Monk miró a Evan, que seguía esperando junto a la ventana.

– Ese señor Scarsdale tiene todas las trazas de ser un entrometido imbécil y un inútil total, por más señas -observó secamente.

– No es otra cosa, señor -admitió Evan, con un brillo en los ojos pero sin una sonrisa en los labios-. Supongo que es el escándalo del vecindario; interesa a los indeseables y goza de muy mala reputación social.

– En fin, nada que ver con un caballero -remató Monk, emitiendo un juicio inmediato y cruel acerca del hombre.

Evan hizo como que no lo había entendido, aunque era evidente que fingía.

– ¿Nada que ver con un caballero, señor? -dijo frunciendo el rostro.

Monk había hablado sin darse tiempo a pensar o sin preguntarse por qué se sentía tan seguro al respecto.

– Así es. Otro, que gozara de una condición social más sólida que la suya no se sentiría afectado por un escándalo cuya proximidad no es más que una especie de accidente geográfico que no tiene nada que ver personalmente con él. A menos, por supuesto, que conociera bien a Grey.

– No, señor -dijo Evan, mientras su mirada revelaba una opinión coincidente con la de Monk.

Era evidente que Scarsdale se dolía del menosprecio de Grey, lo que Monk podía imaginar perfectamente.

– Negó todo contacto personal con él, lo que tanto puede ser una mentira como una circunstancia muy extraña. De ser el caballero que pretende ser, a buen seguro que habría conocido a Grey, o cuando menos habría cruzado alguna palabra con él. Después de todo, vivían muy cerca.

Monk no quiso dar pie al desaliento.

– Puede tratarse de una pretensión social, pero vale la pena indagarlo. -Volvió a echar una ojeada a los papeles-. ¿Qué más hay? -Y mirando a Evan añadió-: A propósito, ¿quién lo descubrió?

Evan se acercó y extrajo otros dos informes de la parte inferior del montón y se los ofreció a Monk.

– La mujer de la limpieza y el portero, señor. Sus explicaciones coinciden, aunque el portero dice alguna cosa más, porque nosotros, como es lógico, también le hicimos algunas preguntas relacionadas con aquella noche.

Monk se encontró momentáneamente desorientado.

– ¿También?

Evan se ruborizó levemente, contrariado por su propia falta de claridad.

– No lo encontraron hasta la mañana siguiente, cuando llegó la mujer que se encargaba de limpiarle la casa y de prepararle la comida y no pudo entrar. Parece que no disponía de llave porque él no le tenía una excesiva confianza. Él mismo le abría la puerta y, si no estaba en casa, la mujer se iba y volvía en otro momento, aunque generalmente Grey dejaba recado al portero.

– Ya entiendo. ¿Solía ausentarse? Supongo que sabemos adonde iba.

Había dicho la frase en tono autoritario y no sin cierta impaciencia.

– Por lo que dice el portero, a veces se iba algún fin de semana y en alguna ocasión más tiempo, una semana o dos, a una casa de campo, pero esto sólo lo hacía durante la época de buen tiempo -respondió Evan.

– Así pues, ¿qué ocurrió cuando llegó la señora… como se llame?

Ahora Evan parecía más atento.

– Señora Huggins. Llamó a la puerta, como de costumbre, y al no recibir respuesta después de llamar por tercera vez, bajó a ver al portero, Grimwade, para saber si el señor le había dejado algún recado. Grimwade le dijo que había visto llegar a Grey la noche anterior y que todavía no lo había visto salir, así pues, que volviese a llamar. A lo mejor Grey estaba en el cuarto de baño o se encontraba profundamente dormido. Seguro que cuando subiera lo encontraría esperándola en la escalera, ansioso de que le preparara el desayuno.

– Pero no fue así-dijo Monk, pese a tratarse de un comentario totalmente innecesario -No, a los pocos minutos la señora Huggins volvió a bajar, inquieta y excitada, porque preciso es reconocer que a esa clase de mujeres le gusta mucho dramatizar, y pidió a Grimwade que hiciera algo.

Evan sonrió tristemente antes de continuar:

– Para satisfacción de la señora Huggins, ésta confirmó que lo habían encontrado tendido y bañado en su propia sangre, por lo que decidieron que había que hacer algo y llamaron de inmediato a la policía. Dijo una docena de veces esta misma frase: «Tenía una mueca extraña en la cara.» Está convencida de que tiene dotes de vidente, por lo que dediqué un cuarto de hora a convencerla de que se ocupara de limpiar y no de hacer vaticinios, pese a que se ha convertido en algo así como la heroína de los periódicos locales… y también de la taberna local.

Monk no pudo reprimir una sonrisa.

– Podría estar en un circo y, en cambio, se dedica a servir a los señores -dijo-. Dejemos que sea heroína por un día… y que tome ginebra gratis durante los seis meses venideros cada vez que cuente la historia. ¿O sea que fue al escenario de los hechos acompañada de Grimwade?

– Sí, entraron los dos juntos con una llave maestra, por supuesto.

– ¿Y qué fue exactamente lo que encontraron?

Aquélla era, tal vez, la cosa más importante: los hechos precisos del descubrimiento del cadáver.

Evan hizo una descripción tan detallada que Monk se quedó con la duda de si al contarlo reproducía las palabras de los testigos o daba su propia visión de la estancia.

– El pequeño vestíbulo estaba en perfecto orden -comenzó Evan-. En él había las cosas habituales de esta clase de habitaciones: un perchero para los abrigos y sombreros, un paragüero para los bastones, paraguas y demás, una caja para las botas, una mesita para las tarjetas de visita y… nada más. Todo estaba limpio y ordenado. La puerta daba directamente al saloncito, y el dormitorio y las demás dependencias eran contiguos al mismo.

Pasó una sombra por su curioso rostro, pero se distendió un poco y, como sin querer, se apoyó en el marco de la ventana.

– En la otra habitación todo era diferente. Las cortinas estaban corridas y la lámpara de gas seguía encendida pese a que era de día. Grey estaba derrumbado, parte en el suelo y parte en la butaca, y tenía la cabeza colgando. Había mucha sangre y su estado era impresionante. -Dijo aquellas palabras sin que le parpadearan los ojos, aunque Monk pudo comprobar que era gracias a un gran esfuerzo-. Debo admitir -prosiguió- que he visto pocos cadáveres, pero éste fue con mucho el asesinato más brutal que he visto en mi vida. El hombre había sucumbido como resultado de varios golpes dados con algún objeto contundente pero fino. Me refiero a que no se trataba de una porra, para poner un ejemplo. Era evidente que había habido lucha, porque había una mesilla derribada y con una pata rota, aparte de algunos objetos de adorno desparramados por el suelo, y una de las butacas estaba caída sobre el respaldo, precisamente aquella en la que el cuerpo del cadáver se apoyaba a medias.

Ante el recuerdo, la expresión de Evan se había hecho más grave, y había empalidecido.

– Las restantes habitaciones estaban intactas -dijo moviendo las manos en un gesto negativo-. Costó un buen rato conseguir que la señora Huggins se recuperara lo suficiente para poder examinar la cocina y el dormitorio. Al fin se calmó y, según declaró, estaban exactamente como ella las había dejado el día anterior.

Monk respiró profundamente y se quedó pensativo. Tenía que hacer alguna observación inteligente, no bastaba con un comentario baladí sobre hechos tan obvios. Evan lo observaba y seguía a la espera, un tanto cohibido.

– O sea que parece que tuvo una visita en algún momento de la noche -dijo Monk a modo de hipótesis y con mayor inseguridad de lo que habría querido- y que la persona en cuestión se peleó con él o simplemente lo atacó. Entonces se produjo una lucha violenta de la que Grey salió perdedor.

– Más o menos -asintió Evan, volviendo a erguirse-. Por lo menos los datos que poseemos no dejan suponer que ocurriera otra cosa. Ni siquiera sabemos si fue un desconocido o una persona de su confianza.


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