imagen del Estado, de la Nación, del pueblo de la Patria.
Vamos, apéate de tu soñolencia. A partir de aquí escribe solo. ¿No has fanfarroneado muchas veces de acordarte de las letras y hasta de las formas de los puntos sentados sobre la papelada de los veinte o treinta mil legajos del archivo? No sé si tu ojo memorativo te engaña, si tu lengua lorificada miente. Lo cierto es que en las letras más parecidas, en los puntos aparentemente más redondos, existe siempre alguna diferencia que permite compararlos, comprobar esa cosa nueva que aparece en el follaje de las semejanzas. Treinta mil noches más otras treinta mil me llevaría enseñarte las distintas formas de puntos. Aun así sólo habríamos comenzado. Las comas, los guiones, las diéresis, los corchetes, las vírgulas, las comillas, los paréntesis más iguales son también diferentes bajo su apariencia de aparecidos. La letra de una misma persona es muy distinta escrita a medianoche o a mediodía. Jamás dice lo mismo aun formando la misma palabra.
¿Sabes qué es lo que distingue a la letra diurna de la letra nocturna? En la letra de noche hay obstinación con indulgencia. La proximidad del sueño lima los ángulos. Se distienden más las espirales. La resistencia de izquierda a derecha, más débil. El delirio, amigo íntimo de la letra nocturna. Las curvas cimbran menos. El esperma de la tinta seca con mayor lentitud. Los movimientos son divergentes. Los rasgos se inclinan más. Tienden a tenderse.
Por el contrario la letra de día es firme. Rápida. Se ahorra poluciones inútiles. El movimiento es convergente. Los rasgos están en ascenso. Hay acompañamiento de curvas libremente onduladas. Sobre todo en la espiral de las rúbricas. Lucha encarnizada entre los polos del círculo-perpetuo. La presión positiva es un continuo aproximarse-al-límite. El trazo sale del cauce. Salta las orillas. Su obstinación es más rígida. La resistencia de derecha a izquierda más fuerte. Más duros los dobles, los arcos, los dobleces, la doblez. La soltura salta al aire. Mas en la letra diurna como en la nocturna la palabra sola sirve sólo para lo que no sirve. ¿Para qué sirven los pasquines? ¡Perversión la más vergonzante del uso de la escritura! ¿Para qué el trabajo de araña de los pasquinistas? Escriben. Copian. Garrapatean. Se amanceban con la palabra infame. Se lanzan por el talud de la infamia. De repente el punto. Sacudida mortal de la parrafada. Quietud súbita del alud parrafal, de la salud de los pasquinistas. No el punto de tinta; el punto producido por un cartucho a bala en el pecho de los enemigos de la Patria es lo que cuenta. No admite réplica. Suena. Cumple.
Comprendes ahora por qué mi letra cambia según los ángulos del cuadrante. Según la disposición del ánimo. Según el curso de los vientos, de los acontecimientos. Sobre todo cuando debo descubrir, perseguir, penar la traición. ¡Sí, Excelencia! Con toda claridad comprendo ahora sus ínclitas palabras. Lo que quiero que comprendas con mayor claridad aún, ínclito amanuense, es tu obligación de descubrir al autor del anónimo. ¿Dónde está el pasquín? Ahí lo tiene bajo su mano, Señor. Tómalo. Estúdialo de acuerdo con la cosmografía letraria que te acabo de enseñar. Podrás saber exactamente a qué hora del día o de la noche fue emborronado ese papel. Coge la lupa. Rastrea los rastros. A su orden, Excelencia.