– Son casi cinco kilómetros desde aquí hasta el otro extremo de la playa, ida y vuelta. Lo hago dos veces. ¿Será capaz?

– Ningún problema -dijo-. Déjeme echar un vistazo. -Vio que tenía una pistola en la funda que llevaba ajustada a la espalda. No era la Glock. Ésta era una pequeña Heckler amp; Koch, la «Rolls-Royce» de las semiautomáticas de nueve milímetros-. Bonita pieza -dijo-, por lo visto se gana uno bien la vida escribiendo. Seguro que no podría pagarse algo así con el sueldo de funcionaria.

Michael vio que era bella cuando sonreía.

– Sí, fue genial cuando entré en la tienda y pagué por ella en efectivo. Podríamos ir al campo de tiro, hacer un poco de práctica. Le dejaré probarla.

– No estaría mal -dijo él.

Echó un vistazo a la playa y al balcón, y dijo:

– A partir de ahora, si tiene ganas de hacer footing , quizá convenga considerar la posibilidad de ir a otro sitio en coche.

– Quizá. -No parecía muy dispuesta a pensar en su sugerencia, y echó a correr a ritmo vigoroso, con lo cual evitó toda conversación.

A Rowan le sorprendió lo cómoda que se sentía con Michael Flynn. Si no pensaba en él como su guardaespaldas, podría incluso acostumbrarse a su compañía. Mientras pensara en él como un mero apoyo, podría vivir con la falta de intimidad. Por ahora.

Le fascinaba correr por la playa cuando la arena compacta y mojada era lo bastante dura para pisar pero lo bastante suave para amortiguar cada paso. Era temprano y hacía frío, y el aire era salado, espeso. La espuma acariciaba la orilla y luego se retiraba, un ciclo infinito del ir y venir de las aguas. La orilla del mundo, donde el gran océano Pacífico llegaba a tierra, hacía sentirse pequeño a cualquiera que viera su fuerza.

Al cabo de dos vueltas, Rowan volvió corriendo hasta las escaleras que conducían al balcón de la casa. Estaba a punto de entrar en la casa cuando Michael le ordenó:

– Espere. -Pasó a su lado, abrió la puerta y echó una mirada. Cuando vio todo en orden, le dijo que entrara.

Un recordatorio de quién era él y por qué estaba ahí.

Ese día, Rowan y Michael no tuvieron oportunidad de ir al campo de tiro. A ella la necesitaban en los estudios para reescribir una parte del guión. Annette sugirió que los interesados se reunieran en Malibú, pero Rowan se opuso y dijo:

– Tengo que salir de esta casa.

Tess se reunió con Michael y Rowan en el minúsculo despacho que ésta tenía en los estudios. Rowan les lanzó una mirada escéptica.

– Michael, pensé que habíamos acordado que aquí estaría a salvo.

Era verdad. Al llegar, hablaron con los responsables de los estudios y a Michael lo tranquilizó que el jefe de seguridad entendiera los riesgos. Pero Michael quería a uno de los suyos ahí dentro, alguien que le respondiera directamente a él. Ya que John estaba fuera de la ciudad, Tess era la única alternativa a mano.

– Diga que sí, ¿vale?

Rowan entornó los ojos y cambió de tema.

– Voy a llamar al FBI y averiguar dónde están los archivos de mis casos. Creía que a estas alturas ya los habrían mandado. Podemos recogerlos en el cuartel general al volver.

– De acuerdo. Tenga cuidado, Rowan.

– Siempre.

Vio que Tess salía junto con Rowan y sintió una punzada de arrepentimiento por tener que ausentarse. Pero quería consultar con el Departamento de Policía de Los Ángeles si habían seguido la pista de las flores. No estaría de más asegurarse de que el jefe supiera que él trabajaba en el caso. Podría darles algo de información sobre el estado de la investigación.

Rowan estaría a salvo siempre que se encontrara en las dependencias de los estudios.

Llegó a la comisaría de policía justo antes de las tres, pero los inspectores Jackson y Barlow estaban reunidos con los federales. Michael esperó, charló con sus antiguos colegas y empezó a perder la paciencia cuando, al cabo de una hora, la reunión no había acabado.

Al final, cuando estaba a punto de marcharse, la secretaria del jefe le avisó:

– Ahora puede pasar.

El comisario Bunker estaba sentado ante su mesa con el auricular del teléfono apoyado entre la cabeza y el hombro.

– Flynn, me alegro de verte. Me gustaría que fueran otras las circunstancias -dijo. Colgó el teléfono de golpe, con el ceño arrugado, y le estrechó la mano a Michael-. Barlow acaba de salir con los federales a la escena de un crimen. Han localizado la floristería.

– ¿Y?

– Una tienda cerca de Misión de San Fernando. Los informes dicen que Christine Jamison vendió la corona funeraria el domingo para que se la entregaran a la señora Smith el martes. Hemos mandado a dos agentes a su piso. Está muerta.



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