– ¿Conoce usted a Manelic?
– ¿Decía usted?
La pelirroja y pecosa se había sobresaltado por el simple hecho de la interpelación.
– En el informe que me ha dado el mosén, aparece un tal Manelic y le preguntaba si usted podría ponerme en contacto con él.
– No sé quién es. Yo me limito a mantener la red de Internet.
– Le conviene salir de esa red. Está usted muy pálida. Yo en cuanto me entere de quién es Manelic me voy a dar un baño en la Barceloneta o en la Vila Olímpica. ¿No le apetece?Una de dos, pensó Carvalho, o te mira con la distancia que merecen tus años o se ruboriza y se echa a reír. Se había ruborizado y rió brevemente.
– Sale gratis y es tonificante. Tal vez no sea hoy, porque sospecho que me va a costar llegar hasta Manelic, pero mañana… ¿A qué hora sale?
– No tengo horario fijo.
– Póngaselo usted misma, ¿las dos?
– Bueno.
La muchacha parecía muy sorprendida de lo que estaba saliendo de sus labios.
– Vendré a buscarla.
– No. No. No estamos autorizados a dar citas a extraños en esta sede. Iré yo a donde usted me diga.
– Al pie de la Torre Mapire a las dos. Traiga el traje de baño puesto, debajo de la ropa, se entiende, de lo contrario tendría que cambiarse en el parking. Yo le cedería mi coche con mucho gusto. ¿Se llama usted?
– Margalida.
– Su tío me ha dicho que usted se llamaba Neus.
Ella se había llevado una mano a la boca y reía sofocadamente.
– Neus es mi nombre de guerra.
Seguía conteniendo la risa.
– Presiento que si usted no se llama Neus, su tío tampoco es su tío, aunque tienen cierto parecido. ¿Cómo lo han conseguido? ¿Tienen en el sótano un departamento de ingeniería genética? Pero celebro que se llame Margalida. Muy bonito. En mis tiempos de persona culta me sabía una canción en catalán en la que se habla de una Margalida muy desafortunada. Luego dejé de ser culto y sólo me gusta ir en verano a la playa y en invierno cocinar hasta altas horas de la madrugada. ¿Le gusta a usted comer bien?
– Y cocinar. Seguí los cursos de la escuela Hoffman y he asistido a varios congresos de cocina catalana.
La pelirroja se merecía un respeto, pero probablemente su tío era el más indicado para informarle sobre Manelic. Llamó a la puerta de EPC y la voz del cura le invitó a entrar. Ya no iba de cura o al menos no iba vestido de cura. Llevaba algo parecido a una guayabera, pantalones téjanos de verano y sandalias como si las hubiera llevado toda la vida. Aquel hombre tenía cierta capacidad de transformación y Carvalho recordó a un personaje de cómic que se llamaba Mortadelo, capaz de convertirse en una farola o en una lombriz si era necesario para proseguir su investigación.
– Lo tengo todo más claro, pero según se desprende del informe he de encontrar a Manelic.
– ¿Para qué lo quiere?
– Ya es cosa sabida que el asesinato del joven Mata i Delapeu se debe a una conjura entre grupos de presión, pero la madre de la víctima me pide que descubra quién mató a su hijo, quiere verle la cara para preguntarle ¿por qué mataste a mi hijo? La mujer participa del sentimiento trágico de la vida, una tendencia española que yo creía superada, sobre todo en Cataluña. Según parece el asesino ha sido un sicario, pero yo no puedo volver ante mi cliente y decirle: Señora, a su hijo le mató un profesional. He de decirle algo más. Causas. Culpables por instigación. Supongo que Manelic podrá ilustrarme.
– Manelic no está visible. Como usted comprenderá esto no es un centro excursionista y bastante cachondeose ha hecho a costa nuestra en el pasado. Queremos ser un servicio de detección de corrientes espirituales serio. Pero procuraré ayudarle. Le haré llegar alguna señal que le pondrá en el camino de Manelic.
La audiencia había terminado y ya con medio cuerpo en el pasillo, Carvalho señaló con un dedo el rótulo que se manifestaba sobre el cristal biselado.
– EPC. ¿Es algo relacionado con impuestos?
El transformista gruñó y contestó escuetamente.
– Església Països Catalans. Y si no lo entiende se lo traduciré: Iglesia Países Catalanes.
No había recibido ninguna señal del responsable de EPC, ni tampoco de la extraña corresponsal del fax. Se había ido de vacaciones de verdad y no tenía por qué informarle de que él no iba a disfrutarlas. Al menos quince días de silencio y de olvido. Tal vez las vacaciones sirvieran para que dejara de molestarle. Se puso el traje de baño y evitó responder a la pregunta de Biscuter de si se había visto con Charo.
– Le ha llamado tres o cuatro veces.
Era un reproche. Biscuter temía que Carvalho frustrara su trabajo de celestina.
– No conviene forzar las cosas.
– Lo comprendo, jefe. He de informarle de que, cuando termine el curso que estoy haciendo sobre «globalización y subdesarrollo», me voy a matricular en otro sobre los cátaros.
– ¿Sobre qué?
– Una religión muy ferma que es muy antigua y defiende a los pobres contra los ricos y está en contra de las jerarquías. Además los cataros se bañaban más que los demás cristianos, eran más limpios y ya sabe usted, jefe, que a mí lo de la limpieza me chifla. Además odiaban matar a los animales y si veían que habían caído en un cepo, abrían el cepo, los dejaban escapar e indemnizaban al cazador. ¿Qué le parece esta religión?
– Una religión es una religión. Tu quoque, Biscuter!
– Pero a esta religión le horroriza el mal más que a las otras, eso me han dicho. Sería algo así como un anarquismo religioso avant la lettre. Me ha dado un folleto en el metro una chica catara, rubia y con trenzas, pero ya se sabe: … ne touchez pas la femme blanche.
A Biscuter le encantaba utilizar expresiones en francés desde que había seguido en París, en 1992, un curso especializado sobre sopas y salsas.
– Ahora que ya no hay comunismo, jefe, que ya no podemos esperar que vengan Kruschev y la Pasionaria en moto a liberarnos, tal vez haya que espabilarse de otra manera. ¿Se acuerda usted del Lausín? ¿Aquel atracador que conocimos en la cárcel? Sí, hombre, aquel que era como un hombre araña capaz de subir paredes y que siempre decía: un día van a venir Kruschev y la Pa sionaria en moto y nos van a sacar a todos de aquí.
Recordaba. Lausín tenía una extraña fe en que Kruschev y la Pasionaria le sacarían de la cárcel o de la condición de chorizo. Lo que era y seguía siendo un misterio es por qué habían de llegar en moto hasta las puertas de la cárcel Modelo. Especialmente la Pasionaria, siempre con las faldas tan largas.
– Pues Lausín ahora está muy mayor pero se ha hecho cátaro.
– Por mí como si te quieres hacer «Ciudadano para el cambio».
– También me he apuntado a eso, jefe, a ver si le ganamos las elecciones a Pujol y a los catalanistas. Yo soy más catalán que nadie, pero ya me cansa tanto nacionalismo. ¿Por qué los nacionalistas son tan nacionalistas? ¿Por qué son tan pesados y unidimensionales?
Carvalho se encogió de hombros desde la voluntad de que aquella respuesta sirviera para todo lo que le había propuesto Biscuter. La nariz le olía a incienso y a azufre a la vez. Todos se habían vuelto locos, como si el mundo recuperara un maniqueísmo esencial entre Dios y el Diablo, como si hubiera fracasado cualquier otra explicación del horror o de la estupidez de sobrevivir para morir que no pasara por el esencialismo religioso o tribal. La atracción del mar de verano le transmitía una ilusión laica para la que no necesitaba ningún entusiasmo ideológico. Buscaba una pura satisfacción táctil, una profunda satisfacción a través del sol y del agua, cada vez más convencido de que lo más profundo en el hombre y en algunas mujeres es la piel. Allí estaba la falsa sobrina del falso cura. Pelirroja pecosa como hacía veinticuatro horas, pero liberada del disfraz de espía a la paisana y por lo tanto dotada de hombros desnudos, de escote, de minifalda. Buscaron las rampas que conducían al paseo asfaltado que bordeaba las arenas de las diferentes playas, excitada ella por la aventura de bañarse en un mar tan socializado, rodeada de gentes tan comunes, las gentes más bilingües que había visto en mucho tiempo. Cuando Carvalho le instó a que descendieran hacia la playa de la Mar Bella, ella le secundó y nada más tender la toalla sobre la arena se quitó la minifalda y luego la blusa para quedar en slip y tetas, porque sus dos tetas imponían una presencia blanca y sin pecas, redonda aunque altiva que no pasó desapercibida ni siquiera a los homosexuales de jornada intensiva. Demasiado joven, se dijo Carvalho. Debe parecer mi nieta. No pudo evitar comprobar de reojo si efectivamente todos los que miraban a Margalida habían llegado a la conclusión de que era su nieta o una enfermera especializada en geriatría.