Stewart no la interrumpió.
– Leisha… -comenzó a decir Stewart, y se interrumpió.
– Necesito ayuda, Stewart -"Te ayudaré, Alice", "No necesito tu ayuda". Sopló el viento sobre el oscuro campo junto a la cabina y Leisha se estremeció. Oyó en el viento el débil ruego de un mendigo. En el viento, y con su propia voz.
– Está bien -dijo Stewart- te diré qué haremos. Tengo una prima en Ripley, Nueva York, justo en la frontera estatal de Pennsylvania por vuestra ruta hacia el este. Tiene que ser en Nueva York, porque es donde tengo matrícula. Lleva allí a la niña. Yo llamaré a mi prima y le diré que van. Es una mujer mayor, una gran activista, se llama Janet Patterson. Vive en…
– ¿Qué te hace pensar que colaborará? Puede ir presa. Y tú también.
– Estuvo presa tantas veces que no lo creerías. En todas las protestas políticas desde Vietnam. Pero nadie irá preso. Ahora soy de hecho vuestro abogado, y tengo privilegios. Haré que declaren a Stella bajo la tutela del Estado. No será difícil con el precedente que establecísteis en el hospital de Skokie. Luego se la puede transferir a un hogar sustituto en Nueva York. Conozco el sitio adecuado, gente buena y amable. Entonces Alice…
– Ella es residente de Illinois. No puedes…
– Sí, puedo. Desde que se difundieron los resultados de esas investigaciones sobre la prolongada vida de los insomnes, los legisladores se han visto perseguidos para aprobar leyes por estúpidos electores asustados o celosos, o simplemente enojados.
El resultado es un cuerpo de supuestas "leyes" abarrotado de contradicciones, absurdos y coladuras. A largo plazo no se sostendrán (o al menos eso espero) pero por ahora pueden explotarse. Las puedo usar para crear el caso más condenadamente enmarañado para Stella que se haya visto jamás, y mientras tanto no podrán regresarla a su casa. Pero eso no servirá para Alice… necesitará un abogado matriculado en Illinois.
– Tenemos una -dijo Leisha-. Candace Holt.
– No, no un insomne. Confía en mí para eso, Leisha. Encontraré uno bueno. Hay un hombre en… ¿estás llorando?
– No -dijo Leisha, llorando.
– ¡Ah, Dios! -dijo Stewart-. ¡Bastardos! Siento que haya pasado todo esto, Leisha.
– No te preocupes -dijo Leisha.
Cuando tuvo la dirección de la prima de Stewart volvió a la camioneta. Alice seguía dormida, y Stella inconsciente. Leisha cerró la portezuela lo más despacio posible. El motor se ahogó y rugió, pero Alice no se despertó. En la oscura y estrecha cabina las acompañaba un montón de gente: Stewart Sutter, Tony Indivino, Susan Melling, Kenzo Yagai, Roger Camden.
A Stewart Sutter le dijo: "Me llamaste para informarme de la situación en Morehouse amp; Kennedy. Estás arriesgando tu carrera y a tu prima por Stella. Sin esperar ganar nada. Como Susan cuando me informó por adelantado de los resultados del estudio de Bernie Kuhn. Susan, que malgastó su vida por seguir a Papá y la recuperó con su propio esfuerzo.
Un contrato que no tiene en cuenta a ambos participantes no es un contrato. Lo sabe cualquier estudiante de primer año.”
A Kenzo Yagai le dijo: "El intercambio no siempre es lineal. No viste eso. Si Stewart me da algo y yo le doy algo a Stella, y dentro de diez años Stella es diferente por eso y le da algo a alguien más que aún no conocemos, eso es una ecología.
Una ecología de intercambios, sí, en la que cada nicho es necesario aunque no estén ligados por un contrato. ¿Un caballo necesita de un pez? La respuesta es sí.”
A Tony le dijo: "Sí, hay mendigos en España que no intercambian, que no dan nada ni hacen nada. Pero hay algo más que mendigos en España. Si te apartas de los mendigos te apartas de todo el condenado país. Y te apartas de la posibilidad de una ecología de ayuda. Eso es lo que quería Alice aquella noche, hace tantos años, en su dormitorio.
Embarazada, asustada, enojada, celosa, quería ayudarme a mí, y yo no la dejaba porque no lo necesitaba. Pero ahora lo necesité y ella me ayudó. Los mendigos necesitan ayudar tanto como que los ayuden.”
Y, finalmente, sólo quedaba Papá. Hasta podía verlo, con los ojos brillantes, sosteniendo flores exóticas de gruesos pétalos en sus manos fuertes. Le dijo a Camden: "Te equivocabas.
Alice es especial. ¡Oh, Papá… lo especial que es! Te equivocabas.”
En cuanto pensó esto sintió que se iluminaba. No con la brillante burbuja de la alegría ni con la dura claridad del examen, sino algo distinto: como el sol, entrando suavemente por los vidrios del invernadero, donde dos niñas corren, entrando y saliendo de su luz. De repente se sintió ella misma luz, no brillante sino traslúcida, un medio para que la luz del sol pasara hacia algún otro lugar.
Condujo a la mujer dormida y a la niña lastimada a través de la noche, hacia el este, hacia la frontera estatal.