– Vale.

– Ese es, por decirlo de alguna manera, el eje de la tesis de Mia. Pero no de mi libro.

Todos escuchaban atentamente.

– Mia ha entrevistado a las chicas. Lo que yo he hecho ha sido realizar unas detalladas fichas de proveedores y clientes.

Mikael sonrió. Era la primera vez que veía a Dag Svensson, pero en seguida se percató de que se trataba del tipo de periodistas que a él le gustaba: esos que se centran en lo más importante de la historia. Para Mikael, la regla de oro del periodismo consistía en que siempre había un responsable. The bad guys.

– ¿Y has encontrado datos interesantes?

– Bueno, puedo documentar, por ejemplo, que un funcionario del Ministerio de Justicia relacionado con la elaboración de la ley sobre el comercio sexual se ha aprovechado de, por lo menos, dos chicas que han venido aquí a través de la mafia sexual. Una de las jóvenes tenía quince años.

– Ufff.

– Llevo tres años trabajando a tiempo parcial en esta historia. El libro estudia casos concretos de algunos de los puteros. Aparecen tres policías, uno de los cuales trabaja en la Policía de Seguridad y otro en la Brigada Antivicio. Hay cinco abogados, un fiscal y un juez. También se habla de tres periodistas; uno de ellos ha escrito varios textos sobre la trata de blancas. En su vida privada se dedica a poner en práctica sus fantasías violadoras con una prostituta adolescente de Tallin… y en este caso no se trata de ningún juego sexual de mutuo acuerdo. Voy a revelar sus nombres. Tengo en mi poder documentos irrefutables.

Mikael Blomkvist silbó. Luego dejó de sonreír.

– Ya que he vuelto a ser editor responsable me gustaría examinar con lupa todo ese material -dijo Mikael Blomkvist-. La última vez que no contrasté las fuentes como debía pasé tres meses en prisión.

– Si publicáis la historia, te daré toda la documentación que me pidas. Pero para vendérosla exijo una sola condición.

– Dag quiere que también publiquemos el libro -comentó Erika Berger.

– Exactamente. Mi deseo es que caiga como una bomba, y ahora mismo Millennium es la revista con más credibilidad y descaro de todo el país. Me resulta difícil creer que haya muchas más editoriales que se atrevan a publicar una obra de estas características.

– O sea, que sin libro no hay artículo -concluyó Mikael.

– A mí me parece muy bien -sentenció Malin Eriksson, quien obtuvo un murmullo de aprobación por parte de Henry Cortez.

– El artículo y el libro son dos cosas distintas -precisó Erika Berger-. En el primer caso, el responsable es Mikael, como el editor. En el segundo, el responsable sería el autor.

– Ya lo sé -dijo Dag Svensson-. Eso no me preocupa. En cuanto aparezca el libro, Mia pondrá una denuncia contra todas esas personas cuyo nombre revelo.

– Se va a armar una buena -comentó Henry Cortez.

– No es más que la mitad de la historia -dijo Dag Svensson-. También he estado intentando desarticular algunas de las redes que se lucran con la trata de blancas. Estamos hablando de crimen organizado.

– ¿Y quiénes están metidos?

– Eso es lo que resulta particularmente trágico. La mafia del sexo es una sórdida banda de mequetrefes. Cuando empecé mi investigación no sabía a ciencia cierta lo que me esperaba, pero nos han engañado y nos han hecho creer (al menos a mí) que la «mafia» es un grupo de gente guay que está situado en la cima de la sociedad y que se pasea en elegantes coches de lujo. Supongo que una gran cantidad de películas americanas sobre el tema ha contribuido a difundir esa imagen. Tu historia sobre Wennerström -Dag Svensson miró de reojo a Mikael- mostró, de hecho, que ése también puede ser el caso. Pero, en cierto modo, Wennerström es una excepción. Me he encontrado con una panda de brutos y sádicos idiotas que apenas saben leer y escribir, y que son unos perfectos negados a la hora de organizarse y diseñar una estrategia. Tienen conexiones con moteros y otros círculos mejor organizados, pero, por lo general, no se trata más que de un hatajo de burros que se dedican al comercio sexual.

– Eso queda muy claro en tu artículo -dijo Erika Berger-. Contamos con una legislación, un cuerpo policial y un sistema judicial que financiamos con millones de coronas todos los años para que se ocupen de ese comercio. y no son capaces de meterle mano a una panda de perfectos idiotas.

– Nos encontramos ante una enorme y continua violación de los derechos humanos, y las chicas afectadas se hallan en una posición social tan baja que, jurídicamente, carecen de todo interés -prosiguió Dag Svensson-. No votan. Con excepción del vocabulario que necesitan para hacer negocios, apenas si saben sueco. El 99,99 % de todos los delitos relacionados con el comercio sexual no se denuncia jamás y aún menos acaban ante un juez. Sin lugar a dudas se trata, sin punto de comparación, del mayor iceberg de la criminalidad sueca. Imaginaos por un momento que los atracos de los bancos se trataran con la misma dejadez. Resulta impensable Desgraciadamente, mi conclusión es que este tipo de trapícheos no continuaría ni un día más si no fuera porque, simplemente, al sistema judicial no le da la gana perseguirlo. El abuso sexual de unas adolescentes de Tallin y Riga no constituye un tema de mucha prioridad. Una puta es una puta. Es parte del sistema.

– Y eso lo sabe hasta el más pintado -dijo Monika Nilsson.

– Bueno, ¿qué os parece? -preguntó Erika Berger.

– Me gusta la idea -contestó Mikael Blomkvist-. Con esta historia vamos a dar la cara y provocar a más de uno, precisamente el objetivo que en su día nos llevó a fundar Millennium.

– Ésa es la razón por la que yo sigo trabajando en esta revista. Está bien que el editor responsable pase una temporadita en el trullo -dijo Monika Nilsson.

Todos se rieron a excepción de Mikael

– Él era el único lo suficientemente tonto como para ser editor responsable -precisó Erika Berger-. Esto lo publicaremos en mayo. Y al mismo tiempo sacaremos tu libro.

– ¿Lo has terminado ya? -preguntó Mikael.

– No. Tengo la sinopsis pero tan sólo he escrito algo más de la mitad. Si estáis de acuerdo en publicarlo y me dais un adelanto, podría trabajar en él a tiempo completo. Casi toda la investigación está hecha. Lo que me queda son unos pequeños detalles (realmente se trata sólo de confirmar cosas que ya conozco) y confrontar ese material con los puteros cuyo nombre revelo.

– Procederemos exactamente igual que con el libro sobre Wennerström. Tardaremos una semana en maquetarlo -Christer Malm asintió con la cabeza- y dos en imprimirlo. Las confrontaciones las haremos en marzo o abril y elaboraremos un resumen de quince páginas que incluiremos en último lugar. Es decir: necesitamos el manuscrito completamente terminado para el 15 de abril; sólo así nos dará tiempo a revisar todas las fuentes.

– ¿Cómo funciona lo del contrato y ese tipo de cuestiones?

– Nunca he redactado un contrato para un libro, así que supongo que debo hablar con nuestro abogado -comentó Erika Berger, frunciendo el ceño-. Pero propongo un contrato por obra de cuatro meses, de febrero a mayo. No pagamos sueldos astronómicos.

– Por mi parte, de acuerdo. Necesito un salario base para poder centrarme en el texto a tiempo completo.

– Otra cosa, nuestra norma interna es repartir los ingresos al cincuenta por ciento una vez sufragados todos los gastos. ¿Qué te parece?

– De puta madre -respondió Dag Svensson.

– Reparto de tareas -dijo Erika Berger-. Malin, quiero que te encargues de la edición del número temático. A partir del próximo mes ése será tu principal cometido. Trabajarás con Dag Svensson y editaréis el manuscrito. Lottie, eso significa que quiero que entres en la revista como secretaria de redacción de marzo a mayo. Te ampliaremos el contrato a jornada completa y Malin o Mikael te echarán una mano siempre que puedan.

Malin Eriksson asintió.


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