Armanskij convocó, asimismo, a Sonny Bohman, de cuarenta y ocho años, y a Niklas Eriksson, de veintinueve. Bohman también era un antiguo policía. Se había formado en la unidad de intervención de la comisaría de Norrmalm, en los años ochenta, y luego en la brigada de delitos violentos, donde dirigió numerosas e importantes investigaciones. Bohman fue uno de los personajes clave a la hora de resolver el caso del Hombre Láser, a principios de los años noventa, y en 1997, tras no poca labor de persuasión y la promesa de un salario considerablemente mayor, fue reclutado por Milton.

Niklas Eriksson era considerado un rookie. Se formó en la academia de policía, pero poco antes de graduarse se enteró de que padecía una lesión cardíaca congenita que no sólo requirió una importante intervención quirúrgica, sino que también fue el causante de que su futura carrera policial se fuera al traste.

Fräklund -que había sido compañero del padre de Eriksson- acudió a Armanskij para pedirle que le diera a Eriksson una oportunidad. Como había un puesto vacante en la unidad de análisis, Armanskij dio su visto bueno. No había tenido motivos para arrepentirse. Eriksson llevaba cinco años trabajando en Milton. A diferencia de la mayoría de los colaboradores de la unidad operativa, Eriksson carecía de experiencia en el trabajo de campo. En cambio, destacaba por sus agudas dotes intelectuales.

– Buenos días a los tres. Sentaos y empezad a leer -dijo Armanskij.

Entregó a cada uno una carpeta que contenía una cincuentena de páginas con recortes de prensa sobre la caza de Lisbeth Salander, así como un resumen de tres folios de su historial. Armanskij se había pasado el lunes de Pascua preparando la documentación. Eriksson terminó de leer el primero y dejó la carpeta. Armanskij esperó a que también Bohman y Fräklund acabaran.

– Supongo que los titulares de los vespertinos de este fin de semana no os han pasado desapercibidos -dijo Dragan Armanskij.

– Lisbeth Salander -apuntó Fräklund con voz sombría.

Sonny Bohman negó con la cabeza.

Niklas Eriksson dirigió la mirada al vacío, con una impenetrable expresión, y esbozó una triste sonrisa.

Dragan Armanskij contempló al grupo fijamente.

– Una de nuestras empleadas -dijo-. ¿Hasta qué punto llegasteis a conocerla durante los años que trabajó aquí?

– En una ocasión intenté bromear con ella -contestó Niklas Eriksson con una leve sonrisa-. No le hizo mucha gracia. Creí que me iba a arrancar la cabeza de un mordisco. Era una cascarrabias tremenda. En total no habré intercambiado con ella más de diez frases.

– Era bastante suya -admitió Fräklund.

Bohman se encogió de hombros.

– Una loca de atar. Una peste. Sabía que estaba chalada, pero no que llegara a esos extremos.

Dragan Armanskij asintió.

– Iba a su bola -dijo-. No resultaba fácil de manejar. Pero la contraté porque era la mejor investigadora que he visto en mi vida. Siempre entregaba resultados por encima de lo normal.

– Nunca llegué a entender eso -comentó Fräklund-. No me cabía en la cabeza cómo podía ser tan buena investigando y a la vez tan desastrosa en el trato social.

Los tres asintieron.

– La explicación reside, naturalmente, en su estado psíquico -dijo Armanskij, dando unos golpecitos con el dedo sobre una de las carpetas-. Fue declarada incapacitada.

– No tenía ni idea -declaró Eriksson-. No quiero decir que tuviera que ir con un letrero en la espalda anunciando que era incapacitada, pero tú nunca nos comentaste nada.

– No -reconoció Armanskij-. Porque pensé que no era necesario estigmatizarla más de lo que ya estaba. Todos tenemos derecho a una oportunidad.

– Y el resultado de ese experimento lo vimos en Enskede -apuntó Bohman.

– Tal vez -replicó Armanskij.

Armanskij dudó un momento. No quería revelar su debilidad por Lisbeth Salander ante los tres profesionales que ahora lo observaban llenos de expectación. Habían mantenido un tono bastante neutro durante la conversación, pero Armanskij sabía que los tres, al igual que todos los demás empleados de Milton Security, odiaban profundamente a Lisbeth Salander. No debía mostrarse débil o confuso; se trataba de presentar el tema de manera que creara una dosis de entusiasmo y profesionalidad.

– Por primera vez en mi vida, he decidido utilizar una parte de los recursos de Milton para un asunto interno -dijo-. Esto no debe alcanzar sumas astronómicas dentro del presupuesto, pero mi intención es dispensaros a vosotros dos, Bohman y Eriksson, de vuestros cometidos ordinarios. Ahora vuestra misión, formulada de modo general, consistirá en «hallar la verdad» sobre Lisbeth Salander.

Bohman y Eriksson miraron a Armanskij con escepticismo.

– Quiero que tú, Fräklund, seas el responsable de la investigación y que la coordines. Quiero saber qué sucedió y qué provocó que Lisbeth Salander asesinara a su administrador y a la pareja de Enskede. Ha de haber una explicación lógica.

– Perdona, pero esto suena a misión puramente policial -objetó Fräklund.

– Sin duda -replicó Armanskij de inmediato-. Con la diferencia de que le sacamos cierta ventaja a la policía: conocemos a Lisbeth Salander y tenemos una idea de cómo funciona.

– Bueno, no sé -dijo Bohman con una voz algo dubitativa-. No creo que nadie de esta empresa llegara a conocer a Salander o a tener mucha idea de lo que pasaba por esa cabecita suya.

– No importa -contestó Armanskij-. Salander trabajaba para Milton Security y creo que es nuestra responsabilidad dar con la verdad.

– Salander lleva… ¿cuántos?, casi dos años sin trabajar aquí -dijo Fräklund-. No me parece que seamos responsables de lo que haga. Y no creo que a la policía le haga mucha gracia que nos entrometamos en su investigación.

– Todo lo contrario -replicó Armanskij.

Era el as que llevaba en la manga y había que jugarlo bien.

– ¿Por qué? -quiso saber Bohman.

– Ayer hablé largo y tendido con el instructor del sumario, el fiscal Ekström, y con el inspector Bublanski, que está al mando de la investigación. Ekström está sometido a mucha presión. No se trata de un simple ajuste de cuentas entre gánsteres, sino de un acontecimiento muy mediático, en el que un abogado, una criminóloga y un periodista han sido asesinados. Les comenté que, como el principal sospechoso era una ex empleada de Milton Security, nosotros también habíamos decidido iniciar una investigación.

Armanskij hizo una pausa antes de continuar.

– Ekström y yo estamos de acuerdo en que ahora lo importante es detener a Lisbeth Salander lo antes posible, antes de que se haga más daño a sí misma o se lo cause a los demás. Como nuestro conocimiento personal sobre ella es mayor que el que posee la policía, podemos aportar algo a la investigación. Por lo tanto, Ekström y yo hemos acordado que vosotros dos -señaló a Bohman y a Eriksson- os trasladéis a Kungsholmen y os unáis al equipo de Bublanski.

Los tres miraron asombrados a Armanskij.

– Perdona, una pregunta tonta… pero somos civiles -dijo Bohman-. ¿La policía piensa dejarnos participar en la investigación de un asesinato así como así?

– Trabajaréis bajo las órdenes de Bublanski, pero también me mantendréis informado a mí. Tendréis total acceso a la investigación. Todo el material que obra en nuestro poder, así como el que vosotros encontréis, se lo daréis a él. Para la policía eso sólo significa que el equipo de Bublanski recibe refuerzos totalmente gratis. Y ninguno de los tres sois precisamente civiles. Vosotros, Fräklund y Bohman, habéis trabajado como policías durante muchos años antes de empezar aquí. Y tú, Eriksson, estudiaste en su academia.

– Pero va en contra de los principios…

– En absoluto. A menudo la policía recurre a asesores civiles externos. Puede tratarse de psicólogos en casos de delincuencia sexual, o de intérpretes para investigaciones donde hay extranjeros implicados. Simplemente, seréis unos asesores civiles con conocimientos especiales sobre la principal sospechosa.


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