El estado de parálisis de Mikael cesó en cuanto el hombre desapareció por las escaleras. Le gritó que la dejara en paz.

Lisbeth había atravesado la mitad de una plazoleta cuando reparó en la voz de Mikael. «¡Por todos los diablos!» Cambió de dirección y se asomó a la barandilla. Vio a Mikael Blomkvist a tres metros por debajo de ella. Dudó una décima de segundo antes de salir pitando de nuevo.

En el mismo instante en que Mikael echó a correr hacia las escaleras, se percató de que una Dodge Van arrancó delante del portal de Lisbeth Salander, justo al lado del coche que ella había intentado abrir. El vehículo salió y enfiló rumbo a Zinkensdamm. Al pasar ante él, Blomkvist vislumbró una cara, pero bajo la tenue iluminación nocturna la matrícula resultaba ilegible.

Indeciso, miró de reojo el vehículo pero salió en pos del perseguidor de Lisbeth. Le dio alcance en lo alto de las escaleras. El hombre se había parado de espaldas a Mikael y permanecía inmóvil, observando los alrededores.

Justo cuando Blomkvist lo alcanzó, se dio media vuelta y, con el dorso de la mano, propinó a Mikael un fuerte revés en la cara. Lo pilló completamente desprevenido. Se desplomó y cayó de cabeza por las escaleras.

Lisbeth oyó los semiapagados gritos de Mikael y estuvo a punto de detenerse. «¿Qué diablos está pasando?» Luego miró de reojo y vio que Magge Lundin, a unos cuarenta metros de distancia, echaba a correr hacia ella. «Es más rápido. Me va a alcanzar.»

Interrumpió sus pensamientos, giró a la izquierda y subió a toda pastilla un par de escaleras, hasta la zona ajardinada que había entre los edificios. Llegó a una plazoleta que no ofrecía el más mínimo escondite y recorrió el tramo que distaba hasta la próxima esquina en un tiempo que habría impresionado a la mismísima Carolina Klüft, la campeona del heptatlón. Torció a la derecha, se dio cuenta de que se adentraba en un callejón sin salida y dio media vuelta. Justo cuando llegó a la fachada lateral del siguiente edificio descubrió a Magge Lundin en las escaleras. Ella continuó saliendo de su campo de visión unos cuantos metros más y se tiró de cabeza a unos rododendros que crecían en una jardinera que había a lo largo de toda la fachada lateral.

Oyó los pesados pasos de Magge Lundin, pero no lo pudo ver. Permaneció completamente quieta entre los arbustos y arrimada a la pared.

Lundin pasó ante su escondite y se paró a menos de cinco metros. Esperó unos diez segundos antes de continuar su búsqueda a la carrera. Volvió unos minutos después. Se detuvo en el mismo sitio que antes. Esta vez permaneció inmóvil durante treinta segundos. Lisbeth tensó los músculos, preparada para huir de inmediato si la descubría. Luego él volvió a moverse. Pasó a menos de dos metros de ella. Oyó que sus pasos se alejaban.

A Mikael le dolía el cuello y la mandíbula cuando, aturdido y a duras penas, consiguió ponerse de pie. Notó el sabor de la sangre de su labio partido. Intentó dar unos pasos pero se tambaleó.

Llegó nuevamente a lo alto de las escaleras y miró a su alrededor. Vio que el agresor corría cien metros calle abajo. El hombre de la coleta se detuvo y paseó la mirada entre los edificios y, acto seguido, continuó corriendo por la calle. Mikael se asomó a la barandilla y lo vio cruzar Lundagatan y entrar en el mismo Dodge Van que unos instantes antes había arrancado delante del portal de Lisbeth Salander. La furgoneta desapareció inmediatamente al doblar la esquina de la calle que bajaba hacia Zinkensdamm.

Mikael paseó lentamente por la parte alta de Lundagatan, buscando a Lisbeth Salander. Ni rastro. La verdad era que no vio ni un alma y se asombró de lo desierta que podía estar una calle de Estocolmo a las tres de la madrugada de un domingo de marzo. Al cabo de un rato volvió al portal de Lisbeth, en la parte baja de Lundagatan. Al pasar ante el coche donde se produjo la agresión pisó algo y reconoció las llaves de Lisbeth. Cuando se inclinó para recogerlas, descubrió su bolso debajo del coche.

Sin saber qué hacer, Mikael se quedó un largo rato esperando. Al final se acercó al portal y probó las llaves. No entraban.

Lisbeth Salander permaneció entre los arbustos durante quince minutos sin moverse más que para consultar el reloj. A las tres y pico oyó que un portal se abría y se cerraba, así como unos pasos que se dirigían hacia el aparcamiento de bicicletas.

En cuanto el ruido cesó se puso lentamente de rodillas y asomó la cabeza entre los arbustos. Examinó cada rincón de la plazoleta pero no vio a Magge Lundin. Con la máxima prudencia -siempre alerta y preparada para dar la vuelta y salir huyendo en cualquier momento- dirigió sus pasos hacia la calle. Se quedó arriba, junto a la barandilla, escudriñando toda Lundagatan. Vio a Mikael Blomkvist delante de su portal. Sostenía su bolso.

Se quedó completamente quieta, oculta tras una farola cuando la mirada de Mikael Blomkvist barrió la parte alta de la calle. No la descubrió.

Mikael Blomkvist permaneció ante el portal más de treinta minutos. Ella lo observó, paciente e inmóvil, hasta que él se rindió y echó a andar hacia Zinkensdamm. Cuando Mikael desapareció de su campo de visión, Lisbeth aguardó un instante antes de reflexionar sobre lo ocurrido.

«Mikael Blomkvist.»

No le entraba en la cabeza cómo era posible que él hubiera surgido de la nada. Por lo demás, la agresión no daba lugar a muchas interpretaciones.

«Carl Magnus Lundin de los Cojones.»

Magge Lundin se había reunido con el gigante rubio que había visto en compañía del abogado Nils Bjurman.

«El Viejo y Asqueroso Nils Bjurman de los Cojones.»

«El maldito idiota ha contratado a un puto macho alfa para hacerme daño. A pesar de que le he dejado jodidamente claras las consecuencias.»

De repente, Lisbeth Salander hirvió por dentro. Estaba tan furiosa que sintió un sabor a sangre en la boca. Ahora tendría que castigarlo.

TERCERA PARTE: Ecuaciones absurdas

Del 23 de marzo al 2 de abril

A las ecuaciones sin sentido, que no son válidas para ningún valor, se las denomina absurdas.

(a + b) (a – b)=a2 – b2+1

Capítulo 11 Miércoles, 23 de marzo – Jueves, 24 de marzo

Mikael Blomkvist puso la punta del bolígrafo rojo en un margen del manuscrito de Dag Svensson, trazó un signo de exclamación al que rodeó con un círculo y escribió las palabras «nota al pie». Quería la referencia de una de las afirmaciones.

Era miércoles, víspera del jueves de Pascua, y Millennium estaba, más o menos, de vacaciones toda la semana. Monika Nilsson se encontraba en el extranjero. Lottie Karim se había ido a las montañas con su marido. Henry Cortez se pasó unas cuantas horas atendiendo al teléfono, pero Mikael lo mandó a casa porque no llamaba nadie y porque, además, él iba a estar allí de todas maneras. Henry desapareció con una sonrisa de oreja a oreja para ver a su última novia.

A Dag Svensson no se le había visto el pelo. Mikael se hallaba solo retocando su manuscrito. El libro iba a constar de doce capítulos, doscientas noventa páginas, conclusión a la que finalmente habían llegado. Dag Svensson había entregado la versión final de nueve de los doce capítulos y Mikael Blomkvist había analizado al dedillo cada palabra y devuelto el texto pidiendo aclaraciones o proponiendo cambios.

No obstante, Mikael consideraba a Dag Svensson un escritor muy hábil, de modo que su labor editora se limitaba principalmente a observaciones marginales. Tuvo que esforzarse para encontrar algo que realmente mereciera su crítica. Durante las semanas en que la pila de folios del manuscrito fue creciendo en la mesa de Mikael, sólo hubo desacuerdo acerca de un pasaje, de aproximadamente una página, que Mikael quería eliminar y por cuya conservación Dag luchó duramente. Pero se trataba de un detalle sin apenas importancia.


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