A los profesores también les gusta que les presten atención. Eso puede ser peligroso. Uno de sus primeros profesores le había dado un consejo muy claro sobre esto: no todo gira en torno a ti. Lucy intentaba tenerlo presente siempre. Por otro lado, a los estudiantes tampoco les gusta que te mantengas distante. Así que siempre que tenía ocasión de contar una anécdota, intentaba que fuera una en la que hubiera metido la pata -no tenía que pensar mucho para encontrarlas-, pero que al final había acabado bien.

Otro problema era que los alumnos no decían lo que realmente creían sino lo que esperaban que causara buena impresión. Eso también era lo habitual en las reuniones del claustro; la prioridad era parecer bueno, no decir la verdad.

Pero esta vez Lucy se mostró más agresiva de lo normal. Quería reacciones. Quería que el autor o la autora se manifestara. Así que insistió.

– Representa que se trata de un recuerdo -dijo-. Pero ¿alguien cree que esto sucedió realmente?

Eso los hizo callar a todos. Había unas reglas no escritas en el aula y Lucy prácticamente había llamado mentiroso al autor. Aflojó un poco.

– Lo que he querido decir es que parece ficción. Normalmente sería algo bueno, pero ¿lo es en este caso? ¿Hace que os cuestionéis la veracidad?

La discusión fue animada. Se levantaron manos. Los chicos debatieron entre ellos. Era el momento álgido del trabajo. La verdad era que tenía pocas cosas en su vida. Pero le gustaban estos chicos. Cada semestre volvía a enamorarse de nuevo. Eran su familia, desde septiembre a diciembre o de enero a mayo. Entonces la abandonaban. Algunos volvían. Muy pocos. Y ella siempre se alegraba de verlos. Pero ya no volvían a ser su familia. Sólo los estudiantes actuales tenían ese estatus. Era raro.

En determinado momento, Lonnie salió del aula. Lucy se preguntó adonde iba, pero estaba inmersa en la clase. Algunos días ésta duraba demasiado poco. Aquél era uno de ellos. Cuando terminó la hora y los alumnos empezaron a recoger sus cosas, seguía sin tener ni idea de quién le había mandado aquel diario anónimo.

– No lo olvidéis -dijo Lucy-. Dos páginas más del diario. Los quiero para mañana -después añadió-: Bueno, si queréis mandar más de dos páginas, adelante. Lo que tengáis está bien.

Diez minutos después, estaba en su despacho. Lonnie ya se encontraba allí.

– ¿Has visto algo en sus caras? -preguntó.

– No -dijo.

Lucy empezó a recoger, metiendo papeles en la bolsa del portátil.

– ¿Adónde vas? -preguntó Lonnie.

– He quedado.

El tono de ella le impidió seguir preguntando. Lucy «quedaba» un día a la semana, pero no le confiaba a nadie adonde iba. Ni siquiera a Lonnie.

– Oh -dijo Lonnie.

Miraba al suelo. Lucy se detuvo.

– ¿Qué pasa, Lonnie?

– ¿Estás segura de que quieres saber quién ha escrito el diario? No sé qué decirte pero este asunto me parece una traición.

– Necesito saberlo.

– ¿Por qué?

– No puedo decírtelo.

– Está bien -se conformó él.

– ¿Está bien qué?

– ¿A qué hora volverás?

– Dentro de una o dos horas.

Lonnie miró el reloj.

– Para entonces puede que ya sepa quién lo ha enviado -dijo.



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