– Supongo que sí.

– Por favor, no suponga, señorita Johnson. ¿Diría que más de uno?

– Probablemente, sí.

– ¿Más de dos?

– No lo sé.

– Pero ¿es posible?

– Sí, tal vez.

– Entonces tal vez más de dos. ¿Más de tres?

– No lo creo.

– Pero no puede estar segura.

Chamique se encogió de hombros.

– Tiene que decirlo en voz alta.

– No creo que tomara tres. Probablemente dos. Puede que ni siquiera dos.

– Y la única persona que le dijo que el ponche no tenía alcohol fue Jerry Flynn. ¿Es correcto?

– Creo que sí.

– Antes ha dicho «chicos» como si fuera más de uno. Pero ahora dice que sólo fue uno. ¿Está cambiando su testimonio?

Me puse de pie.

– Protesto.

Flair hizo un gesto de disculpa.

– Tiene razón, es una pequeñez, sigamos adelante. -Se aclaró la garganta y se llevó una mano a la cadera derecha-. ¿Tomó alguna droga esa noche?

– No.

– ¿Ni siquiera una calada de un cigarrillo de marihuana, por ejemplo?

Chamique negó con la cabeza y después recordó que tenía que hablar, se inclinó hacia el micrófono y dijo:

– No.

– Mmm, bien. ¿Cuándo fue la última vez que tomó drogas?

Me puse de pie otra vez.

– Protesto. La palabra «drogas» podría referirse a cualquier cosa: aspirina, Tylenol…

Flair parecía divertido.

– ¿No cree que aquí todo el mundo sabe a qué me refiero?

– Preferiría una aclaración.

– Señorita Johnson, me refiero a drogas ilegales. Como marihuana, cocaína o LSD. Algo así. ¿Me entiende?

– Sí, creo que sí.

– Bien, ¿cuándo tomó drogas ilegales por última vez?

– No me acuerdo.

– Dice que no tomó la noche de la fiesta.

– No.

– ¿Y la noche anterior a la fiesta?

– No.

– ¿Y la noche anterior a ésa?

Chamique se encogió un poquito y cuando contestó que «no», no estuve seguro de creerla.

– Veamos si concretamos un poco el calendario. Su hijo tiene quince meses, ¿es correcto?

– Sí.

– ¿Ha tomado drogas ilegales desde que nació su hijo?

La voz de Chamique fue muy baja.

– Sí.

– ¿Puede decirnos de qué clase?

Me puse de pie otra vez.

– Protesto. Lo hemos entendido. La señorita Johnson ha tomado drogas en el pasado. Nadie lo niega, pero eso no hace menos horrible lo que hicieron los clientes del señor Hickory. ¿Qué importa cuándo?

El juez miró a Flair.

– ¿Señor Hickory?

– Creemos que la señorita Johnson es una consumidora habitual de drogas. Creemos que aquella noche estaba colocada y el jurado debería tenerlo en cuenta cuando evalúe la integridad de su testimonio.

– La señorita Johnson ya ha declarado que no había tomado ninguna droga esa noche ni ingerido -lo pronuncié con sarcasmo- alcohol.

– Y yo -dijo Flair- tengo derecho a dudar de sus recuerdos. El ponche contenía alcohol, sin ninguna duda. Presentaré al señor Flynn, que testificará que la testigo lo sabía cuando bebió. También quiero establecer que esta mujer no dudaría en tomar drogas, ni siquiera mientras amamantaba a su bebé…

– ¡Señoría! -grité.

– Ya es suficiente. -El juez dio un golpe de mazo-. ¿Podemos seguir, señor Hickory?

– Podemos, señoría.

Me senté. Mi protesta había sido una estupidez. Parecía que quería despistar y, peor aún, había dado a Flair la posibilidad de dar más explicaciones. Mi estrategia hasta entonces había sido permanecer en silencio. Había perdido mi disciplina y nos había costado caro.

– Señorita Johnson, acusa a estos dos chicos de haberla violado, ¿correcto?

Me puse de pie.

– Protesto. No es abogada ni conoce la terminología legal. Les ha contado lo que le hicieron. Es la sala la que debe encontrar la terminología correcta.

Flair parecía divertido otra vez.

– No le estoy pidiendo una definición legal. Siento curiosidad por su lenguaje.

– ¿Por qué? ¿Piensa hacerle un examen de vocabulario?

– Señoría -dijo Flair-, ¿puedo continuar interrogando a la testigo?

– ¿Por qué no nos explica adonde quiere ir a parar, señor Hickory?

– Bien, lo reformularé. Señorita Johnson, cuando habla con sus amigos, ¿les dice que la han violado?

Ella vaciló.

– Sí.

– Ya. Y dígame, señorita Johnson, ¿conoce a alguien más que afirme haber sido violada?

Yo otra vez.

– Protesto. ¿Relevancia?

– Lo permitiré.

Flair estaba de pie junto a Chamique.

– Puede responder -dijo, como si quisiera ayudarla.

– Sí.

– ¿Quién?

– Un par de chicas con las que trabajo.

– ¿Cuántas?

Levantó la cabeza como si intentara recordar.

– Me acuerdo de dos.

– ¿Son strippers o prostitutas?

– Las dos cosas.

– Una de cada o…

– No, las dos hacen ambas cosas.

– Ya. ¿Esos delitos se produjeron mientras trabajaban o durante su tiempo libre? Volví a levantarme.

– Señoría, esto es demasiado. ¿Qué relevancia tiene?

– Mi distinguido colega tiene razón -dijo Flair, gesticulando con todo el brazo en mi dirección-. Cuando tiene razón, tiene razón. Retiro la pregunta.

Me sonrió. Me senté despacio, asqueado hasta la médula.

– Señorita Johnson, ¿conoce a algún violador?

Yo otra vez:

– ¿Quiere decir aparte de sus clientes?

Flair se limitó a mirarme y se volvió hacia el jurado como diciendo «Ay que ver lo bajo que se puede llegar a caer». La verdad es que era cierto.

Por su parte, Chamique dijo:

– No entiendo lo que quiere decir.

– No se preocupe, querida -dijo Flair, como si su respuesta pudiera aburrirle-. Ya volveremos al tema más tarde.

No soporto cuando Flair dice esto.

– Durante este presunto ataque, mis clientes, el señor Jenrette y el señor Marantz, ¿usaban máscaras?

– No.

– ¿Llevaban alguna clase de disfraz?

– No.

– ¿Intentaron taparse la cara?

– No.

Flair Hickory meneó la cabeza como si fuera la cosa más incomprensible que hubiera oído en su vida.

– Según su testimonio, la cogieron contra su voluntad y la arrastraron dentro de la habitación. ¿Es correcto?

– Sí.

– ¿La habitación donde vivían el señor Jenrette y el señor Marantz?

– Sí.

– No la atacaron fuera, en la oscuridad, o en algún lugar que no pudiera relacionarse con ellos. ¿Es correcto?

– Sí.

– Es raro, ¿no le parece?

Estaba a punto de protestar otra vez, pero lo dejé pasar.

– Así que su testimonio es que la violaron dos hombres que no llevaban máscaras ni hicieron nada por disfrazarse, que le mostraron sus rostros, que lo hicieron en su habitación con al menos un testigo que vio cómo la obligaban a entrar. ¿Es correcto?

Recé por que Chamique no sonara indecisa. No lo hizo.

– Es correcto, sí.

– Sin embargo, por algún motivo -de nuevo Flair parecía el hombre más perplejo del mundo- ¿utilizaron alias?

Ella no contestó. Bien.

Flair Hickory siguió meneando la cabeza como si le hubieran pedido que sumara dos y dos y le diera cinco.

– Sus agresores utilizaron los nombres Cal y Jim en lugar de los suyos propios. Éste es su testimonio, ¿no es así, señorita Johnson?

– Sí.

– ¿Tiene lógica para usted?

– Protesto -dije-. Nada en este delito brutal tiene lógica para ella.

– Ah, lo comprendo -dijo Flair Hickory-. Sólo esperaba, teniendo en cuenta que ella estaba allí, que la señorita Johnson pudiera ofrecer una teoría de por qué ellos dejaron que les viera las caras y la atacaron en su propia habitación, y sin embargo utilizaron alias. -Sonrió amablemente-. ¿Tiene usted alguna, señorita Johnson?

– ¿Una qué?

– ¿Una teoría sobre por qué dos chicos llamados Edward y Barry se llamarían entre ellos Jim y Cal?

– No.

Flair Hickory caminó hacia su mesa.

– Antes le he preguntado si conocía algún violador. ¿Se acuerda?

– Sí.

– Bien. ¿Es así?

– No lo creo.

Flair asintió y cogió una hoja de papel.

– ¿Y qué me dice de un hombre actualmente encarcelado en Rahway condenado por delitos sexuales llamado… por favor, preste atención, señorita Johnson, Jim Broodway?

Chamique abrió mucho los ojos.

– ¿Se refiere a James?

– Me refiero a Jim, o James, si prefiere el nombre formal, Broadway, que solía vivir en el 1189 de Central Avenue en la ciudad de Newark, Nueva Jersey. ¿Le conoce?

– Sí. -Su voz era baja-. Le conocí.

– ¿Sabía que estaba en la cárcel?

Se encogió de hombros.

– Conozco a muchos tipos que ahora están en la cárcel.

– Estoy seguro de ello -por primera vez, había mordacidad en la voz de Flair-, pero ésa no era mi pregunta. Le he preguntado si sabía que Jim Broodway estaba en la cárcel.

– No se llama Jim. Es James…

– Se lo preguntaré una vez más, señorita Johnson, y después pediré a la sala que le exija una respuesta…

Yo ya estaba de pie.

– Protesto. Está acorralando a la testigo.

– Denegada. Conteste a la pregunta.

– Algo había oído -dijo Chamique, y su tono era sumiso. Flair soltó un suspiro dramático.

– Sí o no, señorita Johnson, ¿sabía que Jim Broodway está cumpliendo condena en una penitenciaría del estado?

– Sí.

– Ya está. No ha sido tan difícil.

Yo otra vez.

– Señoría…

– Ahórrese el espectáculo, señor Hickory. Continúe.

Flair Hickory volvió a su silla.

– ¿Ha mantenido relaciones sexuales con Jim Broodway?

– Se llama James -insistió Chamique.

– Llamémosle «señor Broodway» para acabar con esta discusión. ¿Ha tenido relaciones sexuales con el señor Broodway?

No podía dejarlo pasar.

– Protesto. La vida sexual de la testigo es irrelevante para el caso. En esto la ley es clara.

El juez Pierce miró a Flair.

– ¿Señor Hickory?

– No pretendo empañar la reputación de la señorita Johnson o inferir que fuera una mujer de moral dudosa -dijo Flair-. La fiscalía ya ha establecido claramente que la señorita Johnson ha trabajado de prostituta y ha participado en varias actividades sexuales con una amplia variedad de hombres.

¿Cuándo aprenderé a tener la boca cerrada?

– El punto que intento establecer es diferente y no será ninguna vergüenza para la acusación. Ya ha admitido haber mantenido relaciones sexuales con hombres. El que el señor Broodway fuera uno de ellos no representa ni mucho menos grabarle una letra escarlata en el pecho.


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