NOTA DE LA AUTORA

Nota histórica

En marzo de 1208, el papa Inocencio III predicó una cruzada contra una secta de cristianos del Languedoc. Hoy se los conoce habitualmente con el nombre de cátaros. Ellos se llamaban a sí mismos bons chrétiens, «buenos cristianos»; Bernardo de Claraval los denominaba albigenses, y en los registros de la Inquisición aparecen como heretici . El papa Inocencio se propuso expulsar a los cátaros del Mediodía francés y restaurar la autoridad religiosa de la Iglesia católica. Los barones del norte de Francia que se unieron a su cruzada vieron en ella la oportunidad de adquirir tierras, riquezas y privilegios comerciales, subyugando a una nobleza meridional ferozmente independiente

Aunque el concepto de cruzada era un rasgo importante de la sociedad cristiana medieval ya desde finales del siglo xi, y si bien en el asedio de Zara en 1204, durante la Cuarta Cruzada, los cruzados empuñaron las armas contra otros cristianos, ésta fue la primera vez que se convocó a la guerra santa contra cristianos en suelo europeo. La persecución de los cátaros condujo directamente a la fundación de la Inquisición en 1231, bajo los auspicios de los dominicos, los frailes negros.

Fueran cuales fuesen las motivaciones religiosas de la Iglesia católica y de algunas de las cabezas seglares de la cruzada, como Simón de Monfort, la Cruzada Albigense fue en definitiva una guerra de ocupación, que marcó un punto de inflexión en la historia de lo que hoy es Francia. Significó el fin de la independencia del sur y la destrucción de muchas de sus tradiciones, ideales y estilo de vida.

Lo mismo que el término «cátaro», la palabra «cruzada» no se empleaba en los documentos medievales. El ejército era «la hueste», o la ost en la lengua de oc. Sin embargo, como ambos términos son actualmente de uso corriente, los he utilizado a veces para facilitar las referencias.

Nota sobre lenguaje

En la época medieval, el occitano o langue d’oc (a la que debe su nombre la región del Languedoc) era la lengua del Mediodía francés, desde Provenza hasta Aquitania. También era la lengua del Jerusalén cristiano y de las tierras ocupadas por los cruzados a partir de 1099, hablada asimismo en lugares del norte de España y del norte de Italia, y estrechamente emparentada con el provenzal y el catalán.

En el siglo xiii, la langue d’oil, antecesora del francés actual, se hablaba en el norte de lo que hoy es Francia.

En el transcurso de las invasiones del sur por parte del norte, iniciadas en 1209, los barones franceses impusieron su lengua a la región conquistada. Desde mediados del siglo xx se ha producido un renacimiento de la lengua occitana, impulsado por escritores, poetas e historiadores, como René Nelli, Jean Duvernoy, Déodat Roché, Michel Roquebert, Anne Brenon, Claude Marti y otros. En el momento de redactar estas líneas, hay una escuela bilingüe occitano-francesa en la Cité, en el corazón del núcleo medieval de Carcasona, y en los indicadores de las carreteras aparece la forma occitana de los topónimos junto a la francesa.

En El laberinto, para distinguir entre los habitantes del Pays d’Òc y los invasores franceses, he utilizado el occitano y el francés. Por consiguiente, algunos nombres y lugares aparecen tanto en francés como en occitano, por ejemplo, Carcassonne y Carcassona, Toulouse y Tolosa, Béziers y Besièrs.

Los versos y refranes han sido extraídos de los Proverbes et dictons de la langue d’oc, recopilados por el abad Pierre Trinquier, y de los 33 chants populaires du Languedoc.

Inevitablemente, hay diferencias entre las grafías occitanas medievales y las normas ortográficas modernas. Para mantener la coherencia, he utilizado como guía la obra La planqueta, diccionario occitano-francés de André Lagarde.

Para más información, se ofrece un glosario al final de este libro.

Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

San Juan 8,32

L’histoire est un roman qui a été, le roman est une histoire qui aurait pu être. [La historia es una novela que ha sido; la novela es una historia que hubiese podido ser.]

E. y J. Goncourt

Ten përdu, jhamâi së rëcôbro. [El tiempo perdido nunca se recupera.]

Proverbio occitano medieval


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