– Pero se acercan elecciones.
– Imagínese que pierde el presidente Pujol. Eso significaría que el pancatalanismo pasaría a la oposición y se radicalizaría, con lo cual un proyecto como Región Plus sería demonizado y suscitaría una cruzada del radicalismo catalanista. Prefiero la injusticia al desorden. No. El proyecto tiene que avanzar e imponerse como un hecho consumado. Pero yo no soy el único interesado y tengo todos los teléfonos intervenidos y todos los telescopios de espionaje se ciernen sobre mi casa y sobre mis empresas. Lo sé porque yo hago lo mismocon los competidores y no se quejan. Pero usted Carvalho está disperso. Me interesa que se concentre en el descubrimiento de las causas del asesinato del amigo de mi hijo. Le puedo pagar de mi bolsillo aparte de lo que le pague Delmira.
– Nunca cobro de dos clientes por un mismo caso.
– Pero me aceptará esto.
Del cajón más inmediato sacó un sobre y lo ofreció a Carvalho, que lo tomó, lo abrió y contuvo en una mano las fotos que habían salido de él y un par de folios. La primera foto correspondía a una cara redonda, una verdadera bola de grasa sin huesos con los ojos pequeños y como engarzados. Las otras dos las ocupaban un hombre con aspecto de gitano y una mujer blanquísima con la cabeza ovalada culminada en un peinado escarola rubia. En el papel constaban sus referencias: Dalmatius, jefe de la red de choque Sarajevo, Mohamed Stepanovich, Silvia Rossler, también de la red de choque Sarajevo. Dalmatius había recibido el encargo de un atentado personal y se lo había pasado a Stepanovich y la Rossler sin saber quién iba a ser el asesinado. El informe añadía que Dalmatius estaba dispuesto a colaborar para resolver la situación y a entregar a los dos sicarios. Adjuntaba la referencia de la casa de seguridad donde estaban escondidos. Carvalho estudió los tres rostros, la mujer era bonita pero tenía una quietud estúpida en el fondo de sus ojos, tenía cara de animal obediente. Mohamed llevaba un cuchillo en cada ojo y cerraba su boca cruel bajo un bigotillo de violinista eslavo antiguo. Dalmatius obligaba a ser mirado. Tenía una cara asquerosa pero imán e inquietante.
– ¿Le interesa la información? Le acerca al final de la partida.
– Pueden ser actores de La Cubana.
– Puede ser. Me encantan los trompe-l'oeil. Si usted viera mis residencias están llenas de falsas paredes, falsas ventanas, falsos cénits, falsos firmamentos, falsos descensos a sótanos que existen o no existen, ya lo he olvidado. ¿Le interesaría hablar con Dalmatius?
Carvalho asintió.
– Sígame.
Parecieron desandar lo andado y volver a la cripta de Monte Peregrino pero pasaron de largo y Pérez i Rui-doms se detuvo ante un fresco en la pared que reproducía una habitación de hotel, una cama, una palangana, un hombre sentado al borde de la cama, sin rostro o al menos no interesaba escudriñar para adivinárselo.
– Es una espléndida imitación de un Hopper.
Pérez i Ruidoms tocó con un dedo la cabeza del hombre del cuadro y el muro se volvió blando, se replegó sobre sí mismo y ante ellos apareció una habitación donde la única iluminación era un reflector cenital delimitando a un individuo sentado en una silla. Cuando se acercaron a él, Carvalho vio que estaba esposado, que era Dalmatius y le habían reventado las cejas, la nariz, un párpado le colgaba sobre una ojera violácea y su rostro doblemente hinchado estaba cubierto de morados, de piel rasgada hasta mostrar la carne. Pérez i Ruidoms paseó rítmicamente en torno a Dalmatius observándole.
Ya le queda poco, Dalmatius. Luego se irá a casa al infierno. Confírmele a mi amigo que éstos son los asesinos de Mata i Delapeu.
Instó a Carvalho a que tendiera las fotos a Dalmatius. Así lo hizo y la torturada cabeza ascendió y descendió tres veces ratificando. Pérez i Ruidoms estaba satisfecho. Acercó su cara a la de Dalmatius.
– Quiero que vuelvas a verme la cara y que la anotes en tu cerebro. Tú trabaja en lo tuyo, pero no te cruces en mi camino. Tú vive en tus cloacas, pero no se te ocurra meterte en las mías. Mis reglas del juego pueden ser las tuyas y por cada matarife que emplees yo puedo contratar diez.
Pero Dalmatius estaba entero a pesar del castigo físico. Carvalho percibía que le estaba estudiando, situando, que tal vez incluso ya sabía quién era. Era de la clase de hombres que asimilan incluso en las situaciones más desfavorables y Dalmatius ya sabía lo que podía esperar de Pérez i Ruidoms pero no de Carvalho, por lo que mantuvo la mirada fija en él mientras se retiraban.
– Puede hacer el uso que quiera de la información que le he dado. A estas horas la policía ya ha recibido una confidencia sobre el lugar donde se esconden los sicarios.
– ¿Han sido ellos?
– Dalmatius los ha señalado.
Sin que añadiera ni una palabra, el anfitrión se despegó de Carvalho, salió de la masía a la explanada donde ya le esperaba un coche en marcha con chófer y dos guardaespaldas. Carvalho se fue a por el suyo, que permanecía separado de los demás, como si hubieran querido señalar su condición marginal de coche viejo para un detective previsible, tan previsible que le habían preparado la fiesta sin perder detalle, como una gran ceremonia del simulacro. ¿Y si era falso Dalmatius? ¿Y los dos chivos expiatorios? Según los informes se escondían en un piso del Poble Sec, en la calle Salva esquina Paral-lel y la policía iba a por ellos. Carvalho lanzó su coche por la carretera a una velocidad que le pareció casi cinematográfica y se fue en busca de Barcelona y del Poble Sec. Se agotaban los tráficos entre los fugitivos del centro de la ciudad y los que trataban de ganarla. Llegó a la plaza de España y fue a buscar el Poble Sec a lo largo del Paral-lel, metió el coche en un parking situado junto al teatro Condal y le separaba una manzana apenas de la ubicación de Mohamed y la mujer pálida. El escenario ya estaba tomado por la policía y un reflector enfocaba una ventana del tercer piso de la casa. Carvalho permaneció detrás de la hilera de curiosos que la policía alejaba a voces e incluso empujones del círculo que había establecido en torno a las presas.
– Hay un muerto.
Dijo un hombrecillo tan anocturnado que tenía piel color de luna y venas color de noche. Sonaron una continuidad de disparos dentro de la casa y la presión de la policía contra los curiosos se hizo más extrema. Carvalho trató de acercarse a la primera fila y dos hombres se pusieron a su lado.
– Lifante quiere verle.
Flanqueado por los dos agentes, Carvalho fue conducido hasta el inspector Lifante que seguía con ojos de estudioso la luz del reflector y lo que le estaban diciendo por un auricular incrustado en una oreja. Observó a Carvalho con una curiosidad deferente y se fue hacia la casa seguido del detective al que nadie le impedía el paso. Subieron dos pisos cruzándose con policías vestidos de Rambos hasta llegar a un apartamento cuya puerta de entrada colgaba como si se le hubiera roto el hombro. Los agentes estaban cansados y Lifante pasó entre ellos sin que le molestara el seguimiento de Carvalho. Los dos cuerpos yacían en el living, la mujer en el centro tenía las piernas abiertas escapadas de una corta minifalda, un tiro en la boca y los cabellos rizados diríase que petrificados. El hombre parecía un muñeco roto derrumbado sobre sí mismo y la sangre le salía de detrás del cuerpo, como si se le escapara por el culo.
– ¿Resistencia?
– Claro.
Lifante se encogió de hombros y el gesto iba dirigido a Carvalho. Dio órdenes de que se esperara al juez como siempre y sin mirar a su espontáneo acompañante le dijo:
– Tiene usted una manera muy curiosa de adivinar finales felices.
– He oído los tiros.
– ¿Los ha oído desde Vallvidrera?
– Pasaba por aquí.
Lifante parecía cansado y frustrado. Probablemente ni ha cenado, pensó Carvalho, y alguien iba a pagarlo.
– Hemos de hablar, Carvalho. Ahora.